Pájaros alambreados / ¿Qué sigue…?

Libre Pensador
* Un país rehén de la zozobra, el hartazgo y el rumor
*La trágica muerte de Francisco Blake Mora, bajo sospecha y presa de la especulación* Una nación con una larga historia de muertes políticas*Gobiernos sin credibilidad, incapaces de convencer a una opinión pública escéptica e incrédula

El manifiesto de la UNAM para repudiar el asesinato del investigador Ernesto Méndez Sccalinas adelantó al ánimo público dominante sobre un suceso que conmocionó a la clase política mexicana, la muerte del secretario encargado de la seguridad nacional, Francisco Blake Mora, al impactarse el helicóptero en que viajaba, junto con varios de sus colaboradores, en un cerro del municipio de Chalco.

La UNAM había señalado que el nuevo crimen del investigador Méndez Salinas se sumaba “a los miles que mantienen a la población entre la zozobra y el hartazgo por los índices de criminalidad que han rebasado cualquier expectativa”.

“Las circunstancias en que se encuentra hundida nuestra nación, se derivan de condiciones en las que prevalecen corrupción, violencia e impunidad, que dejan una sensación de rabia, vulnerabilidad e impotencia”. Graves expresiones de la UNAM al condenar y repudiar este nuevo asesinato en el país de uno de sus investigadores más prominentes.

Foto archivo: Agentes de la Policía municipal y del Ejército mexicano llevan a cabo una redada conjunta en Ciudad Juárez buscando vendedores ambulantes de drogas y armas, marzo de 2009.

Sucesos lamentables registrados en un contexto social y político en el que la organización Human Rights Watch, en un documento titulado “Ni Seguridad, Ni derechos: ejecuciones y tortura en la Guerra contra el narcotráfico en México”, acaba de asegurar que miembros de las fuerzas de seguridad “habrían participado en más de 170 casos de tortura, 39 desapariciones y 24 ejecuciones extrajudiciales desde diciembre de 2006”.

El informe de 236 páginas de esta organización, presentado por Kenneth Roth y José Miguel Vivanco, directores de esta organización al presidente Felipe Calderón, dice que “en vez de reducir la violencia, la guerra contra el narcotráfico ha provocado un incremento dramático en la cantidad de asesinatos, torturas y otros terribles abusos por parte de las fuerzas de seguridad, que sólo contribuyen a agravar el clima de descontrol y temor que predomina en muchas partes del país”.

Crudo diagnóstico de esta organización internacional hecho público sobre la situación de violencia que acrecienta el clima de incertidumbre y temor, cuando el país recibe la noticia sobre la muerte del secretario Francisco Blake Mora.

El primer rumor que corrió insistentemente de boca a boca al mediodía del viernes, fue que el helicóptero en el que viajaba el secretario de Gobernación y los colaboradores que lo acompañaban, había sido “derribado” cuando se dirigía a Cuernavaca. Por las estaciones de radio y la televisión, la noticia se difundía profusamente sin dar detalles.

Secretario de gobernación: Francisco Blake Mora

El país se eclipsó a horas de las elecciones en Michoacán. Otras muertes en un sexenio marcado hasta ahora por las 45 mil o 50 mil muertes y 10 mil desapariciones de personas, dejadas por la guerra del narcotráfico.

Inevitable el peso del ambiente mediático sobre el hombre de la calle, fácil presa de los rumores sobre la tragedia aérea en la que falleció un hombre muy próximo al afecto y confianza del presidente Calderón, por esa atmósfera atormentada de un país envuelto en una sangrienta guerra no reconocida como tal por el gobierno federal.

Por la noche del viernes 11 de noviembre, cuando ya se conocía el número de víctimas, el lugar de la tragedia y las probables causas del siniestro, en la CNN, Carmen Aristégui, Jorge Zepeda Peterson, ex director de El Universal, y Jean Francois Boyer, ex director de Le Monde Diplomatique, coincidían en dudar de las primeras reacciones gubernamentales sobre las causas del terrible suceso en un país donde la especulación y los rumores permean el ánimo de una opinión pública predispuesta a dudar de las versiones oficiales. Boyer aventuró la hipótesis de un atentado dado que el aparato, de origen francés, contaba con instrumentos que le permitían volar a una altura que superara el obstáculo del cerro donde se estrelló.

La conferencia de prensa del secretario de Comunicaciones y Transportes, el joven Dionisio Pérez Jácome, hijo de un connotado priista veracruzano, poco abonó para frenar los rumores en las redacciones de los medios de comunicación. Si el aparato había estado resguardado por el Estado Mayor Presidencial y recién había sido objeto de mantenimiento, como señaló el afligido presidente Calderón, las causas tenían que ser imputables y dirigidas a otras circunstancias, como el cambio, hasta ahora poco explicable, de la ruta de la nave en su destino hacia Cuernavaca.

El periódico que dirige Pablo Hiriart, La Razón, de los diarios capitalinos, fue el que más se acercó en su encabezado principal, a la posibilidad de un accidente dado la adversidad climatológica a la hora de la tragedia: “Las condiciones del clima eran muy malas”.
Pero, sin embargo, pasarán meses, quizás años para conocer el dictamen oficial sobre las causas de un trágico suceso del cerro del municipio de Chalco, que sumado al sufrido el 4 de noviembre de 2008 por otro secretario de Gobernación de este gobierno, permanecerán por siempre condenados en el terreno de las suspicacias.

Otro secretario, Ramón Martín Huerta, de Seguridad Pública en el sexenio de Vicente Fox, aparentemente murió en un accidente aéreo similar en el Estado de México, por causas atribuibles al pésimo estado del tiempo.

El fallecimiento de Juan Camilo Mouriño, aún alimenta la idea de que ahora junto con la de Blake Mora, son muertes cuyas causas, en el imaginario popular, se adjudican a situaciones premeditadas, aunque no existan bases fundadas para asegurarlo con certeza.

Juan Camilo Mouriño

Bueno, nuestros vecinos del norte tampoco gozan de vasta credibilidad, hasta ahora el asesinato de John F. Kennedy en Dallas en 1963 permanece en el enigma y bajo sospecha de una conspiración al igual que los ataques a las torres gemelas en septiembre de 2001.

Los gobiernos mexicanos tampoco gozan de credibilidad ni han tenido la capacidad de explicar la causa de la causa de lo causado en las muertes extrañas de caudillos y políticos mexicanos. Aquella famosa frase de “el entierro, el encierro o el destierro” aplicado a los disidentes o en los casos de venganzas políticas está presente aún en la memoria de la política mexicana.

El atentado en el que fue asesinado Álvaro Obregón, el 17 de julio de 1928, en el jardín de La Bombilla, en San Ángel, es uno de los expedientes más escandalosos para explicar que un gobierno miente por naturaleza. El entonces candidato presidencial, electo por segunda ocasión, fue oficialmente muerto por el caricaturista León Toral con una pistola de cinco tiros, pero una investigación realizada por el doctor en antropología José Carmen Soto Correa probó que el cuerpo del general Obregón tenía más de 15 impactos, según el acta de la autopsia conocida años después. Francisco Martín Moreno, en su novela México acribillado, también afirma que el cadáver del caudillo “tenía 19 heridas de distintos calibres”.

Cuando el periodista Cirino Pérez Aguirre, quien llegó a entrevistar a Plutarco Elías Calles para el semanario Panorama, antecedente de Novedades, comentaba que cuando la gente preguntaba sobre el atentado al candidato electo, se le decía: “Cálles-e…Cálles-e.”

Nunca se aclaró cómo una pistola de cinco balas que portaba León Toral, pudo tener otras diez balas para acribillar al general que ya había ocupado la silla presidencia entre 1920 y 1924 y rompió la regla de la no reelección al postularse por segunda ocasión para la Presidencia de la República. Antes de que Obregón se dirigiera a la comida que le ofrecía un grupo de amigos en La Bombilla, se había difundido el rumor de su posible asesinato.

Obregón, al tanto del rumor, como Luis Donaldo Colosio nunca se enteró que lo mataron.

El 4 de junio de 1969, en el cerro del Fraile, en las inmediaciones de la ciudad de Monterrey, se estrelló un avión. En la nave viajaba Carlos Alberto Madrazo junto con su esposa, y el famoso tenista Pelón Osuna. Todos los pasajeros murieron. Un año antes Madrazo fue señalado como instigador de un movimiento estudiantil que llegó a exigir la renuncia del entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Un líder estudiantil, Sócrates Amado Campus Lemus, lo delató.

Monumento a Carlos Alberto Madrazo, en Tabasco

Carlos Madrazo había logrado antes de los sucesos de 1968 un amplio consenso entre los jóvenes para llevar a cabo la democratización de la vida política del país. Era un orador nato, fue un duro crítico de su partido, el PRI, del cual había sido su dirigente nacional. Madrazo estuvo lejos de ser el instigador del movimiento estudiantil; se acercaba a los jóvenes, llenaba auditorios, pronunciaba discursos, efectuaba conferencias, era un líder nato para las juventudes y nunca ocultó sus aspiraciones presidenciales. En los jóvenes confiaba para llevar a cabo esa democratización, empezando por la vida interna del PRI y la selección del candidato presidencial.

Murió Madrazo en esa colisión aérea, y por años ha permanecido la versión de que murió en un atentado atribuido a su temerario propósito de ser candidato presidencial y democratizar la vida interna de su partido.

En una entrevista para la revista Cuarto Poder, editada por estudiantes del politécnico en julio de 1968, dirigida por Fernando Díaz Enciso, Madrazo advertía de “un pueblo con hambre de pan, pero hambre también de encontrar una salida a sus problemas y ser tomado en cuenta para determinar el rumbo del país”. Pugnaba por una unidad real, no la unidad de pandillas, ni la unidad de manadas refiriéndose a su partido, “sino la unidad de quienes quieren el bien de la República”. Menos de un año después, quien fuera gobernador de su natal Tabasco estaba muerto en el cerro de La Silla y se acabó su sueño y el de miles de jóvenes que lo seguían.

Las disputas políticas en México se han resuelto con sangre: Emiliano Zapata en 1919, Venustiano Carranza en 1920 y Francisco Villa en 1923. Los generales Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez fueron sacrificados en Huitzilac en 1927. Su delito oponerse a la reelección de Obregón y aspirar, uno de ellos, Serrano, a la Presidencia. Los dos generales junto con un grupo de seguidores, fueron ejecutados en esa zona morelense.

La masacre del dos de octubre, que hoy esos santos varones ungidos de diputados elevan a Día de Luto Nacional sin determinar sus causas, definió la sucesión presidencial de 1970. Acallado el movimiento estudiantil con las armas y los tanques y muerto Carlos Madrazo, replegados otros aspirantes, la sucesión se decidió dentro de la tradición presidencial para el sexenio 1970-1976.

No hay forma de evitar que en nuestra aún débil opinión pública y en la sociedad mexicana germine fácilmente el rumor del atentado en sucesos como en el que fallecieron los secretarios Mouriño y Blake, que si bien pueden ser causados por accidentes técnicos o humanos, difícilmente se erradican las especulaciones que suponen conspiraciones y ajustes de cuentas entre la clase política mexicana.

La muerte de Manuel J. Clouhtier, quien fuera candidato presidencial en 1998 del PAN, en una carretera de Sinaloa el primero de octubre de 1989 suscitó rumores de un atentado. El Maquio, como se le decía, falleció a causa de un supuesto accidente de carretera. El informe oficial atribuyó su muerte al ser prensado su vehículo por trailers en el kilómetro 158 de la vía México-Nogales, en el municipio de Culiacán. Su familia no cree aún en la versión del accidente.

A 18 años del asesinato de Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial del PRI, acribillado en Lomas Taurinas, en Tijuana, aún suscita especulaciones; sí el asesino Mario Aburto fue el instrumento ejecutor de una conspiración para acabar con la vida de Luis Donaldo, cuya campaña presidencial fue sujeta de regateos antes de que despegara el 4 de marzo de 1994. Veinte días después fue asesinado. El gobierno de su sucesor, Ernesto Zedillo Ponce de León, jamás pudo comprobar la tesis del “asesino solitario”.

El año de 1994 terminó con otro asesinato el 28 de septiembre, el del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, fuerte aspirante a ocupar la secretaría de Gobernación en el gobierno de Zedillo y futuro aspirante presidencial del PRI en la campaña del 2000. Zedillo persiguió y detuvo a Raúl Salinas de Gortari, pero nunca pudo probar su responsabilidad en el atentado. La localización del diputado Manuel Muñoz Rocha, otro desaparecido, supuesto implicado en la contratación del asesino, cuya licencia de ausencia fue tramitada por la senadora María de los Ángeles Moreno en la Comisión Permanente del Congreso, quedó de ser resuelta pero para la eternidad.

En un país con una historia de crímenes políticos atribuidos a variadas causas, es explicable que los rumores y la especulación dominen la vida política nacional y en el imaginario colectivo sobre las muertes de los dos secretarios de Gobernación en colisiones aéreas y el de un presidente municipal de La Piedad asesinado arteramente, personas muy cercanas al afecto y confianza presidencial de esta administración, con graves dificultades para establecer una comunicación política convincente de una estrategia de guerra establecida contra los violentísimos carteles del narcotráfico. Y lo peor a casi un año de terminar la administración.

En la gente común es recurrente escuchar: ¿ahora qué sigue? Y no están injustificados esos temores cuando Guillermo Estrada Cavalaro, secretario general del Comité Directivo Municipal del PRI en Poza Rica, Veracruz, es asesinado en su modesta casa en la ciudad de Coatzintla, mientras en la ciudad de México en el sepelio de los cuerpos del secretario Blake Mora y de sus colaboradores privan más las dudas y las suspicacias que las certezas.

La UNAM de luto y en la indignación

La reelección del doctor José Narro en la rectoría de la UNAM para un segundo periodo de cuatro años, se inicia en un escenario alcanzado por la violencia que vive el país con el proditorio y extraño asesinato en Cuernavaca del investigador Ernesto Méndez Salinas, del Instituto de Biotecnología de nuestra máxima casa de estudios. Méndez era una autoridad en las investigaciones relacionadas con una vacuna contra el envenenamiento provocado por piquetes de arañas.

Un crimen tras otro, sumado al del estudiante de Carlos Sinuhé Cuevas Mejía, de la Facultad de Filosofía y Letras, ocurrido en octubre pasado y la desaparición de la investigadora Yadira Dávila Martínez, del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM, e integrante del movimiento Red por la Paz y la Justicia, en los primeros días de agosto anterior, también en la tierra del hampa que es Morelos.

El gobierno de Marcelo Ebrard es el modelo único y ejemplar del niño ahogado.
Su secretario de Transporte y Vialidad, Armando Quintero, debe ser premiado por su puntual ineficacia. Ese tipo de transporte urbano de la ciudad de México llamados “micros” es una amenaza permanente para sus usuarios; se corretean, obligan a descender a los usuarios en doble y triple fila y es muy evidente el estado mecánico catastrófico de las unidades; y sin embargo circulan hasta que provocan un terrible accidente como el ocurrido al sur de la ciudad, en la entrada de la autopista México-Cuernavaca, donde mueren nueve de sus humildes usuarios.

Hasta entonces, el licenciado Quintero les revoca la concesión a esa ruta. Y Quintero quiere ser candidato a diputado. Y se quejan de las corruptas administraciones priistas en la capital y hasta aspiran a seguir gobernando el Distrito Federal. ¡Vaya capacidad para el cinismo!

Miguel Ángel

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