El último mito comunista


Especial para oaxacaentrelineas de José Luis Camacho López.-La muerte de Arnoldo Martínez Verdugo, para una izquierda mexicana que oscila entre ser satélite del PRI y los antiguos sueños opio de antes de la caída del Muro de Berlín, conlleva posiciones encontradas e irreconciliables. Por un lado están los ahora ancianos militantes de una izquierda, la cual, desde 1919, no ha logrado constituirse con una unidad armónica, orgánica y efectiva que supere el estigma de estar condenada a la derrota en las urnas. Por otro lado, están los que buscan la oportunidad de treparse al poder público con sus maridajes pragmáticos con el Partido Acción Nacional a la hora de buscar el voto de los electores, como ocurre estos días en Baja California.
Lamentablemente Martínez Verdugo, desde que estaba en vida, se había convertido en un mito al que viejas y nuevas izquierdas le rendían un tributo grotesco y cínico.
Los izquierdistas que lograron llegar al poder político en el Distrito Federal y en estados como Guerrero, Zacatecas, Baja California Sur y Tabasco no se diferencian en mucho de los gobiernos del PRI o del PAN a la hora de ejercer el poder por una razón incontrovertible. Practican el mismo culto al poder del dinero. El trapecio es su mejor deporte. Son expertos en el arte de brincar de una curul a otro o de un partido a otro o de un puesto público a otro. Se han convertido en altos filósofos de los usos venales del poder.
Sus vicios son exactamente los mismos que decían combatir: el lucro grosero y ofensivo de las causas populares.
El gobierno del Distrito Federal y los de las delegaciones son el mejor ejemplo de una izquierda arcaica, demagógica y simuladora. Practican formas de control muy superiores a las que ejercía el PRI hasta antes de 1997. Su aparato burocrático central y delegacional guarda características similares al antiguo estalinismo doctrinario del ahora desaparecido Partido Comunista Mexicano (PCM). Escuchan para no escuchar, dialogan para no dialogar. Gobiernan para no gobernar. La sociedad está ausente de sus decisiones.
Arnoldo Martínez Verdugo no es ejemplo para nuestras izquierdas. No puede serlo. Su memoria es de comprobadas honestidades. Lo ofenden quienes en afanes simplistas, esperan ansiosos convertirlo en otra estatua de sal en la historia de la izquierda mexicana. Uno de sus defectos fue no adorar el dinero. Sólo tuvo dos cargos públicos, diputado federal en 1979 y delegado de Coyoacán en 1997. De ninguno de ellos salió próspero como ha ocurrido con otros legisladores, legisladoras o jefes o jefas delegacionales de la llamada “izquierda”. Habrá quizás excepciones, pero no es lo común en esos hombres y mujeres “valiosos” de la “izquierda mexicana”.
En Coyoacán, era común verlo comer barbacoa los domingos en un mercado sobre ruedas en las calles de América. Si hay algo que apreciarle a Martínez Verdugo es su robusta sencillez y humildad. Jamás estuvo al tanto de que las oficinas de las delegaciones son auténticas “minas de oro” trianuales. En Coyoacán, los llamados “recursos autogenerados” provenientes de alquiler de la vía pública, autorizaciones para abrir antros o violaciones de usos del suelo, son la fuente de enriquecimientos que evaden cualquier tipo o cerco de fiscalización.

Martínez Verdugo perteneció a una generación de una izquierda que aunque autoritaria e intolerante, demasiado enferma por el dogma, que podía estar equivocada en sus estrategias, confundir la crítica y la autocrítica con la traición, le salvaba el ánimo de la entusiasta juventud que nutría sus filas, esperanzada por la idea de un mundo mejor, de humanidades y solidaridad, sin las miserias tan atroces que aún golpean hasta ahora la piel de la nación.
Murió Arnoldo con esa misma idea de alcanzar un mundo y un México con una “profunda transformación de la sociedad”, como lo dijo en hace meses en Tlalpan en ocasión de cumplir 88 años.
Martínez Verdugo aprovechó bien la llamada apertura democrática de Echeverría y la reforma política de López Portillo porque no había otras vías políticas. Habían sido décadas de martirologios para el PCM. Los sangrientos sucesos de 1968 y la guerra sucia practicada para eliminar a opositores que habían tomado las armas en los setentas, demostraron que en México la lucha armada era inviable y fuera de todo contexto histórico nacional y regional.
Si algo se le debe a Martínez Verdugo fue ver con claridad que el PCM como partido en la disidencia semiclandestina carecía de porvenir político y social, en un país extraordinariamente complejo y con una sociedad diversificada que no alcanzaba a compararse a la rusa de principios del siglo XX ni la cubana de la mitad de la anterior centuria.
Es una pena que la muerte de este líder de la izquierda mexicana vaya a carecer de efecto reflexivo real en nuestras izquierdas; quedará como otro símbolo y mito histórico como son las memorias de Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Heberto Castillo y de Vicente Lombardo Toledano.

Miguel Ángel

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