Claves: Una nación desmembrada


José Luis Camacho López

Desde que se desencadenó la independencia del país en 1808 cuando Gabriel Yelmo hizo el primer intento de liberación del coloniaje español, los mexicanos no nos hemos puesto de acuerdo con un proyecto de nación que reivindique las grandes esperanzas de toda nuestra sociedad de alcanzar un país que sea modelo de un desarrollo basado en lo que aspiraba Morelos en sus Sentimientos de la Nación, de moderar la opulencia y atemperar la indigencia.

Arrastramos nuestras discordias, somos la misma representación del espejo humeante de Tezcatlipoca en su pugna contra Quetzacoátl; nación de luna rota, despellejada y descuartizada como la Coyolxauhqui; navegamos al interior de un limbo de permanentes rupturas, de un país que oscila aún entre el centralismo y el federalismo. Sin acuerdos ni pactos de sobrevivencia. Educamos a los jóvenes para las reyertas. Los arrojamos al pozo de las incertidumbres, jóvenes que, sumidos en la abstracción, exigen una democratización de los medios de comunicación que para serlo tendría que tocar las tripas de su propiedad en manos de nueve familias que detentan la mayoría de las concesiones de radio y televisión. Y eso es la utopía atada a las simulaciones y la perversión política del apartidismo, porque en las universidades, sobre todo en las del opus dei, saben que todo es política en el reino de los cielos. No hay nada nuevo desde que Maquiavelo escribió sobre los alimentos cotidianos del poder: la traición, la delación, el desarreglo, el lucro vil.

Jóvenes que son correos de las mismas vendettas decimonónicas de los modernos yorkinos y escoceses, entre los moderados y puros, entre caudillos y ahora caudillas de los actuales partidos políticos, caricaturas todos y todas de las mismas ambiciones de Santa Anna de prolongarse en el poder. Ahora usan el novedoso expediente de los jóvenes, como en 1968 para resolver una sucesión presidencial. ¿Cuántos muertos quieren ahora? ¿Otro dos de octubre? ¿Otro 10 de junio para eliminar adversarios políticos?

Somos y no somos una república representativa, democrática y federal. Ahora república balcanizada con tres repúblicas, la del PRI, la del PAN y la del PRD. Cada cual camina aparte. Somos el país de la eterna discordia. Seguimos siendo prisioneros de las desavenencias, de los pleitos de carnicería por el poder. Seguimos pensando que “no hay mal que por bien no venga” y así nos la pasamos, “cortando margaritas” para la próxima sucesión presidencial sin ver más allá del bosque; nos quedamos meditando en las ramas de un árbol, el de las ambiciones personales de poder, de las ventajas familiares y de los compadrazgos, filosofando en las ramas de la venalidad y la corrupción, porque si roba, que reparta; porque si roba, que deje robar; porque el que no tranza no avanza.

Los cargos públicos se colocan al mejor postor, disfrazados de candidaturas a cargos de elección popular, sometidos al consenso de los piratas del botín político y la rapiña de cada partido que se les reparte tribalmente. ¿Cuál vocación de servicio público? No es sólo la hija del enriquecimiento grosero de un dirigente petrolero, o de la alevosa dinastía de la familia de una lidereza sindical, lo son también los que simulan ser de izquierda y habitan en Bosques de las Lomas, o el que deja que sus ayudantes pasen la charola y se haga el occiso. También deben estar en la hoguera pública quienes, en el colmo del cinismo y la abulia, niegan su responsabilidad en la terrible tragedia de la guardería ABC y en las permanentes masacres de jóvenes identificados eufemísticamente como “sicarios” a los cuales el Estado y su gobierno no les dio otra oportunidad que ser esclavos del crimen organizado.

Es ese mismo Estado y gobierno que ha permitido una libertad de prensa amenazada y vulnerada porque lo único que sabemos, desde el 2000, año del máximo estado de gracia alcanzado por la democracia mexicana, sea que en México matan periodistas y los desaparecen pero no el por qué.
Fundamos un Estado Mexicano en 1824 que aún cojea de sus piernas, a pesar de sus constantes prótesis en 1857 y 1917, por los perpetuos desacuerdos y grillas de las camarillas del poder incrustadas en toda la piel del país, esas que se muerden la lengua cuando hablan de corrupción del vecino, esas que se nutren de las malogradas entrañas de una nación que no termina de nacer, esas que se carcomen hasta la última célula viva del país y dejan las cancerosas.

El debate por construir la nación sigue dando palos de ciego. Con el Juárez puro o sin él. Es la lucha por el poder, mamar y comer pinole; a despacharse con la cuchara grande, vaciar las arcas públicas, envenenar las clientelas electorales con despensas de odios.

Es el país que nos ha tocado vivir desde el siglo XIX, de un siglo XX donde la corrupción de la política y del periodismo era la correa de transmisión del sistema político mexicano y de un siglo XXI que la hereda para su eterna condena. La democracia es un mito si las encuestas son las reinas de la manipulación masiva, los medios y periodistas son los mensajeros, y los electores simples marionetas a la hora de las urnas por esa espiral silenciosas de cifras con el supuesto margen de error del cinco por ciento.

Son las encuestas, modernas pitonisas, leen y dirigen las manos de los electores, de los indecisos y los del llamado banal “voto útil”. Hay que confesarse porque no hay candidatos ni candidata. No hay para dónde ampararse, sigue México sin líderes; no hay, ahora son campañas de pisa y corre, televisivas nada más. Antes por lo menos conocían las brechas, ahora ni el polvo, apenas si sudan y ya se cansaron. Le apuestan a los benditos debates, “otro, otro circo”, otra vedette, exige la plebe, ahora en “cadena nacional”.

Hoy asistimos nuevamente a la consumación de una nación desmembrada, al final del mandato presidencial de un cruzado que se engañó así mismo con el prurito que de pasar a la historia como el héroe mexicano que emuló al intocable Elliot Ness, y deja para su inmortalidad un reguero de miles y miles de cruces sin sepultura en el país y otros miles de desaparecidos.

Pero hoy nos siguen pesando las cabezas de los héroes exhibidas sin pudor en la alhóndiga de Granaditas, de Hidalgo, de Allende, de Aldama, y Jiménez, símbolos de nuestras desgracias por una ausencia de unidad en lo básico y elemental, de cómo sacar al país del atolladero. La misma lección se repite en 1836 con la pérdida de Texas y en 1847 para un mayor y superior agravio, donde casi nos dejan sin país. Esa es la historia que los jóvenes deben conocer para que no los conviertan en carne de cañón, y otra vez la misma, la misma lección se repita.

Ese es el México que se hereda a los jóvenes, el de una novel democracia ya purulenta y cancerosa por los odios y vendettas. Seguimos dando lecciones de historia, pero hasta ahí.

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