Por Horacio Corro Espinosa ///
“Conmoción mundial ante la renuncia de Benedicto XVI”, es lo que rezan las notas más importantes en la mayoría de los noticiarios del mundo. En este momento ya todos sabemos que renunció al papado el mismísimo Joseph Aloisius Ratzinger.
Se dice que para su despedida, estarán invitados presidentes, reyes y dictadores del mundo para presentarle sus últimos respetos a este hombre también llamado “Su Santidad”. Le llaman “Su Santidad”, sólo porque es el Papa. Y porque es el Papa, sólo por eso, dicen que es el santísimo del mundo. Además, porque miles de millones de católicos lo aman. Pero sobre todos estos títulos, aseguran que es el representante de Dios en la tierra.
Mucha gente se preguntará que porqué los hombres más inteligentes, como son los mandatarios, caen en la tentación de estar junto a un hombre que se dice representar a Dios en el mundo.
La respuesta es espiritual. Trataré de explicarme. Todo comienza desde el famoso sacramento del bautizo que la iglesia católica les exige a sus feligreses. Cuando el bebé es “nacido de nuevo” por el chorrito de agua que le echan en la cabeza, se convierte en miembro de la institución católica romana y súbdito de sus leyes. A partir de ese momento pasa a ser ciudadano de dos países. Tiene dos banderas, dos presidentes, dos constituciones y dos lealtades.
El Vaticano es un estado que tiene gobierno, tiene moneda propia, embajadores y en todo el mundo se le reconoce como nación, así como se le reconoce a México, Francia, Chile, Alemania, etc.
Ese bebé que fue bautizado, cuando crece y es un buen católico, su primera lealtad será para el Vaticano, no para el país donde nació. Aquí tengo que aclarar, para los que no lo sepan, que el Papa, es el único en el mundo que ejerce dos cargos: el de estado y el de líder religioso.
El sacramento del bautizo es lo que permite crear una atadura espiritual entre el niño y la iglesia católica. Esa atadura no la vemos, pero existe.
En una colina de Roma había un lugar llamado el “Circo”, donde masacraban a los seguidores de Cristo para complacer a César Nerón. Eso lo hemos visto en las películas. En el centro de ese sitio había un enorme obelisco egipcio, donde años después se construirían las oficinas más fastuosas del mundo. La colina se llamaba “Vaticanus”. Para los que no sepan, les anotaré al margen que, vaticanus quiere decir adivinación. Allí nació una nueva religión y se presentaron a los nuevos césares, pero con otro título: el de El Papa.
Hoy, Roma, es la sede del poder mundial. Controla a la ONU, casi a todos los gobiernos y las finanzas del mundo. También controla a sus miembros desde la cuna hasta la tumba. ¿Ahora entienden porque hay un dicho que dice que “todos los caminos conducen a Roma”? Tan es así que después de la renuncia de Ratzinger, como Papa, cae un rayo en la cúpula del vaticano. Para muchos, ese relámpago es un mensaje. Les diré que en la Biblia, en Lucas 10:18 dice —Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo —respondió Jesús—.
Si el Papa fuera el verdadero sustituto de Cristo en la tierra, debería tener similitudes. Veamos: Cuando Jesús estuvo en la tierra sí tuvo riquezas, pero el papa tiene bajo su control una de las corporaciones más ricas del mundo.
Jesús se vestía como un hombre común. Al papa sólo se le ve con vestiduras reales. Jesús vivió en un ambiente sencillo, pero el papa está rodeado de opulencia. Jesús sin descanso estaba al servicio de las multitudes, mientras que el papa sólo se reúne con los líderes de cada nación. Muchos odiaron y rechazaron a Jesús porque él predicaba la verdad. En cambio millones de personas en todo el mundo alaban al papa. El papa recibe la alabanza de los hombres, pero Jesús enseño a los hombres a adorar solamante a Dios Padre, y de sí mismo dijo lo siguiente: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”. Marcos 10:18
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