Por José Luis Camacho López para Oaxacaentrelíneas
El actual Ejército Mexicano nació de la iniciativa de Venustiano Carranza al crear el Ejército Constitucionalista el 19 de febrero de 1913, diez días después de iniciado el cruento cuartelazo encabezado por los generales porfiristas Victoriano Huerta, Manuel Mondragón, Aurelio Blanquet y Félix Díaz para deponer y asesinar al presidente Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
Los cien años del cuartelazo conocido como la “decena trágica” y el centenario nacimiento del Ejército Constitucionalista para oponerse al espurio gobierno de Victoriano Huerta que este mes recordamos, son hechos que trascienden la sola efemérides oficial de los protocolos históricos del país.
El general Salvador Cienfuegos Zepeda, actual secretario de la Defensa y único orador en el acto recordatorio del centenario de la Marcha de la Lealtad realizado en el Castillo de Chapultepec, señaló que “las conmemoraciones cívicas son biografía completa y escrutinio sistemático de los aciertos y errores del pretérito, para comprender su trascendencia”.
Esta declaración, proviniendo del alto mando militar, tiene un alto significado después de un sexenio de un gobierno obcecado como el de Felipe Calderón, hoy en un cómodo exilio académico anual en el Centro Kennedy de la Universidad de Harvard.
El general Cienfuegos Zepeda habló de “aciertos y errores” en la trayectoria histórica del Ejército Mexicano. Así como nuestras Fuerzas Armadas guardan la memoria de episodios trascendentales para la nación como fue su origen en el Ejército Constitucionalista que terminó por derrocar la dictadura de Huerta en menos de año y medio entre febrero de 1913 y julio de 1914 y su noble presencia para la población civil en casos de desastres, también tiene pasados oscuros en su trayectoria de vida.
El más reciente de esos pasajes opacos es su involucramiento en la guerra contra el narcotráfico emprendida por el ahora ex presidente Felipe Calderón, quien ha heredado a su sucesor Enrique Peña Nieto, una nación adolorida y en luto, cargada de miedos e incertidumbres y aún sin despejar las terribles consecuencias de las miles de víctimas y desaparecidos, resultado de una fallida estrategia de seguridad para combatir ese tipo de moderno flagelo apocalíptico de alta criminalidad, que continua ensangrentando al país.
Las cifras varían entre los setenta mil y cien mil muertos y entre las 10 mil y 15 mil desapariciones durante el sexenio del señor Felipe Calderón. Pero hoy, abierto este expediente de “aciertos y errores” del Ejército señalado por el general Cienfuegos Zepeda, en algún momento la nación tendrá que entrar a un obligado proceso de transparencia y rendición de cuentas para despejar este ominoso pasado reciente de la vida del país representada en la llamada guerra al narcotráfico del señor Calderón, bajo el peso de la tragedia de los miles de muertos identificados o sin identificar quienes han sido sepultados en fosas comunes o clandestinas en los años de su gobierno.
En estos largos cien años la vida del Ejército Mexicano ha transitado por otros terrenos empedrados y pantanosos.
Durante la disputa por la sucesión presidencial entre 1923 y 1924, Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles enfrentaron la rebelión de Adolfo de la Huerta que arrastró al 40 por ciento del Ejército.
Ninguna otra ha tenido la relevancia de la rebelión delahuertista; otras rebeliones militares fueron sofocadas al calor de luchas por el poder, en 1927 de los generales Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez en un fallido golpe de Estado contra Calles y de Saturnino Cedillo en 1938 contra Lázaro Cárdenas.
La vida centenaria del Ejército México sobresale por su carácter sui generis, ha prevalecido en ella la civilidad y lealtad a las instituciones. Dos hechos políticos lo significan: en 1946 cuando fue relevado del poder presidencial por el poder civil y en 2000 cuando se alternó el poder presidencial de un partido político a otro, diferente y adversamente contrario al signo partidista al que había gobernado desde 1929. Como institución, ha sido imprescindible en el cambio pacífico del poder presidencial.
Mientras en centro y Sudamérica entre las décadas de los cincuenta y ochenta, los militares fueron el instrumento de las guerras geopolíticas de los Estados Unidos en el contexto de la “guerra fría” del mundo bipolar, los de México no se dejaron seducir por ese canto de sirenas y se conservaron como un instrumento esencial para el sostenimiento del poder civil que ha sorprendido a no pocos historiadores foráneos.
En los periodos de la llamada “guerra fría”, Washington hizo caer gobiernos en el continente como el de Jacobo Arbenz en la Guatemala de 1954 o de Maurice Bishop en la Isla de Granada en 1983. Colocaba gobiernos ad hoc a sus intereses como lo hizo en febrero de 1913 en México al estimular abiertamente el golpe militar y ascenso al poder presidencial de Victoriano Huerta a través de su embajador Henry Lane Wilson, principal artífice de los crímenes de Madero y Pino Suárez.
A diferencia de otros ejércitos, el mexicano mantiene una memoria histórica arraigada en la experiencia de las terribles invasiones e intervenciones norteamericanas en 1847, 1913, 1914 y 1916.
En 1968, año de los mortales acontecimientos trágicos del 2 de octubre, y en 1994, del levantamiento armado de Chiapas y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, se pretendió arrastrarlo en fallidas aventuras golpistas inscritas en guerras de propaganda cuando corrieron rumores de supuestos golpes de Estado en esos años.
Cíclicamente desde los Estados Unidos hay presiones sobre los militares mexicanos. Tiran la piedra y sacan la mano. El más reciente, sin subestimar otros casos, fue difundir la especie de la ausencia de libertad de mando del Presidente de la República para nombrar a los miembros de su gabinete, concretamente de su secretario de la Defensa por un veto hecho por Washington a un general que estaba colocado en las listas de aspirantes para ocupar ese cargo.
A cien años de su fundación como Ejército Constitucionalista, un ejército de extracción popular, surgido de una Revolución que desde Ernesto Zedillo se reniega, el Ejército Mexicano tiene, en palabras del propio general Cienfuegos Zepeda, un escrutinio pendiente en la agenda de sus “aciertos y errores” de su pretérito más cercano en la llamada guerra al narcotráfico, en un tema dolorosamente aprensivo que figura como una de sus asignaturas neurálgicas, la de los derechos humanos, que hoy el Ejército promete cabalmente respetar, además de su sujeción a las leyes. Sobre todo para no caer en la misma desmemoria de la llamada “guerra sucia” de los años setenta.