En México, la desaparición de los glaciares es irreversible, tal fue el caso del Ayoloco, que se encontraba en el volcán Iztaccíhuatl, uno de los más emblemáticos en la geografía de la región central del país. Los científicos llaman a llevar a cabo acciones colectivas e individuales para combatir el cambio climático y dejar un mejor futuro para las generaciones venideras.
Hay una palabra para nombrar el dolor y la tristeza que genera el cambio climático, el sentimiento de que el planeta en el que se vive y ama está bajo ataque, es la “solastalgia”.
Fue este sentimiento el que experimentaron científicos y montañistas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cuando en 2018, las imágenes satelitales y fotografías aéreas que tomaban, les mostraron que no había más hielo que monitorear en la llamada “zona de la panza” del volcán Iztaccíhuatl: el glaciar Ayoloco, que se encontraba ahí, había muerto.
Tres años después, los mismos científicos que hicieron este descubrimiento escalaron el volcán nuevamente para colocar una placa conmemorativa a 4626 metros sobre el nivel del mar, donde se encontraba el glaciar, con un mensaje dirigido a las generaciones futuras:
“Aquí existió el glaciar Ayoloco y retrocedió hasta desaparecer en 2018. En las próximas décadas los glaciares mexicanos desaparecerán irremediablemente. Esta placa es para dejar constancia de que sabíamos lo que estaba sucediendo y lo que era necesario hacer. Sólo ustedes sabrán si lo hicimos”.
Así se veía desde la Ciudad Universitaria en la capital de México el volcán Iztaccíhuatl con su glaciar.
Nos estamos jugando es nuestra permanencia sobre la faz de la Tierra
El Ayoloco se nutría desde el sistema de la panza del volcán y bajaba hacia el occidente; era una masa blanca que se alcanzaba a distinguir desde la Ciudad de México.
Hugo Delgado Granados, investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM, ha observado desde hace años la rápida desaparición de las áreas glaciares en el volcán Iztaccíhuatl, que se aceleró de manera irreversible desde la década de 1980.
El científico también formó parte del equipo de montañistas que en abril pasado escaló el volcán para colocar la placa que anuncia la muerte del glaciar.
“Los glaciares se declaran extintos cuando dejan de funcionar. En el área donde estaba el glaciar Ayoloco todavía hay masas de hielo pero ya no se comportan como masa de hielo glaciar. Eventualmente van a desaparecer, pero como tal, el glaciar no existe”, dijo.
“Lo que nos estamos jugando es nuestra permanencia sobre la faz de la Tierra. Ese es el mensaje: la desaparición del glaciar Ayoloco es lamentable, es una tragedia”.
El calentamiento global, producto de la actividad humana, ha extinguido ocho de las once masas glaciares que existían en el volcán Iztaccíhuatl; sólo quedan el sistema de la panza, el del pecho y uno muy pequeño, conocido como el suroriental.
El científico mexicano se mostró pesimista con respecto al destino de estos últimos glaciares, los cuales, dijo, se encuentran en una situación muy vulnerable y difícil y, lamentablemente, habrán de desaparecer también.
“El que hayamos colocado esa placa es para llamar la atención: aquí había algo y desapareció de una manera muy rápida, y que no debió haber sido. Lo que nos está diciendo es que nosotros también podemos desaparecer”.
En vista de este grave problema, que afecta glaciares, bosques, océanos, selvas, lagunas, el Día Mundial del Medio Ambiente, celebrado cada 5 de junio, se centra este año en la restauración de ecosistemas con el lema “Reimagina, recrea, restaura”.
Restaurar los ecosistemas significa prevenir, detener y revertir este tipo de daño, pasar de explotar la naturaleza a curarla. Para ello, y precisamente en este día, arrancará el Decenio de las Naciones Unidas sobre la Restauración de Ecosistemas (2021-2030), una misión global para revivir miles de millones de hectáreas, desde bosques hasta tierras de cultivo, desde la cima de las montañas hasta las profundidades del mar. Sólo con ecosistemas saludables podemos mejorar los medios de vida de las personas, contrarrestar el cambio climático y detener el colapso de la biodiversidad.
Función vital
Todos los glaciares tienen una función vital tanto para las comunidades donde se encuentran como para el medio ambiente: además de escurrir a las lagunas, su agua se infiltra a los mantos acuíferos y los recarga; las masas de hielo, por su color claro, reflejan la radiación solar y ayudan a mantener el clima fresco.
Placa conmemorativa de la existencia del glaciar Ayoloco en el volcán Iztaccíhuatl, en México.UNAM/ María Paula Martínez
El Ayoloco alimentaba las lagunas del volcán y en tiempos de sequía proveía de agua a los habitantes de la zona, perteneciente al municipio de Amecameca, en el Estado de México.
En 2020, la Organización Meteorológica Mundial advirtió que con sus altas temperaturas globales, el verano de ese año tuvo un grave impacto sobre las capas de hielo y los glaciares.
Entre julio y septiembre de ese año se registraron temperaturas récord en el Ártico e incendios devastadores. Esto ocasionó el desprendimiento de la última plataforma de hielo que quedaba intacta en Canadá y grandes pérdidas en los glaciares de la región de los Alpes, en Europa.
“Estos eventos causan graves daños sobre los ecosistemas, aumentan el nivel del mar y amenazan la vida humana y la infraestructura”, alertó en su momento el organismo de las Naciones Unidas.
El Programa para el Medio Ambiente de la ONU también ha advertido que el deshielo de los glaciares es uno de los efectos más visibles del cambio climático puesto que, a medida que las temperaturas del planeta aumenten, se irán perdiendo estos reservorios de agua dulce.
Llamado a la acción
A pesar de que la pérdida de los glaciares en el mundo es irreversible, todavía hay acciones que se pueden tomar desde el ámbito gubernamental, colectivo e individual para reducir el avance del calentamiento global, enfatizó Delgado Granados.
Por ejemplo, es necesario que los gobiernos propicien la reducción del uso de combustibles fósiles, que den incentivos fiscales para la compra de automóviles y vehículos híbridos y eléctricos, y que promuevan la producción de energías limpias con tecnologías como la geotermia, solar y eólica.
Desde lo individual, ahorrar y cuidar el agua y la energía eléctrica, y reducir el uso de combustibles fósiles; en lo colectivo, es necesario ser ciudadanos participativos que exijan a sus autoridades cambios en las políticas públicas destinadas a reducir el calentamiento global.
“Esto es una tarea de todos, es muy importante la acción del gobierno, pero también de nosotros mismos participando y exigiendo a las autoridades que hagan lo que deben hacer”, dijo.
“Es poco humano, poco ético si vemos esta situación no decirlo en voz alta, que podamos llamar la atención, decir: esto es lo que está pasando y tenemos que actuar todos”.
Estos alpinistas subieron a la cima del Iztaccíhuatl a colocar una placa recordando la presencia del glaciar Ayoloco.
Una pérdida irreparable
La montañista y directora de Literatura y Fomento a la Lectura de la Coordinación de Difusión Cultural, Anel Pérez Martínez, ha escalado el Iztaccíhuatl desde hace 12 años. Su experiencia es que las primeras veces se requería cierta experticia y dominio técnico de las placas de picos, crampones, bastones y eventualmente del piolet. Al llegar al glaciar la vista toda era la blancura de la nieve y de la pureza del agua que los expedicionistas consumían del glaciar, después de derretirla.
“Estar ahí ahora en estar en una zona que es terregosa, arenosa, fría, seca… son emociones estremecedoras porque implican la ausencia del glaciar”, reflexionó.
“Ayoloco significa en náhuatl el lugar del corazón del agua. Es dramático porque suena a un corazón que deja de latir, que deja de llevar, de circular el agua”.