Pajaros alambreados / Un zócalo teñido de agravios, sangre, pena, tristeza y dolor

Por Libre Pensador/

Todos estaban ahí. Compartían días de luto. “Todos somos Juan Francisco”, decían. “Estamos hasta la madre. El zócalo se tiñó de una multitud de agravios, sangre, tristeza, dolor.
Padres, madres, hermanos y hermanos, sobrinos, tíos, abuelos, denunciaron secuestros, desapariciones, crímenes, violaciones, daños colaterales. Desde Chihuahua, Michoacán, Sonora, Nuevo León, Durango, Zacatecas, Puebla, Colima, Veracruz, Morelos, Jalisco, Querétaro, Estado de México, Hidalgo, todos vinieron a denunciar al hijo asesinado, al padre desaparecido, al hermano o hermana secuestrados. Es el país que está hecho mierda.
Calderón “es el presidente de la muerte”, proclamó una voz con todo el aire que le dio sus pulmones en el Zócalo, desgarrada por el dolor y la ira una doliente. Era la voz de Olga Reyes, madre ofendida de Ciudad Juárez.
Era la voz de Lucha Castro, otra ofendida de Ciudad Juárez. “Todos estamos encabronados”, grita el padre de una estudiante de Arquitectura de la UNAM, desaparecida después de salir de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria.”Yo ya no tengo a mi hijo”, dice otra madre de Nuevo León inundada por el llanto. Y así una a una se escuchaba las voces del agravio.

Todos vinieron a eso. A denunciar, a dejar sus voces dolientes y sangrantes, venas abiertas, a intentar cauterizarlas con el candente sol de mayo en la plaza de la Constitución, la plaza donde la ley es letra muerta, dejó de ser ley porque la impunidad es la reina en el país, porque la justicia no existe, porque los políticos, poderes fácticos, los llamó Sicilia, la han borrado con sus complicidades y abusos.
Porque lo más grave: el narcotráfico, la corrupción, la impunidad y la abulia tienen sus nidos en el caprichoso entramado de la política mexicana. ¿Qué cartel decidirá la Presidencia el próximo año? Es la pregunta que deja para la reflexión pública la voz del poeta Sicilia la que se escucha en todo el Zócalo.

De Saltillo denuncian 160 desaparecidos, todos plenamente documentados en las averiguaciones previas levantadas; de Jalapa hacen la denuncia de los asesinatos de una hija y su esposo; del Distrito Federal la desaparición de hijos e hijas secuestrados y desaparecidos; de Morelos, asesinatos de jóvenes; de Jalisco, más desapariciones; de Puebla otros crímenes impunes; de Michoacán, dos periodistas desaparecidos; de Chihuahua, Zacatecas, la lista se alarga.

No se escapa ni Marcelo Ebrard que ha permanecido, desde su oficina, en el viejo palacio del ayuntamiento frente al Zócalo, siguiendo la marcha del poeta Javier Sicilia. Un padre de familia acusa a su gobierno de complicidad y corrupción en el incendio de una discoteca en el norte de la ciudad donde murieron aplastados varios jóvenes.
“Queremos más poesía y menos policía”, decía la leyenda de la pancarta de un joven estudiante en el Eje Central Lázaro Cárdenas, una avenida que cruza de sur a norte a la ciudad, antes llamada Niño Perdido, San Juan de Letrán.
Fue Javier Sicilia que perdió a su hijo en la masacre de Temixco, Morelos. Su cuerpo apareció el 28 de marzo, encajuelado. Fue su Juan Francisco, su Juancho, su hijo estudiante de 24 años, uno de los siete asesinados. Fue su dolor el que lo hizo recorrer a pie desde Cuernavaca hasta llegar al Zócalo de la ciudad de México, con su corazón estremecido por el llanto. “Todos los hijos son poesía”, escribió José Reveles, un viejo reportero dedicado a la denuncia de la impunidad. Y fue ese dolor insondable el que el que llevó a un sabio de la palabra, un poeta, a concitar y hacer de su agravio un sentimiento de dolor colectivo manifestado con un ruidoso silencio ese domingo 8 de mayo de 2011.
Ese día, fue que por primera vez en la historia de este malogrado país, que un poeta llena el Zócalo de un dolor común. El de víctimas y victimados. Todas víctimas y todos deudos de la tiranía de la impotencia, del autoritarismo y la ceguera de un Presidente.
El cansancio de la impunidad campea en todo el país, el agotamiento de un Estado incapaz de asegurar la tranquilidad pública, estaban ahí.
Estaban ahí los madres y padres de la guardería ABC, cuya dueña, libre e impune, es parienta de la señora Margarita Zavala, esposa del presidente Calderón; y pariente también del ex gobernador priista de Sonora, Eduardo Burs. Todos parientes.
Estaban ahí presentes con su dolor a cuestas padres de esos niños quemados en la guardería subrogada por el Instituto Mexicano del Seguro Social a particulares en Hermosillo, Sonora. Estaban ahí José Francisco García Quintana y Patricia Duarte, los padres del niño Andrés Alonso García Duarte asesinado por la corrupción prohijada por el Seguro Social en Hermosillo en el incendio de la guardería ABC.
Estaban ahí los familiares de Benjamín Franklin Le Barón y Luis Carlos Widman, secuestrados y asesinados el 8 de julio de 2009 en el municipio de Galeana, en Chihuahua.
Estaban ahí a flor de piel las instituciones, todas podridas y malolientes, todo un conjunto de emanaciones fétidas. No hay ni a quien darle el beneficio de la duda. Ni a Calderón le los marchistas le llegaron a desear una muerte.
Sicilia atemperaba los ánimos de odio. Ni una más, fue la consigna, ni una más de las 40 mil muertes, todas ellas o víctimas por daños colaterales o víctimas de enfrentamientos entre presuntos delincuentes y las llamadas fuerzas de seguridad -soldados, marinos, policías- y víctimas también de un Estado inútil, ni fallido, inútil para una sociedad que reclama justicia, dignidad, paz.
Para Calderón vivir en paz cuesta sangre y más sangre. En la conmemoración de la batalla del cinco de mayo llamó a la patria, ¿cuál? ¿Cuál patria? ¿De qué patria estamos hablando? La de los miles que marcharon bajo un sol que derretía el domingo ocho de mayo, o de la patria de quien se ostenta como el “presidente de todos los mexicanos”.
¿De qué patria se habla a la familia de los Le Barón de Chihuahua, de los padres de la guardería de la ABC, del hijo de Javier Sicilia? No hay patria con miedo, no hay patria en el terror. Sólo Porfirio Díaz como Calderón hacían de la patria un terror cotidiano para gobernar en paz.
¿De qué lado está el presidente Calderón? ¿De los marchistas del 8 de mayo o del suyo? Porque ya en su partido hay quien duda de su gestión de guerrero, de cruzado contra un enemigo que entre más lo combate más se reproduce.
El 8 de mayo pasará a la historia de la ciudadanía, de esa patria perdida en una guerra más allá de las fronteras de la estupidez. Colinda en la frontera de la esquizofrenia, de la negación de la realidad, en la sordera infinita que viola uno de los diez mandamientos fundamentales del catolicismo: “no matarás”. Y el gobierno de Calderón mata al igual que el crimen que dice combatir. ¿En qué bando está Calderón?
Doscientas voces de dolientes del interior del de una nación dividida en dos bandos- el de Calderón y el de la sociedad sin partidos- llegaron al Zócalo a exhibir sus llagas, su sangre a cuestas, su dolor condenado a lo eterno y a la impunidad.
El 5 de mayo el presidente Felipe Calderón dijo que tenía la razón, la ley y la fuerza. Suena a real amenaza a todos los que marcharon y llegaron al Zócalo del 8 de mayo. Las tropas no retrocederán ni la guerra terminará.
El país con el gobierno federal está sin salidas de emergencia, la única puerta es la que se abrió en el Zócalo, la de una ciudadanía que calmada, en paz y en oración le pidió reconsiderar una estrategia de guerra, petición que navegará en las utopías mexicanas del siglo XXI, porque Calderón no sabe de otra más que guerrear y guerrear con las tropas de un Ejército y una Marina que le fueron de buena fe confiadas con el reñido voto del 6 de julio de 2006, fuerzas del Estado ahora en plan de sustitutas del poder civil porque gobiernos estatales y municipales no son dignas de confianza, son autoridades débiles, incapaces y corruptas.
En ese entendido, en México el Estado es Calderón. Es su razón, es su ley y es su fuerza.
Según una declaración de la Presidencia de Calderón, hecha en la víspera de la manifestación del 8 de mayo, difundida la noche del jueves para referirse a la marcha del poeta Sicilia, esa movilización “revitaliza la acción ciudadana como una vía fundamental para superar inercias e impulsar las decisiones y los cambios que requiere nuestro país en temas fundamentales como la seguridad y la justicia”. ¿Cuál cambio? El cambio, su cambio para que todo siga igual.
Ya la tarde del domingo 8 de mayo, ese contingente de gente de a pie, sin más armas que su voz en silencio y deseo de una vida sin terrores ni amenazas a la vida, el único cambio visible y posible en México es la reconstrucción completa de sus instituciones.
Fue un mal día para Calderón y para todos los políticos. Incluso para los jerarcas de las iglesias. Pésimo. A todos se les juzgó de ignorantes y corruptos. No hubo excepciones, se arrasó parejo. Miles de capitalinos rechazaron un poder político corrompido por las luchas por el poder público, venal y lo menos que se dijo fue que desde el Presidente de la República hasta el más insignificante senador o diputado, gobernador o presidente municipal, del partido que fuera, es ajeno a los sentimientos y desgracias de la sociedad.
Aún en el largo cansancio, el calor agobiante, decenas de miles recorrieron durante más de 8 horas, desde Ciudad Universitaria hasta el Zócalo en una patente demostración de censura y un demoledor juicio a los políticos de todos los partidos políticos que se sirven y enriquecen con el poder público.
Caminaron sobre avenida Universidad, Río Churubusco, Eje Central, Cinco de mayo y Madero hasta confluir en una asoleada plaza de la Constitución. En el recorrido se fueron sumando más y más. “Somos un chingo y seremos más” decía la pancarta de una joven señora que empujaba una carriola con un pequeño de dos años.
Sí, sí “estamos hasta la madre”, decían y lo repetían otras leyendas escritas en playeras o en improvisados carteles. No había voz silenciada, cada agravio, cada víctima colateral de la guerra estúpida de Calderón “eran nuestros amigos”. Era un silencio con ruidos en cada letra, en cada leyenda.
Fue largo día para la ciudad de México el ocho de mayo de 2011. Desde las nueve de la mañana se fueron reuniendo miles de capitalinos en la confluencia de de Río Churubusco y Eje Central. Venían de todos los rumbos del sur de la capital, cargados de botellas de agua, preparados para una extenuante marcha: abuelos, abuelas, madres, padres, hijos, hermanos, hermanos, amigos, profesionistas, estudiantes, maestros, investigadores, músicos, artesanos, simbólicas representaciones de campesinos de Atenco; todos animados con el corazón abierto y con un deseo unánime: salvar a la patria, la verdadera, la de la sociedad agraviada.
Y cuando a eso de las nueve de la mañana, cuando apenas se iban juntando los marchistas que acompañarían al poeta Javier Sicilia en Río Churubusco y Eje Central y un joven economista enarbolaba una bandera nacional, en Acapulco, delante de su esposa y de sus hijos, fue asesinado Ángel García García, ex funcionario de Seguridad Pública de Guerrero, en el momento en que salía de una iglesia.
Tenía razón, el poeta Javier Sicilia, el país huele a mierda, son miasmas de los políticos y sus partidos. Es el país, el que está hecho mierda. Hay que reconstruirlo desde sus cimientos.

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