Por José Luis Camacho López, especial para oaxacaentrelineas
Medir la gestión de un gobierno entrante por medio de los primeros cien días en México tiene su antecedente en el gobierno de Miguel de la Madrid. El 9 de marzo de 1983 un cable de la agencia AFP firmado por Ramón Almoneda decía: “La ausencia de estallido social en México, pronosticado en tantas partes desde fines del año pasado con base en la crisis económica que padece, constituye sin duda alguna el logro más positivo de los primeros cien días del nuevo gobierno del país”.
En los primeros cien días del gobierno de Enrique Peña Nieto, los cuales se cumplen este 10 de marzo, el logro más inmediato y visible ha sido dejar sepultado el conflicto poselectoral de 2012 planteado por su más cercano adversario, Manuel López Obrador, quien amenazaba incendiar el país con la acusación de una supuesta masiva “compra de votos” en un país donde, sin una legislación clara, todos los partidos recurren al amarre y al secuestro de la decisión de electores antes de llegar a las urnas por medio de la dictadura del clientelismo.
Peña Nieto, quien triunfó con más de 18 millones de votos, logró reunir eficazmente en su primer acto de gobierno a sus principales adversarios en la oposición en un sui generis Pacto por México, sobre el cual descansa la idea de consolidar y realizar políticas públicas por consenso, como la recién aprobada reforma educativa que romperá con los grilletes que le han impuesto a la educación pública una red de caprichosos y corruptos arreglos sindicales encubiertos en una supuesta y banal defensa de la educación pública.
Si la detención de la dueña del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación ha dado lugar a que en México “no existen intereses intocables” como lo dijo Enrique Peña Nieto en el aniversario del PRI, sería una señal de que en esta administración el gobierno no hará distingos a la hora de aplicar la ley en un país ahogado en la corrupción y la impunidad, que durante las dos administraciones de Acción Nacional que gobernaron el país, entre los años 2000 y 2012, se coronaron en su más alto y cínico nivel.
En estos cien días el gobierno de Peña Nieto diseñó un plan contra el hambre, anunciado en el municipio chiapaneco de las Margaritas, corazón de la rebelión zapatista del 1 de enero de 1994, para atender a los habitantes de 400 municipios del país donde se ubican las más graves estadísticas de carencias alimenticias. Once mil personas fallecieron por desnutrición en 2011, informó Peña Nieto, cifra que como el mandatario dijo, además de indignante, resulta “verdaderamente alarmante y reveladora de esta lacerante condición”.
En este primer tramo de cien días Peña Nieto ha realizado un gobierno sin los protocolos faraónicos de los presidentes priistas del siglo pasado; lo mismo se ha reunido con los representantes de partidos políticos opositores que con miembros de organizaciones no gubernamentales, empresarios, obreros, campesinos y trabajadores del arte escénico. Una cualidad habrá que reconocerle al actual mandatario, una sencillez que odiaba su antecesor en Los Pinos. Hoy los reporteros fácilmente se acercan al mandatario.
Una de sus recientes políticas públicas fue crear un programa de asistencia a personas mayores de 65 años sin prestaciones sociales y en condición menesterosa. En materia de política exterior resalta una visión global sin fobias ideológicas o políticas. Una primera visita de Estado a Costa Rica, gobernado por la presidenta Laura Chinchilla, de corte conservador y, en la víspera de estos cien días, el viaje a Venezuela a los controvertidos funerales de Estado del extinto presidente Hugo Chávez, quien ejerció un gobierno carismático populista, muestra que Peña Nieto ejercerá una política exterior que privilegiará la mirada de los intereses mexicanos reconociendo la diversidad ideológica y política de la región y del planeta.
Después de que México perdió presencia en el sur del continente a partir de 1994, por la pésima visión de sus antecesores, quienes sólo miraban sólo hacia el norte, Peña Nieto recupera para el Estado mexicano una política exterior estratégica decorosa e indispensable hacia América Latina y el Caribe, sobre todo cuando en los centros de poder de los Estados Unidos siguen pensando que México, Centroamérica y el Caribe integran su primera frontera.
Cien días no son precisamente una regla exacta para medir las acciones de un gobierno que empieza a sentarse en el poder y apenas alumbra a la nación después de una época aciaga y oscura, que en el caso de los periodistas y medios de comunicación significó una era de crímenes, desapariciones y atentados que amenaza ser continuada con los atentados a uno de los diarios más antiguos del país, El Siglo de Torreón y el asesinato de un periodista de un medio digital.
Como el presidente Madero, hace cien años, el gobierno de Peña Nieto tiene entre sus retos internos sacudirse hasta los sótanos, las estructuras de una administración pública viciosa y de cargada zánganos que le heredó el gobierno panista anterior con el ardid de un supuesto “servicio profesional de carrera”, el cual tuvo como real motivación conservar intactos los cuadros políticos de Felipe Calderón dentro del gobierno priista de Peña Nieto.
Vicente Fox inventó el servicio civil de carrera con el propósito de empedrarle el gobierno a López Obrador cuando calculó que el entonces jefe de gobierno ganaría la elección presidencial de 2006. Calderón hizo lo mismo en el 2012 cuando su partido tenía perdida la elección presidencial, reglamentó el servicio profesional de carrera con la falsedad de profesionalizar el servicio público para construir en realidad un lastre tan profundo como los establos de Augías.
El accidente, por una aún extraña fuga de gas, en uno de los edificios de Petróleos Mexicanos, en una zona considerada de alta seguridad nacional de la capital, que dejó pérdidas humanas y con graves lesiones al igual que la corrupción denunciada en esa principal empresa pública nacional, son pésimos indicios para empezar a visualizar cómo funcionaba la administración pública del sexenio anterior.
El monstruo que creó Calderón con esa “profesionalización” del servicio público es en realidad una estructura administrativa que impedirá que las políticas públicas de Peña Nieto caminen a la velocidad que requieren las urgencias nacionales. El enemigo está en casa. Sacudirlo no será fácil. Requerirá de la voluntad de un Hércules.
Conservarlas en aras de alianzas macropolíticas para consumar reformas en el Congreso pueden ser efectivas a corto plazo, pero a mediano y largo plazo pondrán en riesgo la viabilidad y efectividad de las políticas públicas del gobierno de Peña Nieto que desde ahora están en la mira de quienes ya velan armas para las elecciones intermedias de 2015 y la contienda presidencial de 2018.
A diferencia de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo que dieron la espalda a su partido, Salinas pretendió reconvertirlo y Zedillo enterrarlo, Peña Nieto ha preferido colocarse junto a sus pilares y ser parte de la dirección nacional del PRI para desarrollar sus políticas públicas.
Por lo pronto las reformas a los documentos básicos de su partido libera a sus legisladores para que promuevan en el Congreso una reforma fiscal que aumente los ingresos del fisco en un país de grandes evasores, imponga el IVA a alimentos y medicinas y propicie que Petróleos Mexicanos se abra alianzas en un simil semejante a la empresa Petrobras que desarrolló Lula de Silva. Son medidas polémicas, la del IVA porque existe el temor de que desestimulará el consumo y afectará los ya precarios empleos, y la otra porque descabeza un mito genial que ha encubierto históricas corrupciones burocráticas, sindicales y empresariales en el aparato administrativo de Pemex.
Peña Nieto ha optado por una “sana cercanía” con su partido y no la “sana distancia” de Ernesto Zedillo que congeló al PRI antes de perder las elecciones presidenciales de julio del 2000. Para los priistas ese “sano acercamiento” esperan se convierta en una desempanización del gobierno.
Las cuentas en estos cien días están a favor del incipiente gobierno de Peña Nieto. Sin embargo, prevalece un grave y justificado déficit de tranquilidad social y confianza. El cambio estructural en la política de seguridad pública preventiva aún está sin resultados visibles a pesar de disminuir en febrero las estadísticas de los crímenes. El país sigue dominado por las noticias del terror que descalabran cualquier ánimo de certidumbre: antes de cumplirse estos primeros cien días del PRI en el gobierno, en la ciudad de Torreón aparecieron colgando de uno de los puentes de esa ciudad norteña, los cuerpos de nuevas víctimas de las contiendas armadas de las organizaciones criminales, que sin cambio o con cambio de gobierno siguen gobernando el temperamento nacional.
Si ya no hay intereses intocables en el país como dice Peña Nieto, en lo que falta de sexenio seguramente habrá sorpresas imprevisibles, porque dos son los grandes temas para este sexenio si el PRI pretende volver a ganar las elecciones presidenciales de 2018: acabar con la histórica impunidad y extirpar la corrupción que han dejado al Estado mexicano en condiciones de dramática vulnerabilidad y de rehén de los llamados poderes fácticos.
En efecto, cien días no son muchos para medir la eficacia de un gobierno, pero si lo suficientes para observar si un gobierno tendrá la voluntad y firmeza políticas de administrar con esmero y transparencia los recursos del país y colocarse en el centro de las aspiraciones y necesidades de la ciudadanía que gobierna. Cada quien estamos en libertad de conciencia, de la que todavía gozamos en este país, de hacer nuestra propia valoración.
El saldo en mi caso es que aún a Peña Nieto le falta apropiarse y hacer completamente suya la silla presidencial de palacio nacional para que aterricen sin mayores turbulencias las primeras políticas públicas de su gobierno sobre la reforma educativa, de atención a población afectada por la desnutrición y de seguridad pública y que las próximas, en proceso del Plan Nacional de Desarrollo, adquieran el tono y el ritmo que la nación exige.
Al presidente Peña Nieto le ha tocado en estos cien días rememorar la tragedia de la decena trágica, una lección perenne en la conciencia nacional sobre los altos costos cuando se dejan las amarras sueltas de una nave y sin ocupar todos los espacios del ejercicio del poder público. Estamos muy lejos de vivir una experiencia semejante a la del presidente Madero, pero la historia, sin que sea una regla apocalíptica, es el mejor espejo para medir experiencias anteriores y presentes.