Los pájaros alambreados / Las malas conciencias

Por Libre Pensador
La pregunta ¿Cuál es la analogía entre Libia y México? El culto impasible a la muerte.*
La caída de los ídolos, Cuauhtémoc Cárdenas recibirá la medalla Belisario Domínguez
*La congruencia de Ernesto Cordero contra el PRI con dos expriistas como sus principales porristas*
La insondable división entre los periodistas mexicanos
* Máscaras contra cabelleras

En julio de 1988, en plena irritación política, caído el sistema electoral, cuando los simpatizantes del Frente Democrático Nacional llenaron el zócalo y estaban dispuestos a todo, Cuauhtémoc Cárdenas dudó en continuar la lucha por la presidencia de la República.

El “Ciego” Francisco Ortiz Mendoza, quien falleció el 29 de enero de 2010, testigo central, aseguraba que Cuauhtémoc no se atrevió a continuar la lucha contra el “fraude electoral” y lanzar a sus miles de simpatizantes que le exigían tomar Palacio Nacional, porque tras las puertas del edificio estaban tanques y tropas dispuestas a disolver a sangre y fuego la manifestación de los cuauhtemistas.

Cárdenas tomó la decisión correcta, pasará a la historia como el hombre que sacrificó la Presidencia de la República para salvar vidas; en otro sentido habrá de ser juzgado por apagar un incendio y silenciar un enorme movimiento político de izquierda nacionalista que estremeció a la nación en 1988.

En 1994 el hijo del “Tata Cárdenas” ganó el gobierno del Distrito Federal casi como premio de consolación y en las elecciones del 2000, enterraría políticamente a la izquierda colocándola por debajo de un PRI con un candidato blandengue, Francisco Labastida, quién quizás bajo el temor de lo que le pasó a Luis Donaldo Colosio, no se atrevió a denunciar que fue víctima de una trama para que su partido perdiera las elecciones presidenciales y entregara dócilmente el poder.

El ingeniero Ortiz Mendoza, un político surgido en las duras peleas de la izquierda mexicana, no estaba seguro de que Cuauhtémoc haya actuado de acuerdo a las circunstancias. Aunque difícilmente se sabrá si fundador y líder moral del PRD ganó las elecciones de 1988, siempre quedará para la memoria de la izquierda mexicana esa duda histórica: si le tembló la mano o actuó con una prudencia que no es la característica de hombres de la talla de su padre cuando expropió las empresas petroleras y declaró la nacionalización de los hidrocarburos en marzo de 1938.

Hoy Cuauhtémoc está feliz. Recibirá una manoseada medalla Belisario Domínguez otorgada más en función de negociaciones político-partidarias que por méritos de los honrados con esta presea. Ahí están los casos de los difuntos Carlos Castillo Peraza, Fidel Velázquez, José Ángel Conchello o Rufino Tamayo o de los vivos Luis H. Álvarez y Carlos Fuentes u otros de esa lista de “honorables” sin los méritos para acreditar los valores y principios sobre los que nació el otorgamiento de la medalla, nada comparables con la figura del senador chiapaneco sobre la que se inspiró el otorgamiento de ese reconocimiento. Porqué le dan la medalla a Cuauhtémoc: ¿Por callar en 1988? ¿Por estar en contra de Andrés Manuel López Obrador? ¿Por dividir más a la cancerosa izquierda mexicana?

Era más creíble dar esa medalla a la señora Rosario Ibarra de Piedra por su lucha por los desaparecidos políticos, pero Cuauhtémoc prefirió aceptarla en lugar de cederla a esa gran luchadora social. Al hijo del general de Jiquilpan todavía mantiene los resentimientos contra el partido que lo obligó a salir en 1987. Tampoco quiere que el PRI regrese a Los Pinos en el 2012.

Ganó en las elecciones de 1994 porque el PRI ya estaba en retirada en el Distrito Federal con un pésimo jefe de Gobierno como fue el contador Oscar Villarreal y la abulia de un gobierno autista como el de Miguel de la Madrid y Ramón Aguirre frente a la tragedia de miles de capitalinos durante los sismos de 1985.

Cuauhtémoc recibirá una medalla en un país sembrado de cadáveres por la violencia del narcotráfico y de un régimen, del que forma parte el Senado de la República, que ve complaciente como se ha erigido el culto a ¡Viva la muerte!, como símbolo nacional sobre la vida en el país.

Nada comparable con la figura de Octavio Paz, cuyo nombre ha sido impuesto hace unos días a una sala del Senado de la República, el mismo recinto donde Cuauhtémoc recibirá la Belisario Domínguez. En 1968, el poeta Octavio Paz, en un acto de la mayor congruencia humana, intelectual, política e histórica renunció a la embajada de la India.

Octavio Paz

Fue tan congruente el poeta con su pensamiento, como lo es el de Javier Sicilia, y el mismo Miguel Ángel Granados Chapa al evitar combinar cargos administrativos con funciones periodísticas. La congruencia es un acto de alta moral pública de la que carecen nuestros intelectuales y políticos. Hoy vivimos el régimen del cachondeo político y de la simulación.

Cuauhtémoc Cárdenas recibe la medalla cuando está en marcha la plena privatización de Petróleos Mexicanos y una matanza brutal en el país por la guerra al narcotráfico. Acepta gustoso, una medalla en honor de un senador que fue asesinado por el gobierno golpista de Victoriano Huerta por ser congruente con su forma de pensar y ver por el país, por exigir la renuncia del sanguinario golpista y acusarlo de los ominosos asesinatos de Francisco I. Madero y Pino Suárez.

El médico y periodista Belisario Domínguez nunca pudo pronunciar su discurso contra Huerta y fue asesinado en Coyoacán en octubre de 1913.

Cuauhtémoc recibirá gustoso tal medalla cuando el director general de Petróleos Mexicanos, Juan José Suárez Coppel, se pitorrea del Congreso, no perdona ni a la burla. Pasa olímpicamente por encima de la ley “al invertir recursos de la empresa en un paquete de acciones de la española Repsol sin la autorización previa del consejo de administración de la paraestatal”, según afirmaron diputados del PRD, PT y PRI durante una comparecencia del funcionario en la Cámara de Diputados.

El otorgamiento de esa medalla al líder del desaparecido Frente Democrática Nacional se justifica porque Cuauhtémoc influyó en la construcción del México moderno. ¿Cuál? ¿El de la más grave y profunda desigualdad social? ¿Por su incapaz y anodino gobierno en el Distrito Federal? ¿Por qué se le reconoce ceder en el movimiento de 1988?

Este año ese otorgamiento motivó fisuras, ni en el PAN ni en el PRI estaban convencidos de dársela, la ceremonia tradicionalmente efectuada el 7 de octubre se pospuso y se efectuará el miércoles 27 de este mes. Algunos legisladores del PRD, sin memoria, lo festejan otros se hicieron a un lado.

Los que vieron la sombra de ahondar la separación en el partido que nació de las luchas del Frente Democrático Nacional en las que participó activamente Ortiz Mendoza. No es solamente el “Ciego” el único que recriminó a Cuauhtémoc su debilidad a la hora de tomar decisiones más valerosas, lo mismo que a Andrés Manuel López Obrador en el 2006.

En la foto, Alejandro Encinas a la derecha

Según Alejandro Encinas, que navega de un barco a otro, la medalla a Cuauhtémoc, es el reconocimiento a las luchas de la izquierda en México. ¡Por favor Alejandro! ¿Qué te pasa?

La izquierda tiene el mismo problema que el PRI y el PAN y el resto de los partidos satélites. Ni congruencia ni autocrítica se asoman en sus filas y menos en sus dirigencias.

Todo es complacencia y apapachos, besos y abrazos en nuestra ya anciana izquierda en un Senado que en la esquizofrenia de la incongruencia, en un montaje de las “buenas conciencias” de la virtuosa actriz María Rojo arropada en el discurso del polifacético historiador orgánico del nuevo régimen, Enrique Krause, honra a un poeta que tuvo la hombría de protestar por la matanza del 2 de octubre de 1968 y celebra al mismo tiempo la entrega de la Belisario Domínguez a un político que su único mérito es haber sido hijo del único presidente mexicano con el valor y la energía de enfrentar, con todos los riesgos, hasta la de su vida, a las poderosas empresas petroleras y a un gobierno en Washington, republicano o demócrata, que nos ha mantenido boca abajo hasta ahora.

Para rematar la ceremonia de imponer el nombre de Octavio Paz a una sala del Senado estuvieron los siempre intelectuales de “buenas conciencias” Homero Aridjis, Fernando Serrano Migallón, Gerardo Estrada, Eduardo Lizalde, Ernesto de la Peña, Guillermo Tovar y de Teresa, Lorena Salazar Macháin, Amparo Galdoz, Arnaldo Coen y la actriz Sivia Pinal. Los de siempre.

Se salva Silvia Pinal porque ella no se las da de pertenecer a clanes.

Silvia Pinal

Esta congruencia alcanza al candidato oficial del PAN a la presidencia. Es tan brillantemente congruente Ernesto Cordero, quien cada vez que vomita sobre el eventual regreso del PRI a Los Pinos, se hace acompañar de los modernos filósofos del panismo moderno, los honorables tránsfugas priistas Javier Lozano Alarcón y Miguel Ángel Yunes.

Otro honorable congruente es el virulento excomunista Jorge Alcocer que ahora hace ronda en el PRI en la comparecencia de Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones en Querétaro.

Bueno, para que la patria se vista de colores como el poema de López Velarde, el que de plano debe ser declarado el presidente demente clara y visionaria, y próximo candidato a la Belisario Domínguez, primer presidente de la alternancia, es ese buen hombre y siervo de la nación llamado Vicente Fox, por proponer treguas y amnistías con el crimen organizado.

Dada la brillantez de su filosofía, la próxima propuesta del benemérito guanajuatense y primer presidente de Acción Nacional en Los Pinos va encaminada a que los honorables miembros del crimen organizado formen parte de un gobierno de coalición, con alguna de las carteras, de la secretaría del Trabajo, por ejemplo.

Miguel Ángel Granados Chapa

Discordia de medios
Son puras benditas congruencias, las mismas que florecen en el medio periodístico mexicano salvo la excepción del desaparecido Miguel Ángel Granados Chapa, cuyo fallecimiento puso a flote las duras e interminables discordias entre los periodistas mexicanos.

Unos pocos publicaron la noticia de su muerte. No era noticia la muerte de un periodista de su talla moral y ética. Tengo la convicción de que en México hay muy pocos periodistas honestos, limpios y transparentes. Uno de esos pocos era Miguel Ángel Granados Chapa.

Cuando se equivocaba lo reconocía. Era ejemplo de congruencia. Le debemos a él una lucha intransigente por las libertades públicas en este país a pesar de que nunca ha sido fácil hacer periodismo real en México. La censura o la autocensura dominan nuestro frágil periodismo en las grandes empresas mediáticas.

No fue el periodista perfecto porque éste no existe, pero hay que reconocerle que en su columna Plaza Pública y en el espacio radiofónico de Radio Universidad, daba espacio a luchas y expresiones de voces no atendidas en las tribunas de los medios de comunicación de México.

Tampoco escribía en la tribuna perfecta porque éstas tampoco existen aún en el país. Escribía para un periódico empresarial donde los periodistas son casi vasallos, ni siquiera empleados, el Reforma, que lo mismo cultiva el tráfico sexual que las partes más abyectas y oscuras de la nota roja con perturbadoras fotografías y cabezas en su pasquín llamado Metro, un modelo escatológico del periodismo mexicano del drenaje profundo capitalino, una versión neomoderna liberal de Alarma.

Pero aún así creo que Miguel Ángel Granados Chapa deja un insondable vacío en los espacios de los medios de comunicación mayormente dominados por la vanidad, la egolatría y el culto a la simulación, donde la crítica se hace a modo. Miguel Ángel era un periodista de convicciones, lo mismo que Fausto Fernández Ponte, quien falleció en septiembre de 2010. Pocos periodistas del siglo XX como ellos dos.

Es una gran pena la muerte del autor de Plaza pública por la ausencia de inteligencias claras y honestas en el periodismo mexicano, sobre todo en estos momentos de grave agobio en la nación.

Julio Hernández López, quien escribe en la furibunda La Jornada, que desde conocida la muerte de Granados Chapa regateó el espacio al hecho y lo refundió en interiores, dice con toda razón que quienes “hoy elogian a MAG Chapa muchos políticos que practican lo que él combatió, y muchos periodistas que combaten lo que él practicó”.

Julio Hernández

Y esto es rigurosamente cierto, muchos colegas que se las dan de puritanos pero que eran puntuales adoradores del “chayo” le rendían culto a Granados Chapa. De todo rodeaba al maestro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, quien entre sus grandes méritos está el haber sido un defensor implacable de la educación pública y de la Universidad laica, pública y gratuita.

Nada que ver con el exempleado de Luis Echeverría y ahora columnista Enrique Galván Ochoa, quien a través de su columna Dinero en La Jornada y extraño colaborador de Carmen Aristégui despotrica y le pega con saña a la UNAM y al rector José Narro. El periodista y universitario Granados Chapa siempre lo ponía en su lugar, Enrique y ni chistaba.

Es una lástima que los periodistas mexicanos estén envenenados de tanta discordia. La muerte de Granados Chapa puso en evidencia la profundidad de las divisiones en el gremio. Los “puros” contra los “impuros”. Máscaras contra cabelleras. Carmen Aristégui contra Carlos Marín y Ciro Gómez Leyva y viceversa. Al poder político le conviene un gremio erosionado por sus diferencias insuperables.

Hace unos años, un gobernador de Hidalgo presumía que todos los corresponsales de los medios nacionales eran sus empleados y lo probó. En un acto dedicado al Día de la Libertad de Prensa reunió a los corresponsales de todos los medios nacionales o del DF, como sus comensales.

Les preguntó a cada uno de que medio venían. Uno a uno se levantaba de su silla y se presentaba orgulloso de su medio luciendo sus credenciales: de La Jornada, del Unomás uno, de El Día, de Excélsior, de El Universal, del Sol de México, de El Nacional, de El Financiero, de El Economista, de Radio Centro, Radio Fórmula.

Estaban todos presentes, pero el cálido desayuno se enfrió cuando el gobernador les preguntó: Bueno, dijo e hizo una pausa: ¿y quiénes son mis empleados? Todos callaron. Hicieron mutis. Unos trabajaban en la oficina de prensa del gobierno, otros en la salas de prensa del Congreso Local, otros en la Biblioteca otros eran su corre ve y dile…

Lástima Margarito… y yo que te creía en la prensa libre de la Sociedad Interamericana de Prensa.

Miguel Ángel

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