Teresa del Conde
Pese a su inafección por las celebraciones, los periódicos –y éste en particular– le han dedicado secciones, sobre todo por medio de entrevistas, algunas directas con el homenajeado, otras breves, realizadas a personas que le hemos sido cercanas. De momento contribuyo ahora con esta nota de carácter historicista armada de datos comprobados.
En 1955 Toledo vivía en la ciudad de Oaxaca, se alojaba con sus ancianas tías y asistía a la escuela secundaria. Dibujaba y pintada al aire libre y asistía al taller de gráfica que Arturo García Bustos coordinaba allí.
Pero su padre, don Francisco, quien habría de fallecer en accidente de automóvil en 1980, tenía la esperanza de que su hijo predilecto se convirtiera en abogado, igual que el Che Gómez, héroe de la región.
En el romance familar de Toledo destaca la imagen del abuelo Ta-Min Gola (viejo señor Benjamín), quien antaño tuvo un taller de zapatos en Ixtepec. Los zapatos se hacían a mano, con hormas y utensilios que deben haber sido muy atractivos.
Se cuenta que el general Lázaro Cárdenas se hizo reparar allí unas botas, como también lo hicieron otros militares. Esto, como es lógico, no pudo ser presenciado por Toledo, pero sí conoció el taller, que pasó a manos de una tía suya; ella dirigía a sus operarios en una mesa colocada bajo un tamarindo.
Allí estaban las leznas, los clavitos, el hilo, casi al borde del camino. Aunque con frecuencia anda descalzo, a Toledo siempre le ha interesado el calzado y hasta donó unas sandalias viejísimas al Museo del Borceguí.
En 1957 se trasladó al Distrito Federal (donde había nacido debido a cuestión circunstancial). Ya había decidido su vocación. No se inscribió en La Esmeralda, sino en el entonces Centro Superior de Artes Aplicadas, institución que en ese momento no dependía del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), aunque contaba con área en la que se impartía litografía, escultura, pintura mural, textiles y esmaltes bajo la coordinación del colombiano Guillermo Silva Santamaría (1921-2007).
Estos talleres dieron lugar a la Escuela de Diseño y Artesanías (la EDA, dependiente del INBA) que funcionó en la Ciudadela y gozó de muy alto prestigio. Pronto destacó Toledo, sus dibujos, gouaches, etcétera, circulaban y llamaron la atención de Antonio Souza en cuya galería tuvo lugar su primera exposición individual en 1959, paralela a otra que se montó en el Art Center de Dallas Forth Worth.
En la exposición Nuevos exponentes de la pintura mexicana que se llevó a cabo por ese tiempo en la Casa del Lago (UNAM), participó Toledo al lado de Juan Soriano, Manuel Felguérez, Lilia Carrillo, Maka Strauss, Fernando García Ponce, Luis García Guerrero (quien se encontraba en su fase abstracta entonces), Enrique Echeverría, Vicente Rojo y Vlady.
En 1960, con el apoyo de su padre, viajó a Italia, estuvo en Roma, pero acabó por establecerse en París. Vivía en la Casa de México de la Ciudad Universitaria, donde también estaban el pintor Raúl Herrera (actualmente vive en Oaxaca) y Jorge Alberto Manrique.
Éste me relató la anécdota de la amenaza de expulsión que sufrió Francisco Toledo debido a que se negó a pintar para las fiestas patrias el telón con el águila y la serpiente. Las autoridades creyeron que se negaba a trabajar el emblema patrio debido al encarcelamiento de Siqueiros. La expulsión no se llevó a cabo, pero de allí deriva un corrido, escrito por Manrique y titulado El corrido del águila encarcelada
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Otro mexicano, el pintor Emilio Ortiz (1936-1988) injustamente poco recordado hoy día, se estableció en París con su mujer, Sylvia Pandolfi, en 1962.. Él y Toledo acudieron al taller de Stanley William Hayter, pero el segundo sólo produjo allí un grabado. Ya tenía un galerista importante: Kart Flinker, a quien le sucedió como galerista Daniel Gervis.
La galería de Gervis se inauguró en 1967 con una muestra escultórica de Louise Nevelson y llegó a promover a artistas como Dubuffet, Torres García y Hans Hartung, entre otros.
Sin seguir un esquema preciso, Toledo incrementó considerablemente su acervo visual y sus conocimientos de historia del arte, al tiempo que leía poesía, narraciones, etcétera. Sus lecturas, su propia práctica y su visión del diseño lo convertirían en magnífico editor, rasgo este en el que creo no se ha insistido lo suficiente.
La primera fase gráfica de Toledo es casi exclusivamente litográfica, luego se inmiscuiría con todo tipo de técnicas, a las que mucho ha aportado, como creador y coleccionista. La colección está en el acervo del Instituto de Artes Gráficos de Oaxaca (IAGO). Desde finales de los años 70 Toledo no deja la gráfica en todas sus acepciones. Es un maestro de la línea, entre otras cosas.
¿Cómo no felicitarse de los 70 años de Toledo? Ahora contamos con una película, El informe Toledo, que será analizada próximamente en La Esmeralda.