Por Libre Pensador
*¿Gozan de cabal salud nuestros hombres del poder?
*Se mantiene la misma imagen de un presidencialismo omnímodo, omnisciente y omnipresente
*En los estados, la misma historia de personajes casi intocables
*Cordero seguirá la misma línea pero mejorada
*Josefina no se dejará ganar por Los Pinos
Hace unos años se encontraron en uno de los mingitorios de Los Pinos dos ex condiscípulos de escuela. Uno era ya Presidente de la República el otro un famoso camarógrafo egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica de Churubusco y ex estudiante de economía.
Ambos habían pertenecido al mismo grupo político durante el movimiento estudiantil de 1968. Ninguno de los dos ex condiscípulos intercambiaron palabra alguna mientras descargaban los riñones a pesar de haber sido amigos muy cercanos. La frontera estaba marcada, ya no eran humanamente iguales.
En esa escena común en cualquier otro baño podía haber pesado en ese encuentro una investidura presidencial con la que se rodea a los presidentes mexicanos, a quienes se les ha llegado a imponer una personalidad por encima de lo humano.
Es una imagen que forma parte de la sacralización del poder en México, de sus ritos y símbolos que supuestamente a partir del año 2000 desaparecieron con la supercantada llegada de “la democracia y el fin del régimen de Partido de Estado”.
Los presidentes han gozado de una imagen casi celestial, antihumana, lo que ha favorecido los excesos de un presidencialismo que oculta su parte humana, su estado de salud físico y mental.
Nunca hemos tenido los electores la oportunidad de conocer perfiles siquiátricos de quienes pretenden gobernarnos desde los ámbitos de una presidencia municipal, una delegación política, un distrito local o federal, una senaduría, un gobierno estatal y mucho menos desde la Presidencia de la República.
Lo que corren son rumores sobre el estado de salud de los hombres del poder. Sus vidas son parte de los secretos reservados. Hubo un presidente al que se achacaba no dejar pasar “vivas” ni a las operadoras de los elevadores. Una fotógrafa llegó a ser exiliada cuando se le ocurrió fotografiar una pareja desnuda en Cancún, nada más que esa pareja estaba formada por el jefe de las instituciones mexicanas, jefe máximo de las fuerzas armadas, y una secretaria de Estado.
Un avance trascendental de la vida democrática bien pudiera ser que los futuros miembros de cualquier instancia del poder público pasaran una especie de prueba de ácido sometiéndose a un examen de confianza siquiátrica. No son pocos los maniáticos que desde cualquier oficina burocrática nos recetan sus enfermedades o desviaciones mentales en sus actos de poder. Los demagogos están entre los más peligrosos.
Nos engañamos, simulamos, en realidad no se han se han modificado de fondo las formas en que actúan los presidentes mexicanos, persiste en ellos esa imagen de un poder omnímodo, omnisciente y omnipresente. El cambio de régimen no representó un cambio en las conductas del poder. Se repiten los mismos casos que se criticaban en el pasado siglo XX.
La sociedad mexicana ha padecido todo tipo de mandatarios: maniáticos, mentirosos, simuladores, sicóticos, obsesivos y alguno que otro que ha gozado de sus cabales, no plenos, pero que les han permitido gobernar con un sentido racional y de hombres de Estado.
El mismo caso es el de los gobernadores. Uno de los más escandalosos en la historia de México es el de Maximino Ávila Camacho en Puebla. Era temido por su carácter voluble e irascible, un loco de atar. Otro caso para un manicomio fue el de Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí, un brutal cacique, siempre armado.
Nuestros gobernadores actuales han sido engendrados por el mismo sistema, sean del partido que fuere o al que pertenezcan ahora para mantenerse en el poder. Nuestro presidencialismo está muy lejano de ser democrático, lo será si sólo nos atenemos a los resultados electorales, así sean los que se mantienen bajo sospecha como los del 2006. Sin mayoría en los congresos, los presidentes y mandatarios estatales siguen las mismas viciosas prácticas de sus antiguos antecesores.
Nuestros mandatarios del poder siguen arrastrando las mismas prácticas corporativas del viejo priismo fundado por Plutarco Elías Calles. La vida de México sigue girando alrededor de lo que hace o dice el Presidente de la República. Mantiene el mismo foco de atención pública que con el viejo presidencialismo autoritario al que todavía se le rinde culto en la mayoría de los medios de comunicación.
Sigue siendo el líder de su partido y mantiene el poder sobre uno de los pilares básicos en los que se sostiene actualmente el Estado mexicano, las fuerzas armadas.
El cambio democrático electoral del año 2000 la transición marcada por el Tratado de Libre Comercio con América del Norte– ha mantenido intacto el poder unívoco del Presidente de la República. El Presidente nunca se equívoca ni para dar la hora, siempre tiene la razón.
El discurso atropellado del secretario de Hacienda y Crédito Público, el actuario Ernesto Cordero, ante unos tres mil militantes del Partido Acción Nacional, dentro de su precampaña para aspirar a la candidatura presidencial del PAN pinta de cuerpo entero al nuevo presidencialismo mexicano inaugurado con el partido fundado en 1939 en el edificio del Banco de Londres y México, un partido vale recordarle que se gestó para salir al paso de la política de nacionalizaciones del presidente Lázaro Cárdenas, el único de los dos presidente mexicanos que han gozado de una buena salud mental.
El joven Ernesto, quien intenta ganarle con toda la fuerza de Los Pinos la carrera a Josefina Vázquez Mota en la elección de la candidatura del PAN, ha presentado al presidente Calderón como una especie de dios político, lo llenó de halagos y facultades casi divinas al cual todos le debemos reverencia. Un su discurso de siervo, no de subordinado, Cordero llevó su apología de Calderón a los excesos que caracterizaron las reverencias de los priistas al viejo presidencialismo.
¿Cuál cambio? Los mismos impugnadores del viejo régimen, los mismos que reclaman ni siquiera ver por el retrovisor de un automóvil para ver al pasado, son quienes procuran sumisión al viejo presidencialismo y aspiran a continuarlo.
Esta escena del antiguo presidencialismo ahora modernizado, autoritario y arrogante, se reprodujo en el Museo Nacional de Antropología el pasado 2 de septiembre. Ya no se enfrentan los mandatarios a las voces y miradas cargadas de escepticismos de diestros opositores como Porfirio Muñoz Ledo, uno de los primeros en exigir derecho de réplica un primero de septiembre en el Congreso- ahora prefieren hacerlo ante auditorios a modo, simples oyentes y aplaudidores.
El presidente Felipe Calderón, en un largo y repetitivo monólogo, convirtió la escena de su quinto informe de gobierno en otro besamanos colectivo, donde el mismo opacó de lo que se quejó al señalar insistentemente que la situación de la inseguridad que vive el país le resta atención a los avances en los rubros de salud, educación e infraestructura de su gobierno.
El presidente dice escuchar propuestas sobre su estrategia de inseguridad pública y argumenta que nadie le ha presentado una sola que lo obligue a cambiarla. Puede ser que tenga razón, que a estas alturas de la guerra al narcotráfico ya no exista ninguna otra alternativa que utilizar a las fuerzas armadas como principal sostén de esa estrategia, pero lo que se le reclama es no haber atacado las fuentes por donde corre el dinero del narcotráfico en el aparato financiero ni tampoco consultar y apoyarse en el Congreso y el Poder Judicial para efectuar semejante tarea.
Su historia sería diferente si como buen mexicano, en esa ansiosa búsqueda de la unidad- unidad para qué, dice un historiador- de todos los mexicanos, se hubiera acordado, en el país de los hubieres, de que existe una sociedad a la que apela ahora.
Hoy, como bien dice Marcelo Ebrard– aunque les duela en lo más profundo a la familia política de López Obrador- hay que apoyarlo porque no nos queda de otra a estas alturas de la víspera del sexto año de gobierno y el final de una administración que marca la Constitución de la República.
El largo aplauso a las fuerzas armadas, a los militares y marinos asistentes en el Museo de Antropología puso de manifiesto sobre los hombros de quienes está el destino del país en esta hora de graves y penosas contingencias.
No hay de otra porque el peso mayor del sostenimiento del Estado mexicano recae en estos momentos en las secretarías de Defensa y Marina porque las demás instituciones de seguridad pública son una verdadera bola de inútiles, empezando por la secretaría de Gobernación donde no es posible creer que mientras se libra esa guerra contra el crimen organizado, en el área de esa dependencia dedicada a controlar los negocios de los juegos, a esas sospechosas fuentes de lavado de dinero se mantenga tal desorden y ausencia de vigilancia, evidenciados después de la tragedia del Casino Royale de Monterrey.
Calderón ha ofrecido que “caiga quien caiga” del partido que fuere caerá después de esta estrujante tragedia tan grave como la ejecución de los 72 migrantes en San Fernando. Nos recuerda y habla igualito que cuando Echeverría ofreció castigar a los responsables de los crímenes del 10 de junio de 1971 en San Cosme, igualito.
Este escenario del presidente Calderón para su quinto informe se tenía previsto para el Auditorio Nacional con una multitud de invitados, lo que nos da idea de que en Los Pinos el antiguo espíritu del mandatario autoritario y obcecado con los usos manipuladores del poder sigue vivito, coleando y rondando sus pasillos.
¿Qué tipo de presidencialismo nos espera con el PAN del 2012 al 2018? ¿Uno similar al de Plutarco Elías Calles con Pascual Ortiz Rubio? Cuando le preguntaban “al nopalito” Pascual Ortiz Rubio quién mandaba en el país, él respondía enérgico: “yo mando”, pero cuando la preguntaban a Plutarco Elías Calles quien mandaba en la nación, él respondía: “yo remando”.
Manuel Espino, el disidente panista incómodo, da la respuesta al advertir que desde Los Pinos se pretende imponer la candidatura del PAN. Asegura Espino que “se ha empezado a mover el dinero del gobierno para generar una cargada en favor del aspirante oficial, Ernesto Cordero, actual secretario de Hacienda”.
Espino dice que en su partido la elección de los candidatos se hace en “en lo oscurito” como en el PRI. El ex dirigente del PAN ha sido un duro crítico de las funciones de los panistas en la administración pública, a quienes ha llegado a señalar de corruptos. O sea, la misma gata pero revolcada
Ese presidencialismo panista con la piel priista se reveló en el discurso del presidente Calderón en el Museo de Antropología que buscaba los aplausos entre los mismos que aplaudían a los presidentes de uno de los más antiguos partidos políticos del mundo. Los mismos representados en los gobernadores, líderes obreros, empresarios, líderes religiosos, los mismos de siempre. Lo único que ha cambiado es que ya no se lleva “la de ocho” el presidente en los periódicos porque hay otro tipo de correlación de fuerzas en los medios de comunicación.
¿En qué situación se encuentran los medios de comunicación en esta encrucijada?
Un camarógrafo de Televisa asilado en Estados Unidos, Alejandro Hernández Pacheco, después de ser amenazado por el crimen organizado, el terrible asesinato dos periodistas, una en funciones de relaciones públicas de una revista, y otra ex reportera de Televisa, Ana María Marcela Yarce Viveros y Rocío González Trápaga, cuyos cuerpos aparecieron en un parque de Iztapalapa, nos plantean la gravedad de la situación por la que atraviesan los periodistas y los medios de comunicación, una situación y condición que exige una revisión a fondo del papel de los periodistas y de los medios de comunicación en esta difícil etapa del país.
Sabemos que los matan, que desaparecen, que desde el inicio de la democracia electoral van 73 periodistas asesinados y por lo menos 10 desaparecidos, pero no sabemos más. Ignoramos de sus ingresos en sus medios, de sus relaciones de poder, de sus propiedades y negocios, de su familia, de su actividad periodística.
Aquí lo paradójico es que quienes nos dedicamos a ser informadores o creadores de opinión desconocemos la vida de los periodistas y de la vida de los medios de comunicación. Somos los primeros en exigir transparencia, exigir ética pero hasta ahí.
Lo más grave es que no existe una organización gremial capaz de unir a los periodistas del país y encabezar sus demandas en esos crímenes, inéditos en la vida del país desde el siglo XIX, de muertes y desaparición de informadores. No hay sindicatos ni organizaciones como la Unión de Periodistas Democráticos y la Fraternidad de Reporteros que llegaron a ser una esperanza de unidad gremial entre los informadores de la capital y del país.
Las discordias internas, ambiciones personales y militancias partidistas sepultaron esas organizaciones absurdamente extinguidas. Por eso es difícil creer en versiones oficiales, filtraciones entre los mismos colegas para agraviar a otros. Los odios envenenaron las relaciones entre los periodistas mexicanos. En los propios medios las alimentaban con la repartición de las “fuentes”.
Aparentemente Josefina Vázquez Mota se lleva de calle a Ernesto Cardero, quien no cree en las encuestas y está a la espera de la bendición y de una arrolladora maquinaria oficial dirigida desde Los Pinos. Josefina ya pidió licencia, no está dispuesta, así la llenen de flores y apologías en renunciar a su aspiración presidencial, sobre todo ahora que Santiago Creel fue aplastado, junto con su jefe Vicente Fox, por los casinos, y Alonso Lujambio, se retiró, porque simplemente era de utilería. Ni él se la creía.
Y mientras, Manlio Fabio Beltrones prueba su capacidad de penetración e influencia a través de las redes sociales Facebook y Twitter, nuevo juego de espejos de la política mexicana. Una frase suya lo dibuja con una piel política renovada:
“Los mexicanos están cansados de que se instalen gobiernos de un solo partido, quieren gobiernos para todos, que beneficien a todos, la alternancia que conocimos fracasó en comprender lo anterior”.
¿Será?