Editorial de Oaxacaentrelíneas
La explosión en el edificio de Pemex, una institución que aún es símbolo de la soberanía del Estado mexicano, coloca al nuevo gobierno del PRI, después de doce años de una administración fallida, encabezada por el Partido Acción Nacional (PAN), para enfrentar los enormes desafíos nacionales, en una seria y grave disyuntiva: definir el rumbo de la más importante empresa nacional que desde la década de los ochentas ha estado acosada y amenazada con su desmantelamiento.
Días antes de esta trágica explosión que ha dejado enlutada a más de una treintena de hogares mexicanos y ha causado una justificada incertidumbre y temor social, el nuevo gobierno había anunciado en Davos, en voz del secretario Luis Videgaray, una imprecisa modernización de la empresa que representantes de la izquierda mexicana visualizaron como la inminente privatización de la empresa.
Durante las pasadas administraciones de Petróleos Mexicanos, entre el 2000 y 2012, la empresa fue manejada sin rumbo fijo dada la ausencia de un proyecto nacional por razones que eran obvias y cuyo fin parecía el desmantelamiento de la paraestatal, que dejó en veremos el compromiso de la construcción de una refinería, que fortaleciera al país en la autosuficiencia energética.
El afán revanchista era desmembrar a la empresa. No pudieron ni Vicente Fox ni Felipe Calderón. Ambos respondieron, a pesar de sus divergencias personales, a su naturaleza de origen: el Partido Acción Nacional nació en 1939 como un exigente opositor a la política de nacionalización de la industria petrolera que realizó el presidente Lázaro Cárdenas.
Hoy existe un gobierno en el poder presidencial, proveniente del mismo partido que nacionalizó la industria petrolera en 1938 en condiciones extraordinariamente adversas, después de doce años de una administración pública de la cual no sabemos exactamente cuáles han sido sus saldos en materia administrativa ni en qué condiciones opera.
El gobierno priista del presidente Enrique Peña Nieto ha recibido con algodones y flores su alternancia en el poder presidencial en su afán de una reconciliación política con sus adversarios en la campaña presidencial, que la explosión en el complejo administrativo de Pemex resquebraja, si las investigaciones se siguen orientando como resultado de una deliberada imprudencia relacionada con el afán de privatizar a la empresa del Estado.
La transición entre el gobierno de Calderón y Peña Nieto ha sido de una tersa simulación: las víctimas de la violencia en la guerra del narcotráfico o entre el narcotráfico persisten. El masivo asesinato de 18 músicos en Nuevo León, el atentado a un jefe policiaco en Jalisco o el hecho de que en Guerrero sectores de la sociedad asuman su autoprotección, revelan crudamente síntomas de que el país sigue viviendo y deambula bajo y al ritmo de la administración calderonista.
El presidente Peña Nieto ha recibido a ciegas la llamada entrega-recepción sin mudanza entre su gobierno y el anterior. En la administración federal los únicos cambios advertidos son los de nombres en cargos públicos de primer, segundo y algunos de tercer nivel, pero en la realidad burocrática el gobierno del nuevo PRI sigue funcionando con los mismos parámetros de la administración de Calderón.
En la transición entre el gobierno de Fox al de Calderón en diciembre de 2006, los calderonistas casi sacan a patadas a los funcionarios foxistas. Fue famosa aquella frase atribuida a Felipe Calderón de que no sólo era suficiente ganar la Presidencia, sino que era necesario sacar al PRI de Los Pinos, lo que implicaba meter una ruda barredora en todas las estructuras administrativas del gobierno.
El servicio civil de carrera fue uno de los mitos geniales del foxismo que Calderón borró a manazos para construir el suyo y heredarlo ahora a Peña Nieto para dificultarle la alternancia.
Fox había conciliado la permanencia en su gobierno de varios personajes eminentes de los gobiernos del PRI, quienes incluso, como muestra de sumisión al foxismo, habían renunciado con agrias críticas a su partido.
Hoy en el gobierno de Peña Nieto ocurre lo mismo, conserva personajes visibles del calderonismo y mantiene intactas las estructuras administrativas federales del sexenio anterior notoriamente entre las más incapaces en la historia del país que han dejado a la nación en una inquietante quiebra moral y a una sociedad sumida todavía en el desaliento social.
No explica cómo es posible que apenas tomando las riendas de para estatal más importante de México Emilio Lozoya Austin, se encontrara de gira por Asía, cuando aún no tiene un diagnóstico de las condiciones en las en las que se encuentra PEMEX, ¿acaso está esta displicencia de éste funcionario no puede ser considerada irresponsable más aun cuando no se sabe a ciencia cierta que propósitos llevaba en su gira por el extranjeros?
La tragedia en el complejo administrativo de Pemex desnuda la abulia y enfermiza patología de las administraciones panistas empeñadas en dejar al garete una institución que debía haber conservado su naturaleza de propiedad del Estado. Prueba de ello es que una niña de diez años, una de las víctimas mortales, falleció porque iba a realizar su tarea escolar a una zona que suponía ser resguardada como prioridad de alto rango en el esquema de seguridad nacional.