José Luis Camacho López, especial paraoaxacaentrelineas, 15 de noviembre.- La mirada de desdén estaba fija en el cielo del auditorio Adolfo López Mateos de la residencia presidencial de Los Pinos. Cruzaba los brazos. Su rostro denotaba hartazgo. En ese momento hablaba el rector José Narro, quien decía: “debemos transformar la ecuación irreductible de que origen, es destino”.
El rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) había mencionado al autor de El extranjero, Albert Camus, en un año en que se celebra el centenario de su nacimiento, de su Mito de Sísifo y su eterna, inalcanzable e infructuosa tarea de subir una piedra hacia una cima. Narro citaba: “Dice Albert Camus, que a Sísifo se le confirió el peor de los castigos. A él, sus jueces lo condenaron, y cito: al trabajo inútil y sin esperanza. Seguramente para cualquier humano, esa condición es una de las peores”.
Narro hacia una analogía del Mito de Sísifo con la situación sin destino de los pobres. “Tenemos que aceptar que a nadie conviene que los pobres sigan heredando lo que a ellos les dejaron sus antepasados pero, también, los nuestros”. Antes el rector pidió “cambiar modelos, dejar atrás las divisiones”.
Porque poco antes, al iniciar su intervención, el rector Narro habló de “hacer lo necesario para encontrar la forma de superar los numerosos desequilibrios que afectan a la población entre la riqueza y la miseria, entre el saber y la ignorancia, entre la salud y la enfermedad, entre el pasado y el futuro, entre vivir y ser, o sólo estar y padecer”.
La voz del rector Narro era pausada, serena, imponía en el ritmo de su discurso una actitud reflexiva, mientras José Ángel Gurría mantenía su mirada distante, a veces exasperada. Era el ex secretario de Hacienda y luego canciller con Ernesto Zedillo (1994-2000), ahora poderoso Secretario General de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (la temida OCDE).
Narro continuaba la lectura de su texto con el mismo tono. El presidente Enrique Peña Nieto atendía atento esa lectura, felicitó al rector de la UNAM después de concluirla. “Es claro, es claro entonces -agregó Narro- que hay que generar el ambiente de esperanza para alcanzar el triunfo individual y colectivo”.
Era ideal del rector de la más importante universidad del país, del héroe mítico de Camus que no perdiera la ilusión ni saliera derrotado, ser un Sísifo feliz, un objetivo que debían perseguir “nuestros sistemas económicos y sociales”.
Gurría continuaba distante, mientras Narro recurría a las metáforas de Camus. En su discurso, el rector de la UNAM, para ilustrar al grupo de visitantes extranjeros que asistieron al Foro Internacional: Políticas Públicas de Empleo y Protección Social organizado por el secretario del Trabajo, Alfonso Navarrete Prida, les dijo lo que era nuestro país: “México, distinguidos visitantes, es un país lleno de grandeza y posibilidades. Su historia y su cultura, su tamaño y su demografía, el régimen de instituciones constituido a lo largo de los años, su capital natural y su fuerza laboral, así lo muestran”.
Brillaba el rostro de Narro al hablar de México. “Por eso, le digo a mis compatriotas: debemos de decidirnos a terminar con los males de ayer y siempre”.
Al empezar su discurso el rector de la UNAM también habló de alcanzar una meta: un sistema de valores en el que la acumulación de la riqueza no sea el objetivo central. “Un sistema en el que se impongan los valores cívicos representados por la solidaridad, la decencia y el sentido humano”.
Por eso, dijo, debemos incorporar a los trabajadores al proyecto de nación al que se aspira.”Por ello, se les debe transmitir que en realidad la pena es la desesperanza y no la tarea por realizar”.
“La justicia no se debe alcanzar sólo al final de la vida. Se debe obtener al inicio de ella” decía Narro, quien abogó por oportunidades para todos, “conseguir el rescate de los desheredados de siempre; actuar con equidad, y dar hoy más a los que menos han tenido en la historia”.
Y consideró finalmente que “el empleo, la educación y la política social, deben ser los instrumentos”.
Terminó Narro su discurso con el mismo tono de voz, nunca la alzó. El siguiente orador fue Gurría. Él si elevó la voz, la hizo grave, aguda, estentórea, ocupó todo el espacio del Salón que lleva el nombre del mexiquense que gobernó el país entre 1958 y 1964. Habló sin regateos, traía pólvora en los labios.
Gurría no hizo concesiones, recurrió a la frialdad de las cifras. “De los 200 millones de desempleados en el mundo, 70 y tantos millones de jóvenes, 48 millones de trabajadores sin empleo, sólo en la OCDE”. Repitió los números citados por Bernard Guy Ryder, director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en la inauguración del Foro Internacional: Políticas Públicas de Empleo y Protección Social y clausurado en Los Pinos por el presidente Peña Nieto.
Pero para Gurría lo más revelador de esos 48 millones, es que representan 16 millones más de desempleados de los que había en el 2007. “Eso da una idea de la dimensión, la profundidad de la crisis”, dijo.
Dirigiéndose al presidente Peña Nieto enumeró los legados de la crisis: bajo crecimiento, alto desempleo, desigualdades crecientes y un colapso de la confianza en las instituciones públicas. “Y el diagnóstico de la situación económica de hoy, es que los motores del crecimiento están todos en primera velocidad y no logramos que aceleren”.
Drástico, oscuro e incierto diagnóstico, un mundo en caída libre donde la inversión y el comercio están a la baja, el crédito negativo, incluso, mencionó el secretario de la OCDE, los países que han sido motores del crecimiento (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, etcétera”, “han perdido dinamismo económico”. Una situación que alcanza a Francia, Italia, Japón, mientras en Alemania las cifras son “muy planas”.
En el mundo desacelerado en su economía dibujado por Gurría la juventud carece de futuro. De los 74 millones de jóvenes desempleados, el 40 por ciento tiene seis meses sin trabajar, incluso en los Estados Unidos “una tercera parte de todos los desempleados llevan entre seis meses y un año”.
La recuperación es débil y desigual. Para la generación de jóvenes mejor preparados, “es una gran paradoja”, dijo Gurría, quien poco después en un tono aparentemente de lamento dijo que “de poco sirve una muy alta preparación, si el mercado de trabajo no nos está demandando esas habilidades”.
¿A qué se refería el secretario de la OCDE, a la inutilidad del esfuerzo del hombre en la mitología griega de Sísifo que recoge Camus? ¿Es la muerte anunciada para los filósofos, los sociólogos, los historiadores, los estudiosos de las ciencias sociales que en la UNAM y otras instituciones educativas de educación superior tienen su refugio y asiento? Porque Gurría insistió en el requerimiento de “una visión integral sobre la relación entre educación y mercado laboral”, de una “verdadera política de Estado en esta materia que incluya: la educación, los mercados laborales, la preparación vocacional y técnica y la participación de gobiernos, sindicatos y empresarios”.
Ahí estaban escuchándolo en el salón Adolfo López Mateos, el secretario de Hacienda Luis Videgaray, el canciller José Antonio Meade, antes secretario de Hacienda en el gobierno de Felipe Calderón; el presidente del Senado, Raúl Cervantes Andrade; expertos en materia laboral, diplomáticos, viceministros extranjeros invitados, senadores, diputados, líderes obreros sempiternos de dos épocas, Joaquín Gamboa Pascoe, como Fidel Velázquez en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y Francisco Hernández Juárez, en el Sindicato de los Telefonistas, junto con la senadora Alejandra Barrales, ex líder de las sobrecargos, asidua asistente de los actos presidenciales.
Era una serie de mensajes insistentes e ineludibles para Narro: “se requiere, entonces-agregó Gurría- de una visión integral sobre la relación entre educación y mercado laboral”. Era el discurso reiterativo hasta el cansancio: “unir fuerzas para construir los nuevos puentes entre educación y trabajo, diseñando con las empresas los programas de formación continua de habilidades, competencias y destrezas”.
El crecimiento augurado por Gurría para 2013 será de 1.2 por ciento y en el 2014 alrededor del 2.3. Los efectos de la crisis serán de larga duración. Fríos presagios que antecedieron a su propuesta de una estrategia integral para potenciar el empleo y otra estrategia “que ponga al ser humano y a su desarrollo en el centro de las políticas públicas”.
Hablaba el economista tecnócrata, discurso radicalmente adverso al del rector universitario que lo antecedió en el atril del principal salón de la residencia presidencial de Los Pinos. Fue obsesivo, reiterativo en el mensaje al corazón del filósofo: poner en práctica “estrategias para desarrollar habilidades, competencias, destrezas, que permitan sintonizar su oferta educativa con las necesidades de los mercados de trabajo”.
Porque para Gurría “la mejor protección social que le podemos dar a nuestra gente, es una educación de calidad que tenga una fuerte demanda en el mercado laboral”.
La educación estaba en el centro de su discurso. Según un reciente estudio de la OCDE “sobre las competencias de los adultos, los conocimientos que la gente adquiere en su proceso educativo tienen un impacto determinante en su vida”. De ese estudio se desprende que “la media del salario por hora de los trabajadores que son capaces de hacer deducciones complejas o de hacer evaluaciones de argumentos sutiles en los exámenes escritos, supera en más de un 60 por ciento a la de aquellos trabajadores que sólo pueden leer textos cortos y/o de baja dificultad”.
Para completar el diagnóstico de desaliento, para derrotar el más sano optimismo, Gurría citó el estudio: Cómo va la vida, que se llama el Índice de una Vida Mejor de la OCDE, en el cual México aparece como el segundo país de la OCDE con las jornadas más largas de trabajo y con trabajadores que perciben un nivel muy bajo de ingresos.
Es la gran paradoja mexicana. México donde más se trabaja, con un nivel muy bajo de productividad y mala remuneración del trabajo. Contradicciones sistémicas, las llamó Gurría, quien para enfrentarlas y superarlas propuso “el fortalecimiento del mercado de trabajo y de las condiciones laborales de los mexicanos, junto con el fortalecimiento de la protección social y del desarrollo de habilidades y competencias”, pasos estratégicos en la promoción de un crecimiento más vigoroso y según dijo “más incluyente”.
Eran dos mundos adversos, el de Narro y el Sísifo feliz y el del pragmático Gurría y la OCDE con una educación regulada por el mercado laboral, donde la filosofía, la historia, la sociología, las artes, estarán muy lejos de ser ocupadas en el campo de las nuevas habilidades y competencias.