por Horacio Corro Espinosa/
Hay muchos padres de familia, que por un amor mal entendido echan a perder a sus propios hijos. Nada más natural que amar a los hijos. Amamos a los hijos por instinto de la especie y porque vemos en él retratados a nuestros padres y a la compañera de nuestra vida; pero también, porque nos sentimos revivir en él, incluso, rejuvenecidos y hasta renacidos. Y porque, humanos al fin, nos queremos tanto a nosotros mismos que queremos que nuestros hijos sean los mejores, los más bellos, los más inteligentes, los reyes del mundo, pues. De ahí que todo lo que hace el hijo lo veamos como una gran cualidad y no advertimos sus defectos.
El amor al hijo teñido de compasión, surge, para muchos que no tuvimos una infancia feliz, para los que batallamos duramente con la miseria para poder sacar la cabeza en el mundo, un error principal: no queremos que nuestros hijos pasen por lo que pasamos nosotros, y para que no sufran ni necesidades ni humillaciones cometemos la imperdonable burrada de darles todo, de aplanarles todos los caminos, de inutilizarlos, en una palabra, de echarlos a perder para la lucha por la vida.
El error del que hablo, es el no querer que los hijos pasen por lo que pasó el papá. Así es como se crea la especie de “el hijo de papi”, el júnior.
Y luego viene lo peor. Que los hijos de papi siempre piensan, porque así le enseñaron sus padres, que en la vida todo es fácil y todo mundo está para servirles.
Así que el hijo de papi nunca aprende a volar por sí mismo ni sabe ser independiente. El hijo o la hija de papi desconocen sus capacidades para hacer lo que tiene que hacer. Muchas veces hacen cosas que no disfrutan, pero las hacen porque otros decidieron que eso tiene que hacer.
Hace años, un grupo de jóvenes disfrutaban de nieves en la Soledad, y dentro de ellos, estaba el hijo de un político oaxaqueño. Éste les decía a sus compañeros, de aquí nos vamos a Santa María Ayú, es la tierra de mi papá y ahí hay de todo: canchas, pistas de atletismo, helipuerto, es algo así como Agualeguas, el rancho de Salinas de Gortari. Yo me dediqué a observar la cara de los compañeros de este joven, y en sus ojos no mostraba ninguna emoción, eran como acompañantes comparados.
Heladio Ramírez López, ha de sentir tanto amor por sus hijos que a ése joven lo quiso hacer diputado federal, y a la hija, directora general de la CDI. A veces el nombre de los papás pesa tanto sobre los hijos, que éstos no lo notan y siguen presentándose como los hijos del fulano de las importancias, y tratan de resolver cualquier asunto simplemente por el apellido.
Hay muchos padres que no tienen carácter, y por lo mismo, no sabe ni exigir, ya no digamos un mínimo de esfuerzo, sino de atención. Hay muchos hijos que, por desgracia, aprovechan la debilidad del padre y la complicidad de la madre para sólo ocuparse de gastar un dinero que nunca sabrán ganar.
En política es frecuente explotar el nombre del padre, y lo peor, casi ninguno de estos hijos, puede superar la imagen del padre.
Medio triste el asunto pero en muchos casos, así es.
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