Por Horacio Corro Espinosa
Para el 3 de septiembre de 2018
Hoy comienza el mes de septiembre. Septiembre es un mes tricolor, nadie lo duda. Esto lo aprendimos y lo descubrimos desde los días escolares en la primaria. El himno nacional y la bandera patria nos llenaban las horas. En todas partes lo cantábamos a la vez que tocábamos el tambor sobre cualquier objeto.
Nos llenábamos de gusto cuando oíamos tronar los cohetes, mismos que nos revientan los tímpanos y el hígado cuando somos mayores. También veíamos inflar, con sombrero en mano, los globos que no duraban mucho tiempo en el aire porque bastaba un soplo sencillo para que perdieran su verticalidad y se quemaran en el aire. Aún así, ver todo ese espectáculo resultaba una aventura y una alegría.
Antes, era tarea obligada, un lujo sencillo el adornar el frente de nuestra casa. No sólo se engalanaban los edificios de gobierno con los colores de las tres garantías: unión, religión e independencia. El verde el blanco y el encarnado en banderolas, mantas, moños, rehiletes, campanas o simplemente tres tiras de papel que formaban los colores de la enseña patria.
Por todas partes había adornos, pasacalles, en los que a base de recortes formaban las figuras de los héroes de la Independencia.
Hubo un tiempo también, que los coches llevaban las enseñas patrias en su trompa, o en el cofre. Por otro lado, también las bicicletas llevaban banderitas, hélices y festones tricolores.
A las banderas mexicanas se le añadían muchas otras naciones. Los vendedores callejeros las llevaban muy numerosas y distintas en sus palos arbolados. De hecho, los cinco continentes estaban ahí representados, y uno escogía los pabellones que fueran de su simpatía, de su amor, o simplemente de su gusto para ponerlas en ramas, vehículos rodantes, puertas, ventanas, balcones y todo espacio desocupado.
Me platican que en tiempos más antiguos, la exhibición de banderas de tal o cual país, muchas veces provocaba fricciones callejeras, pues no toda la gente aceptaba a todos los países.
Hubo otra época también, que algunos gustaban de llevar junto a la mexicana la bandera de Cuba, donde estuvo el Che Guevara, y que los chavos para emularlo un poco, la adoptaban como propia y hasta vestían como aquel comandante. Otros más, simplemente vestían su inconfundible boina, y en ella le colocaban un montón de escuditos. Además, se dejaban crecer el cabello, y si podían, la barba.
El caso es que ahora ya no se consiguen las banderas de otros países como en tiempos pasados para ponerlas junto a la mexicana, lo que simbolizaba una muestra de amistad, de solidaridad o de hermanamiento con aquellos países. Hoy sólo se consigue la bandera mexicana, pero esa sola bandera ya no luce como antes en todos los espacios de este país, si acaso, la vemos en algunos edificios públicos.
Este año en la ciudad de Oaxaca, tristemente hay muy pocos adornos patrios. Los vendedores callejeros traen más banderas en sus carritos, que el número de adornos instalados por el gobierno estatal y municipal.
Donde de plano están para el perro, es en Huajuapan de León. Ese ayuntamiento no puso ni una hélice ni un listón, nada. De veras que nada bueno ha hecho el ayuntamiento del sobrino de Heladio Ramírez López.
Qué tristeza. Esa apatía demuestra que se ha ido enfriando el amor a la ciudadanía, y a nuestra patria.
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