Juan Arturo López Ramos
Huajuapan de León, Oaxaca.- Contribuye a enaltecer la celebración de este aniversario del museo de Huajuapan, la extraordinaria aportación de un artista con alma de hombre, con espíritu humanista, cuya generosidad honra la filosofía de solidaridad de nuestros antepasados.
Coinciden las leyendas de San Juan Mixtepec y Chalcatongo, en relatar que al intentar cazar la hermosa águila que señoreaba sus alrededores, ésta levantó su majestuoso vuelo y fue a señalar el lugar donde habría de construirse “La ciudad sobre el espejo del agua” que así se decía en mixteco México-Tenochtitlan.
La voluntad de José Luis García, al imponerse tareas que parecen imposibles, evoca las hazañas olvidadas, la memoria perdida de un pueblo, el nuestro, que no recuerda que en la voluntad de su pasado, construyó una de las más finas y deslumbrantes culturas de la civilización mesoamericana.
En todas las leyendas subyace una verdad oculta, y la del águila señorial de la Mixteca, confirma lo que dicen las fuentes sobre la enorme influencia de los mixtecos en el desarrollo y florecimiento de cholultecas, toltecas, tlaxcaltecas, texcocanos y sobre todo, de los aztecas. Es infinitamente reveladora la cita de Ixtlixóchitl quien al interpretar el códice Xólotl y el mapa Quinatzin dice textualmente: “-Y llegaron los mixtecos a civilizar a los Texcocanos”.
José Luis García, el mixteco orgulloso que con su vida y su obra evoca la grandeza perdida del País de las Nubes, retoma los instrumentos que deslumbraron a Ixtlixóchitl –la tinta negra y roja y los pinceles-, e intenta reescribir una nueva historia, esta vez indeleble, porque el arte cuando alcanza su belleza intrínseca, es inmortal, no tiene tiempo, trasciende a los propios hombres y su halo misterioso nos acerca a la sensación de lo divino. En su niñez, Tamayo afirmaba que el arte giraba alrededor del templo, la casa de Dios.
México Desconocido afirma que José Luis es uno de los pocos innovadores de la cerámica mexicana en los últimos cien años. Una de sus obras exhibida en Nueva York resalta porque es rectangular, lo que la hace única y le confiere un rasgo moderno, contemporáneo, pero su esencia, inmortal, deviene del preciosísimo arte de las urnas de Huehueteótl, el venerable dios viejo del Cerrito de las Minas, aquí representado. Sus colores también vienen del pasado profundo: la grana cochinilla, el caracol purpura, el azul añil, y la gama de ocres y rojos, vienen de las tierras escondidas en las entrañas de las enormes montañas Mixtecas.
Pasado y futuro convergen en la obra de José Luis y este mural es una magnífica prueba: en trazos aparentemente inteligibles y audaces, en la impronta de lo abstracto, relata la historia de Huajuapan entrelazada con la fascinante historia de este edificio hoy museo, antes convento y cuartel, contradicción y dualidad.
En este espléndido mural, se sumerge José Luis en la inasible sabiduría de nuestro presente remoto; vuelve al presente de ayer jugando al silabario y retorna a un presente un poco más antiguo conversando en latín; sus colores tocan las orillas de los tiempos; sus pinceladas incomprensibles hoy, dialogan con el presente del mañana.
Memoria fortius oblivione, la memoria es más fuerte que el olvido, dice José Luis viendo al pasado, pero apuntando al futuro, porque entiende que al respetar nuestras raíces, al preservar nuestras tradiciones, al profundizar nuestra esencia, al defender lo que hemos sido, al ser nosotros mismos, contribuimos, como él lo hace, a tutelar y enriquecer el concierto de los valores universales.