* Recordó Inbal legado de la célebre creadora en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en el centenario de su nacimiento
Ciudad de México.- En el marco de la conmemoración por los 100 años del nacimiento de Joy Laville, (Wight, Inglaterra, 8 de septiembre de 1923-Cuernavaca, Morelos, 13 de abril de 2018), historiadores de arte, curadores, periodistas culturales y funcionarios analizaron la vida y quehacer artístico de esta reconocida pintora y escultora, testimonio inigualable de la creatividad y el compromiso que definieron a una de la pintoras más destacadas del siglo XX mexicano.
Durante el homenaje organizado por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (Inbal) en la Sala “Manuel M. Ponce” del Palacio de Bellas Artes, Lluvia Sepúlveda Jiménez, coordinadora nacional de Artes Visuales del Inbal, destacó que Laville dejó una huella indeleble en el mundo del arte con su innovador enfoque en la plástica.
“Laville se convirtió en una figura influyente en la escena artística mexicana, gracias a su capacidad para fusionar elementos escultóricos y para representar la riqueza visual y espiritual de México. Su obra es testimonio de su profundo amor a México y su fascinación por su historia y tradiciones”, apuntó.
“Una de las características más notables de la obra de Laville es su habilidad para experimentar con diferentes técnicas y materiales. A lo largo de su carrera exploró la escultura en piedra, madera, metal y cerámica, así como la pintura en óleo y acrílico. Su versatilidad artística la llevó a crear piezas que varían desde esculturas monumentales hasta delicados cuadros abstractos”, destacó.
Afirmó que Laville también fue una gran pintora del cuerpo femenino desde su propia feminidad, como ella misma mencionaba al señalar que prefería el cuerpo de las mujeres porque, con tres puntos decorativos, hay más cosas sucediendo que en el del hombre, mientras que su esposo Jorge Ibargüengoitia destacaba el rico mundo plástico, atemporal y único que presentó en sus piezas, al afirmar que sus cuadros no eran simbólicos, alegóricos o realistas, sino que eran como una ventana a un mundo misteriosamente familiar.
Al referirse a la exposición “El silencio y la eternidad”, abierta en la Sala “Fernando Gamboa” del Museo de Arte Moderno (MAM) hasta el 29 de octubre, y apoyados en una serie de imágenes, los curadores Lucía Peñalosa y Carlos Segoviano hablaron de la historiografía, obra, estilo, formas, motivos, elementos, carácter y variaciones, entre otros aspectos del trabajo realizado por la artista plástica a lo largo de su trayectoria y desde una perspectiva contemporánea.
“El día de hoy la obra de esta artista nos vuelve a convocar en este recinto para celebrar el centenario de su nacimiento. Sin duda es un momento idóneo para revisitar su obra y acercarla a nuevas generaciones. A la par, representar otras vertientes no tan conocidas de su trabajo como su faceta escultórica además de su acercamiento a la ilustración”.
“Tras este recuento podemos percatarnos que más allá de que aparentemente Laville se percibe como una artista de paleta y temas recurrentes, en realidad nos enfrentamos a un relato visual de un universo complejo que se desarrolla con prudencia y silencio hasta la eternidad”, coincidieron en señalar.
Al analizar la exposición que se presenta en el MAM, Susan Crowley, periodista cultural, dijo que Joy es una artista de una serenidad sabia y ancestral. “Joy Laville es lejana a cualquier provocación o moda del mundo del arte. Ella se decanta por la compleja existencial poesía de los silencios. Sin tener que quitar los espacios, la ausencia se vuelve lo más irremediable de todas las presencias en su obra. Estamos en el presente puro. Es de las artistas a las que les debemos mucho, sus obras son historias, murmullos y sonidos”.
Por su parte, la periodista cultural, Merry MacMasters, hizo un recuento de la presencia de la escultora en la Galería de Arte Mexicano (GAM) y de una entrevista realizada a la promotora cultural Mariana Pérez Amor.
“La pintora Joy Laville se encontró con la horma de su zapato en muchos momentos de su vida, en especial en su relación con México. La encontró cuando decidió viajar en 1956 a San Miguel de Allende para estudiar pintura. En ese paraíso guanajuatense conoció al amor de su vida, el escritor Jorge Ibargüengoitia. También la encontró cuando se unió a la GAM, donde llegó para quedarse”, recordó.
Santiago Espinosa de los Monteros, curador y crítico de arte, afirmó que Laville ha sido una de las creadoras visuales más generosas, al compartir esa intimidad a la que nos integra con el simple hecho de permitirnos ver sus piezas.
“En el caso de Joy todo es muy llano, muy abierto, muy sin tapujos, el poder entrar a su trabajo es un acto de profunda generosidad, es asomarnos a su mundo personal y en ese acto pasar de ser observadores a ser habitantes de esos espacios fantásticos”, subrayó.