JUICIOS SUMARIOS

Centenaria Revolución
Porfirio Santibáñez Orozco

Hoy 20 de noviembre se cumplen 100 años del inicio de la Revolución Mexicana, un proceso social violento, accidentado e interrumpido por los desvíos y los desvaríos de la mayor parte de sus dirigentes.

La Revolución cambió la faz de México en los albores del siglo XX; acabó con un régimen de privilegios, abrió los cauces para la organización de los trabajadores de la ciudad y del campo, creó las condiciones para que muchos mexicanos tuvieran educación, salud y una leve mejoría económica.

El logro más importante de la Revolución que empezó el 20 de noviembre de 1910 fue que pudo establecer un régimen jurídico, un sistema de normas y leyes basado en la más avanzada Constitución de su tiempo (1917).

En la Constitución se incluyeron garantías individuales para los mexicanos, se reconocieron los derechos tradicionales más importantes de la sociedad y el Estado asumió un poder que le permitió llevar a cabo una reforma agraria y proteger, cuando era necesario, el interés general de la sociedad.

Uno de los más grandes problemas de la Revolución fue, desde siempre, el de las traiciones y los traidores que hicieron de las suyas a lo largo de su desarrollo y tergiversaron, desde posiciones de poder, sus metas y sus logros.

A Huerta le corresponde el dudoso honor de haber sido el que la traicionó por primera vez al tratar infructuosamente, mediante un cuartelazo, de regresar al país a los tiempos del porfiriato.

Luego llegaron otras traiciones que cometieron cientos de personajes del partido oficial y los sucesivos gobiernos que se dijeron emanados de la Revolución; decían luchar por la justicia social pero siempre que podían defendían intereses ajenos y hasta contrarios a los de la sociedad; siempre se dijeron nacionalistas pero hoy diferentes investigaciones históricas han demostrado que su comportamiento frente al imperio del norte fue lacayuno.

José López Portillo, quien fue presidente de la República de 1976 a 1982, se calificó en alguna ocasión como el último presidente emanado de la Revolución; sus palabras tenían el significado de que el sector más conservador de la elite gobernante había triunfado y que de ahí en adelante se dedicaría a tratar de enterrar, definitivamente, el magro legado revolucionario.

En efecto, la última gran traición histórica a las metas de la Revolución que registran los anales más recientes es la de los tecnócratas priístas formados en universidades norteamericanas y dirigidos por Carlos Salinas de Gortari que a partir de 1982 le impusieron a México el programa neoliberal que gobierna una porción importante del mundo.

Los salinistas quisieron enterrarla pero olvidaron que mientras haya pueblo y siga la injusticia, la Revolución seguirá latente.

Como ya no podían dirigir al país por su desprestigio, en el año 2000 los tecnócratas priístas le prestaron el poder a una ultraderecha hueca, pragmática, sin ideales, que afecta a millones de mexicanos y sigue entregando México al capital extranjero.

Ahora que se acerca la sucesión presidencial, los priístas amenazan con volver a Los Pinos después de las elecciones del 2012 y muchos nos preguntamos si la sociedad se los permitirá.

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