Reforzará EU frontera entre ambas coreas

El olor a humo y pólvora permanece en la provincia de Yeonpyeong.
El olor a humo y pólvora permanece en la provincia de Yeonpyeong.

COREA.- El búnker 74-2A permanece desierto. Sólo unas mantas, un calentador y una caja vacía de tallarines instantáneos indican que fue aquí donde decenas de personas se salvaron de morir bajo los bombardeos de Corea del Norte. Fuera, en la avenida principal que cruza la aldea de la isla de Yeonpyeong, permanecen el olor a quemado y el paisaje bélico de las ruinas. Algunos vecinos buscan pertenencias que salvar entre los escombros. La mayoría se han marchado.

Los 175 obuses que cayeron sobre la población, cuyos restos todavía se pueden encontrar esparcidos entre los escombros, son un recuerdo de que este pedazo de tierra de tan sólo siete kilómetros cuadrados es la primera línea de defensa en caso de una guerra en la península coreana.

Situada junto a la frontera marítima que divide ambos países, en el Mar Amarillo, Yeonpyeong ha empezado a recibir refuerzos militares. Un buque de guerra surcoreano hace guardia frente a la costa mientras jóvenes marines llegan en fragatas, dispuestos a defender la isla.

Se pueden ver coches y motos convertidos en chatarra, casas ennegrecidas por el fuego, cristales sobre el pavimento, un carrito de bebé abandonado en mitad de la calle -¿de una madre que salvó a su hijo en el último momento?- y una escuela intacta. Está situada a tan sólo 20 metros de donde cayó uno de los proyectiles. Sólo el azar, decidido en apenas unos instantes, decidió qué iba a ser destruido y qué salvado.

Yeonpyeong es un pueblo fantasma después de que casi todos sus habitantes hayan sido evacuados, incluidos los dos que murieron en el ataque del pasado martes junto a dos soldados surcoreanos. Eran obreros de la construcción: sus cadáveres fueron hallados en una todavía humeante vivienda a medio construir. Ni las escenas de destrucción ni las nuevas amenazas de Corea del Norte han hecho desistir a los más tercos. Decenas de vecinos desoían esta mañana las órdenes de su propio Gobierno y regresaban a la isla para ver qué había sido de su aldea, sus casas y sus vecinos.

El pescador de cangrejos Chang Seung-Kown y su mujer, Ae, llegaban en el mismo barco que este corresponsal, esperando encontrar su vivienda todavía en pie. “Estaba cocinando kimchi (un plato tradicional coreano) cuando escuché las detonaciones. Pensé que había sido un terremoto”, decía ella mientras el barco se aproximaba a la isla, situada a tan sólo 12 kilómetros de la costa norcoreana. “Escuchamos un aviso por los altavoces de emergencia y corrimos al refugio”.

Yeongpyeong es una comunidad pequeña formada por mil 700 habitantes y algo menos de un millar de casas. Sobrevive de la pesca del cangrejo. Sus habitantes son conscientes de que viven al límite de la frontera nuclear que divide a dos países enemigos. Desde sus playas se puede ver, en los días claros, el territorio desde donde los norcoreanos lanzaron su batería de proyectiles hace dos días. Han aprendido a vivir con la amenaza y no les altera. “¿Miedo? Nacemos y morimos en este sitio. Estamos acostumbrados a las maniobras, las escaramuzas y todos los problemas. Seguimos con nuestras cosas como si nada”, dice Park, otro pescador cuya casa no resultó dañada en el ataque.

La zona vive las últimas horas bajo los tambores de guerra. El anuncio de maniobras masivas a partir del domingo por parte de Corea del Sur y EEUU, cuyo portaaviones George Washington se dirige ya hacía aquí, hace temer un error de cálculo por una de las partes que degenere en una guerra abierta.

Si ocurriera, las primeras bombas volverían a caer sobre la pequeña isla situada en primera línea. El ataque del martes, el mayor sufrido por la aldea desde el final de la guerra coreana en 1953, no sería nada en comparación. “Esperaremos lo que venga en Yeonpyeong”, dice Park desafiante. “Esta es nuestra casa”.

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