Nos congregamos para conmemorar, al mismo tiempo, el cuarto aniversario de la constitución del Gobierno Legítimo y el centenario de la Revolución Mexicana.
La historia nos enseña que las tres grandes transformaciones que se han registrado en nuestro país –la Independencia, la Reforma y la Revolución– las han hecho los mexicanos más humildes, los más conscientes y los más comprometidos con las causas justas.
En estos tres grandes momentos, el pueblo y sus auténticos dirigentes, supieron enfrentar a opresores y tiranos para remediar los males de la nación. El ejemplo más destacado fue la Revolución Mexicana de 1910.
En aquel entonces, la oligarquía porfirista dominaba de manera cruel y prepotente. Un grupo de hacendados, comerciantes, banqueros, mineros, nacionales y extranjeros, mantenían un régimen clasista, racista y dictatorial. Las comunidades indígenas padecían el acoso permanente de las haciendas que las despojaban de sus tierras y ansiaban convertir a sus pobladores en peones acasillados.
La esclavitud era una amarga realidad; indígenas y campesinos eran desterrados, “enganchados”, tratados en forma inhumana y azotados hasta la muerte. Los trabajadores de minas y fábricas eran explotados sin misericordia. La justicia, como lo expresó Madero en el célebre Plan de San Luis, sólo servía para legalizar los despojos que cometía el fuerte. La democracia era inexistente. Porfirio Díaz dominaba y se reelegía a sus anchas, con el beneplácito de una minoría aristocrática, de intelectuales alcahuetes, que se sentían científicos, y con la complicidad de la prensa oficial y oficiosa. Las elecciones eran una farsa. Siempre ganaban los mismos: los grandes caciques, dueños de vidas y haciendas, los amos y señores de México.
En este ambiente de poder absoluto, sin justicia ni libertades, surgió, de manera admirable, la oposición al gobierno de Porfirio Díaz. Considerado en aquellos tiempos como el régimen dictatorial personalista más perfecto del mundo.
El núcleo opositor más inteligente y de convicciones más firmes lo integraron los magonistas. Ellos fueron los precursores de la Revolución. En homenaje a estos héroes casi anónimos recordemos algunos nombres: Camilo Arriaga, Librado Rivera, Juan Sarabia, Praxedis Guerrero, Federico Pérez Fernández, Santiago de la Hoz, Manuel Sarabia, Benjamín Millán, Evaristo Guillén, Gabriel Pérez Fernández, Antonio Díaz Soto y Gama, Rosalío Bustamante, Tomás Sarabia, y los hermanos Enrique y Ricardo Flores Magón.
Este grupo de liberales, antes que otros, empezó a enfrentar a la dictadura con la publicación de periódicos de denuncia y con la organización de clubes o comités para hacer labor de concientización y liberar al pueblo.
Ante el hostigamiento y la represión, los magonistas tuvieron que refugiarse en las ciudades fronterizas de Estados Unidos. Desde allí editaban el periódico Regeneración que pasaban de contrabando y distribuían en el país; mantenían relación con dirigentes regionales, mujeres y hombres, que hacían trabajo con obreros y campesinos. Su organización y sus ideales influyeron en las huelgas de Cananea y Río Blanco y, más tarde, en todo el movimiento revolucionario.
Para saber de qué estaban hechos estos dirigentes, recordemos de nuevo lo que decía Ricardo Flores Magón: “Cuando muera mis amigos quizás inscriban en mi tumba: ‘Aquí yace un soñador’, y mis enemigos: ‘Aquí yace un loco’. Pero no habrá nadie que se atreva a estampar esta inscripción: ‘Aquí yace un cobarde y un traidor a sus ideas’”.
Otro de estos hombres de profundas convicciones revolucionarias fue Juan Sarabia, a quien detienen en 1906 en Ciudad Juárez, luego de un fallido levantamiento armado. Cuentan que fue llevado preso a la Ciudad de Chihuahua. Y el 7 de enero de 1907 se presentaron al teatro donde era juzgado, los hombres fuertes de Porfirio Díaz en ese estado: Enrique Creel y Luis Terrazas. Dicen que éste último se le paró enfrente y en tono retador y despectivo le preguntó: “¿Es usted el bandido Juan Sarabia?”. “Yo no soy bandido señor”, contestó Sarabia, “los bandidos son otros”. Entonces, el terrateniente y general porfirista le replicó: “¿Quiénes son ellos? Dígalo”. Y Juan Sarabia en voz alta le dijo: “Los bandidos son Porfirio Díaz, Ramón Corral, Enrique Creel, usted y muchos otros”. Terrazas guardó silencio y el público que oyó aquello empezó a gritar y aplaudir. La gente fue desalojada con el uso de la fuerza y la audiencia fue suspendida. Ese mismo día, Sarabia fue subido al tren y conducido a la cárcel de San Juan de Ulúa, Veracruz, donde permaneció cinco años hasta que triunfó la Revolución y fue liberado por Madero.
Es precisamente Francisco I. Madero, un hombre bueno, el que más ayudó a promover los cambios revolucionarios. A pesar de su holgada situación económica, de ser hijo de hacendado, Madero era un idealista que tenía una sincera vocación democrática.
En 1905 contribuyó con dinero para editar Regeneración. En 1908 escribió el libro La Sucesión Presidencial, en el cual llamaba a enfrentar a la dictadura mediante la participación del pueblo en las elecciones de 1910. A partir de entonces se dedicó a organizar el partido antirreleccionista e inicio una campaña por el país bajo el lema de Sufragio Efectivo No Reelección.
Luego del fraude en las elecciones presidenciales, convocó a los mexicanos a que en un día como hoy, 20 de noviembre, a las seis de la tarde, el pueblo tomara las armas para derrotar al gobierno porfirista.
El levantamiento armado obligó a renunciar a Porfirio Díaz que dejó el país y Madero llegó a la Presidencia de la República. Sin embargo, por lo arraigado que estaba el régimen de componendas y complicidades, y por la falta de organización del pueblo, entre otros factores, se produjo la ingobernabilidad que fue aprovechada por una pandilla de rufianes para cometer la felonía de asesinar a Francisco I. Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez.
En ese cuartelazo, en ese golpe de Estado que llevó a la presidencia a Victoriano Huerta, participó como autor intelectual el embajador de Estados Unidos, cuyo nombre es preferible olvidar.
A partir del asesinato de Madero se propagó por todo el país el movimiento revolucionario. En el norte, Francisco Villa asentó su predominio. En el sur, Emiliano Zapata siguió enarbolando el Plan de Ayala para exigir que se devolviera y se entregara la tierra a los campesinos. A su vez, Venustiano Carranza fue el primer gobernador que desconoció a Huerta y llamó a luchar contra la usurpación.
Aunque Huerta es derrotado, las divisiones en las filas revolucionarias por diferencias ideológicas o políticas, complicaron la posibilidad de acuerdos para lograr la estabilidad del gobierno y sobre todo para cumplir con las demandas del pueblo.
Sin embargo, se avanzó, el sacrificio de los mexicanos no fue en vano. Gracias a la Revolución, en la Constitución de 1917 se reconocieron los derechos sociales: el derecho de los campesinos a la tierra; el salario mínimo, la jornada de ocho horas, la organización sindical; el derecho a la educación y a pesar de fuertes presiones de las compañías y gobiernos extranjeros, se definió, en el artículo 27, la propiedad y el dominio de la nación sobre las riquezas naturales, en particular, del petróleo.
No fue fácil convertir en realidad estas reivindicaciones, perdieron la vida más de un millón de mexicanos y todavía hubo que esperar un buen tiempo. No obstante, la justicia llegó.
Por eso es grande el general Lázaro Cárdenas del Río, porque con hechos dio respuesta a las demandas sociales incumplidas y afianzó la soberanía nacional. Durante su gobierno, de 1934 a 1940, se entregaron 18 millones de hectáreas a un millón de familias campesinas, se defendió a los trabajadores y se hicieron valer los derechos laborales.
También se expropió el petróleo que estaba en manos de extranjeros, para beneficio de los mexicanos. El general Cárdenas es el único gobernante revolucionario que ha profesado un profundo amor hacia el pueblo y a la nación.
Pero aun cuando hubo progreso en el terreno social, la Revolución no produjo cambios sustanciales en lo político. El poder se siguió ejerciendo sin la participación del pueblo. Nunca se ha podido aplicar plenamente el lema de Madero de Sufragio Efectivo. La democracia sigue siendo una asignatura pendiente.
Y precisamente por ello, la vida pública de México se fue degradando. Al pueblo se le hizo a un lado y la política se convirtió en asunto de los políticos, quienes sin ideales ni principios, cada vez más se han ido corrompiendo, hasta convertirse en empleados de los nuevos opresores.
Este régimen posrevolucionario se pudrió por completo con la implantación de la llamada política neoliberal y con el engaño de la alternancia de partidos en el poder. Desde 1983 se lleva a cabo una política de saqueo de los bienes de la nación en beneficio de particulares, nacionales y extranjeros.
Durante el gobierno de Salinas, mediante el pillaje se conformó la actual oligarquía que fue confiscando todos los poderes y mantiene secuestradas a las instituciones; es decir, se impuso la contrarrevolución que ha venido eliminando las conquistas sociales, empobreciendo al pueblo y destruyendo al país.
Por eso no nos cabe la menor duda de que los integrantes de la oligarquía, con su presidente espurio, sus políticos corruptos y con sus medios de comunicación, son los principales responsables de la actual tragedia nacional.
Es esta mafia que detenta el poder la que arruinó las actividades productivas; la que ha impedido el desarrollo y el progreso de México; la que ha propiciado el estancamiento económico, la falta de empleos y la crisis de bienestar social.
También es la mafia del poder la culpable de la espiral de inseguridad y violencia que azota el país.
Por la ambición de este grupo que canceló el futuro de millones de mexicanos y, en particular, el porvenir de los jóvenes, se produjo el estallido de odio y resentimiento que ha costado la vida a más de 30 mil mexicanos, que mantiene en vilo a muchos pueblos y que ha provocado un éxodo de más de cien mil familias de clases medias, que se han visto obligadas a refugiarse en las ciudades fronterizas de los Estados Unidos.
De modo que hoy nos encontramos de nuevo en una situación parecida a la que se vivió hace 100 años. Y como entonces, el remedio tendrá que venir del pueblo. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo y sólo el pueblo organizado puede salvar a la nación.
Y sostenemos que sólo con una transformación profunda en todos los órdenes de la vida pública podremos lograr el renacimiento de México.
Afortunadamente, muchos mexicanos –como ustedes- de todo el país saben o intuyen que el cambio que necesita el país no vendrá de arriba, o con la simple alternancia del PRI o del PAN en la Presidencia que, como ha quedado demostrado, significa más de lo mismo. Estos dos partidos, están en manos de la oligarquía, mantienen sus intereses y privilegios, son en realidad partidarios de la economía de élite, desprecian al pueblo y no les importa el destino del país.
¿Ustedes creen que con el PRI o con el PAN en la presidencia, con Calderón o con Peña Nieto, dominando la misma mafia que encabeza Carlos Salinas, con la corrupción de siempre y con la dictadura que se ejerce a través de los medios de comunicación, México, nuestro querido país, saldrá de la decadencia y su pueblo podrá recobrar el bienestar, la tranquilidad y vivir con felicidad?
La verdad es que no. La crisis no se resolverá con el continuismo. Ésta es una aseveración irrebatible. Nadie medianamente informado y con un poco de luz en la frente, podría creer que las cosas mejorarán sin un verdadero cambio. La crisis es de tal magnitud que si no hay una renovación tajante de la vida pública, lo que nos espera es más descomposición social y el hundimiento por entero de nuestro país.
Pero también estamos obligados a decir que, desde nuestro punto de vista, tampoco la vía armada constituye una opción. Nosotros apostamos a la transformación pacífica de México.
Ahora bien, ¿por qué consideramos que la violencia no es el camino a seguir? En primer término, porque traería más sufrimiento y, al igual que con el continuismo, se terminaría de destruir al país; con el añadido que se daría lugar a un mayor intervencionismo extranjero; incluso, se correría el riesgo de dejar de ser un país libre y soberano para convertirnos en una colonia o en un protectorado, con bases militares de otra nación, algo que nunca aceptaremos.
Además, como siempre sucede, los responsables del surgimiento de una confrontación armada ni siquiera darían la cara. Serían los primeros en huir y en esconderse. Y no estamos de acuerdo en el enfrentamiento entre hermanos, entre el pueblo y los soldados, que también son pueblo, no olvidemos que son hijos de campesinos y de obreros.
Se puede replicar que la vía armada es la única forma de acabar con los privilegios y de liberar al pueblo, como ha quedado demostrado con la Independencia, la Reforma y la Revolución. Pero aunque respetamos a quienes piensan de esa manera, respondemos que son otras las circunstancias.
Insistimos que nuestro movimiento ha sido, es y seguirá siendo pacifico. Nosotros, y eso es muy importante, tenemos una creencia, una convicción, estamos seguros de que lograremos la transformación del país con la concientización y la organización del pueblo, con el despertar ciudadano, con una insurgencia cívica, masiva, ordenada, contundente y capaz de hacer inevitable el triunfo del movimiento popular para establecer una auténtica y verdadera democracia.
Mi optimismo se fundamenta en lo que escucho, veo y recojo en mis recorridos por el país. Son muchos los hombres y mujeres conscientes que hay en todos lados.
Mucha gente, como ustedes, a lo largo y ancho del territorio nacional. Estos admirables mexicanos trabajan cotidianamente para despertar y organizar al pueblo.
Están formando comités en comunidades, pueblos, barrios, colonias y unidades habitacionales. Están convenciendo a ciudadanos para que nos ayuden como protagonistas del cambio verdadero; reparten el periódico Regeneración casa por casa y, sobre todo, realizan estas tareas llenos de entusiasmo, manteniendo la moral en alto y con la firme convicción de que es posible vivir en una sociedad mejor.
Esto es muy significativo, porque en estos momentos aciagos, de sufrimiento y tristeza, hay muchos mexicanos que caen en la depresión, en la desesperanza e incluso en la frustración.
Unos sinceramente piensan que no hay salidas y otros, por su pensamiento conservador y por su animadversión hacia nosotros, no están dispuestos a aceptar que han sido engañados y se refugian en argumentos como el decir que todos los políticos somos iguales.
Esto no es cierto. Lo afirmo de manera categórica. Hay quienes tenemos ideales y principios y hemos hecho el compromiso con nosotros mismos y ante los demás, de no mentir, no robar y no traicionar al pueblo.
Pero insisto: estoy optimista, pienso que el trabajo, el entusiasmo y la alegría de quienes participan en este movimiento, me refiero a ustedes y a millones de mexicanos más, crearán las condiciones y el ambiente que nos permitirá llevar a cabo la transformación del país.
Amigas y amigos:
El 5 de febrero de 1903, cuando se conmemoraba un aniversario más de la Constitución de 1857, hubo un acto de protesta en esta ciudad, en el balcón del edificio donde se imprimía El Hijo del Ahuizote, los magonistas colocaron una manta que decía “La Constitución ha muerto”.
Hoy podríamos escribir también con pena, dolor y coraje: “La contrarrevolución ha triunfado”. Pero como en aquellos tiempos, cuando esos hombres y mujeres no se rindieron ante la adversidad, ahora nosotros decimos que no claudicaremos, que no dejaremos de luchar, que la ignominia, ese régimen de injusticias, de privilegios y de opresión, será transitoria porque está en marcha la Revolución de las conciencias.
Y pronto, muy pronto, estaremos celebrando el advenimiento de una nueva República, como la hemos soñado, la queremos para nosotros y para las nuevas generaciones, una República libre, soberana, progresista, justa, democrática, igualitaria y fraterna.
¡Viva la Revolución Mexicana!
¡Vivan los magonistas!
¡Viva Madero!
¡Viva Zapata!
¡Viva Villa!
¡Viva Lázaro Cárdenas!
¡Vivan los héroes anónimos!
¡Viva México!
¡Viva México!
¡Viva México!
Hemiciclo a Juárez, 20 de noviembre de 2010