Por Horacio Corro Espinosa
Para el 17 de septiembre de 2018
Antes de que conociéramos la televisión -pero se hablaba de ella como algo de otro planeta-, el radio era lo que casi todo mundo conocía y escuchaba.
Las voces de la radio eran únicas y famosas. Los nombres de ellas eran conocidos por todo radioescucha. Los aparatos caseros de ese entonces ocupaban, por su tamaño, bastante espacio en el lugar más importante de la casa.
Todos querían conocer a los hombres de las voces más famosas, pero como no existía esa oportunidad, cada quien se imaginaba al anunciador de mil maneras.
Con el tiempo dejaron de llamarse anunciadores para reconocerlos con otro término más elegante: “locutores”. Ya para entonces los “locutores” eran los presentadores de los programas, y además, encargados de ensalzar la belleza de los artículos comerciales. Los pocos locutores que había en el país, eran casi exclusivos de algunas marcas comerciales.
Todos ellos eran expertos lectores de boletines y de guiones. Eran excelentes declamadores. Cualquiera de ellos podía ser alto o chaparro, albino o renegrido, daba igual, pero lo importante era que fueran magníficos lectores: tenían un grato timbre de voz y una dicción clara, además, conocían perfectamente la entonación de las comas, de los dos puntos, de los paréntesis, etcétera.
Así más o menos empezó la historia de la locución en México. Dentro de los cimentadores de la radiodifusión en nuestro país, figura don Manuel Humberto Siordia Mata, quien falleció el pasado 13 de septiembre, justo el día de su cumpleaños y un día antes de la celebración del día del locutor. Don Manolo, se desempeñó como locutor casi toda su vida.
Le ofrecieron trabajar en la XEW pero no aceptó por temor a las grandes voces que allí se desempeñaban, por eso lo mandaron a la XEB la B grande de México. La B grande, es considerada la estación más antigua de México. Ahí también había grandes figuras, y dentro de ellas estaba la de don Manolo.
De México regresó a la ciudad de Oaxaca donde usó los micrófonos de diversas estaciones de radio. Y durante 17 años condujo los noticieros de La Grande de Oaxaca. Aquí es donde don Manolo me invitó a participar como comentarista. Estuve con él durante ocho años ininterrumpidos hasta que llegó un nuevo gerente y me puso de patitas en la calle.
Don Manolo luchó mucho para que se me contratara nuevamente pero el gerente ni siquiera nos recibió juntos.
Pero no fue en la única empresa que participé con él, también en un noticiero por televisión. Ahí hacía lo mismo, como comentarista pero todo era en vivo. No cabe duda que de él aprendí mucho, y me obligó a esforzarme cada vez más.
Don Manolo tenía el poder de expresar con una palabra un consejo, hacer llorar con una historia o sacar una carcajada con un chiste. Él nunca trabajó de locutor, él era locutor. Era como si cargara algo impreso en sus genes que lo obligaba a hacer lo que siempre hizo desde los 17 años de edad: desempeñar su misión en la radio.
Adiós don Manolo.
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