Dilema de seguridad en México: Un acercamiento miope a las milicias de Michoacán

Escrito por Dudley Althaus y Steven Dudley Jueves, 01 Mayo 2014

Dilema de seguridad en México: Un acercamiento miope a las milicias de Michoacán
Este artículo es la tercera parte de un informe de tres partes sobre las milicias en Michoacán. Fue elaborado por Mexico Institute, del Woodrow Wilson International Center.

La desesperación en Michoacán, como en muchas partes de México, en relación con el crimen organizado, ha provocado una mirada miope del problema. En el corto plazo, ésta produce, a través de las milicias al menos, una solución temporal al problema inmediato: los Caballeros Templarios. En el mediano y largo plazo, sin embargo, ésta puede haber abierto el espacio para otro conjunto de actores criminales, y puede haber complicado el trabajo del gobierno, de establecer el estado de derecho en Michoacán.

Los partidarios de los grupos de autodefensa argumentan que no tenían otra alternativa. Puede que tengan razón. Como se ha señalado, los Caballeros Templarios controlaban a los representantes políticos y los presupuestos municipales. Ellos extorsionaron y secuestraron a su antojo, emplearon la policía para sus propios fines. En algunos lugares, es posible que hayan estado cometiendo violaciones masivas y otros crímenes horrendos, como el tráfico de órganos.

La población en general prácticamente había sido abandonada por las autoridades locales, estatales y federales. La respuesta de los grupos de milicias fue histórica. Juntos, vencieron el miedo, se armaron y empezaron a tomar medidas contra una organización criminal grande y sofisticada que los había aterrorizado durante años. Una vez el gobierno federal envió tropas y policías federales a la zona, este proceso se aceleró. En relativamente poco tiempo, la organización de los Caballeros Templarios ha sido decapitada, y su núcleo destruido.

Sin embargo, la prisa por celebrar los avances de las milicias oculta una serie de cuestiones importantes a las que ni los funcionarios ni los grupos ganadores se han enfrentado por completo. En la parte superior de la lista se encuentra la cuestión crítica de mandato. Aunque las milicias se han unido en su deseo de librar a sus comunidades del secuestro y la extorsión -y en la tarea inmediata de librarse de los Caballeros Templarios- eso es lo más lejos que han llegado en términos de estrategia. No hay un sentido de jurisdicción, de descripción del trabajo o de los objetivos generales.

Tampoco hay consenso sobre cómo las milicias deben interactuar con las autoridades. Sin duda, algunas milicias todavía ven al gobierno, en especial a los funcionarios locales y estatales, como el problema central. En algunos casos, ellos dibujan una distinción entre las autoridades locales y federales, lo que complica aún más las cosas.

Este artículo es la tercera parte de un informe de tres partes sobre las milicias en Michoacán. Vea el informe completo en inglés aquí. Descargar pdf aquí.

También hay pocos precedentes en el repentino aumento de esta milicia. Durante muchos años se han desarrollado policías comunitarias voluntarias en las comunidades indígenas, y estas tienen la jerarquía y la estructura que impone la disciplina interna, así como un sistema desarrollado de castigo para los criminales. Las milicias que están en contra de los Caballeros Templarios surgieron principalmente en comunidades no indígenas, que se unieron de forma rápida y al azar. Su éxito refleja muchas cosas: en ellas se encuentra respaldo popular, apoyo oficial, buen armamento, coraje y agallas, pero no la organización, la coherencia y el comando centralizado viable.

Las preguntas también se mantienen sobre las motivaciones de los miembros de las milicias. Hay por lo menos cuatro modelos distintos de milicia en Michoacán.

El primero es del tipo que apareció en Cherán -las comunidades indígenas que tienen una larga historia y experiencia en la creación y mantenimiento de grupos de autodefensa organizados.

El segundo proviene de una familia pobre rural, con un antecedente semiurbano, que se ha organizado en torno a la protección de sus intereses familiares y de sus pequeñas empresas.

El tercer modelo está respaldado por grandes intereses, de tamaño industrial.

El cuarto cuenta con el respaldo de otros grupos criminales. Probablemente hay mezclas entre estos grupos, así como también pueden trabajar juntos, por lo menos temporalmente.

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Cada uno de los grupos tiene diferentes motivaciones, que pueden no ser evidentes mientras se enfrentan a un enemigo común. Sin embargo, una vez ese enemigo es vencido, sus diferentes agendas inevitablemente saldrán a flote, como ya ha sucedido en algunos casos. Estas agendas, inevitablemente, obtendrán un apoyo político legítimo, pero estos grupos también empuñan armas, dándoles una ventaja injusta en lo que se supone que es un ámbito democrático, gobernado por las urnas y no por las balas.

Además, pocos, si hay alguno, de los milicianos parecen estar interesados ​​en afrontar uno de los problemas centrales que aquejan a Michoacán y a México: el tráfico ilegal de drogas. Los Caballeros Templarios, como La Familia Michoacana antes de ellos, llegaron a tener prominencia nacional, principalmente a través de la producción y venta de metanfetamina cristalina y otras drogas ilícitas. Sin embargo, los líderes de las milicias muestran poco interés en enfrentar el problema.

De hecho, parecen separarlo de su propia situación, llamándolo ingenuamente “el trabajo del gobierno federal”.

“No vamos a ir a buscar laboratorios, porque esa no es nuestra responsabilidad. Nosotros no queremos que haya secuestros, desapariciones, extorsiones”, dijo en febrero Estanislao Beltrán, un cultivador de limones conocido como “Papa Pitufo”, y el a menudo portavoz de la milicia. “Nosotros no vamos a decidir lo que cada ciudadano hace, cada uno es libre de hacer lo que quiera, lo que le convenga”.

“Hay ciudades enteras que de una forma u otra pertenecieron al crimen organizado”, dijo Beltrán, argumentando la imposibilidad de acabar con la industria local de drogas. “Como fuerzas de autodefensa vamos a perseguirlos, a matarlos o encerrarlos?”[1].

Dada esta posición, la actitud de laissez faire hacia otras organizaciones criminales no es sorprendente. Hasta cierto punto, la propia relación de Michoacán, complicada y de larga duración, con grupos criminales también es algo que en gran medida se ignora en esta historia. Los auges y caídas agrícolas del estado son, a menudo, suavizadas por ganancias criminales, que financian empresas de transporte, proyectos de construcción y festivales locales, entre otros esquemas económicos y sociales. La convergencia entre la política y el crimen es tanto un resultado del aumento en las ganancias de capital criminales como el resultado de las armas que empuñan.

La intersección entre lo lícito y lo ilícito está en el centro de lo que hace a Michoacán, y a gran parte de México, trabajar. Según el gobierno, casi el 35 por ciento de los empleados en Michoacán están trabajando en la economía “informal”[2]. Además, la agencia de migración del estado dice que tres millones de indígenas michoacanos están viviendo en Estados Unidos, muchos de ellos de forma ilegal[3]. Alrededor de un millón de ellos viven sólo en el sur de California[4].

La diáspora ofrece una red de distribución lista para los grupos de narcotraficantes de Michoacán, y más recientemente, para sus milicias. Pero también ha colocado al estado entre los receptores de remesas más importantes de México. En resumen, hay grados de ilegalidad, lo que hace más difícil el trabajo de separar los buenos de los malos. Añadir a la ecuación las armas de alto poder, las diferentes agendas, la competencia política, y el desafío de mantener la paz comienza a hacerse nítido.

A pesar del oscuro panorama, la situación no es tan mala como en otros países donde han aparecido grupos de milicias y paramilitares. Como era de esperarse, desde el momento en que aparecieron los primeros grupos de autodefensa en Michoacán en 2013, se han realizado comparaciones aptas entre las milicias de México y las de Colombia.

Para empezar, sus orígenes, composición y políticas son similares. Sus patrocinadores financieros son variados e incluyen grupos criminales. Su relación con el gobierno se ha convertido en una forma que se asemeja a la de Colombia, aunque los militares en Colombia tuvieron un papel mucho más activo en la organización de los primeros grupos.

El contexto en el que estos grupos surgieron también es similar. Aunque los Caballeros Templarios no son un grupo guerrillero per se, son una organización ideológica que se ve a sí misma como el protector de las comunidades en sus zonas de influencia. Ellos han creado una jerarquía estricta y han implementado una disciplina similar a la de los insurgentes en Colombia. Y obtienen ganancias de algunas de las mismas fuentes de ingresos, a saber, el secuestro y la extorsión, lo que ha provocado que las mismas comunidades, a las que dicen proteger, se vuelquen en contra de ellos.

Miguel Ángel

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