Y los de aquí, ¿cuando?
Porfirio Santibáñez Orozco
HACE poco más de un año, en mayo de 2009, los hombres más ricos de Estados Unidos, algunos de los cuales son a la vez los más acaudalados del planeta, se reunieron casi en secreto en Nueva York para discutir una iniciativa peculiar. Tenían en mente que a partir de la crisis de 2008 eran mal vistos por la mayor parte de los habitantes de su país y consideraron que era necesario instrumentar una operación de relaciones públicas tendiente a mejorar su imagen.
Aquella fue una reunión para comentar una idea de Warren Buffett, el segundo hombre más rico del mundo en aquel entonces, después de Bill Gates. Según la revista Forbes, hasta esa fecha la fortuna de Gates ascendía a 53 mil millones de dólares americanos; en tanto que la de Buffett llegaba a los 47 mil millones.
El informal “Club de los generosos” que se integró quedo formado por hombres de empresa que tienen una visión pragmática del mundo, de la vida y de la función del dinero en la sociedad. Actitudes como la suya son algo poco visto en la historia pero podrían abrir la posibilidad de que la caridad dejara de ser una cuestión privada y personal para convertirse en un asunto de interés colectivo. Hace semanas, millonarios de Alemania decidieron devolver a la sociedad parte de lo que han obtenido de ella con la intención de contribuir, dijeron, a que su país salga de la crisis.
El hombre más rico de Nueva York y alcalde por el momento de aquella ciudad, Michael Bloomberg, expresó algunas de las consideraciones que llevaron a tomar aquella decisión: dijo que “más allá de cierta suma, uno ya no la puede gastar”; agregó “no tienes que esperar a morirte para donar tu fortuna” y en alusión a las donaciones post mortem de quienes quisieran comprar su ingreso al algún paraíso prometido declaró que nunca tiene sentido “ayudar a que el mundo mejore y no estar presente para ver el cambio”.
A casi un año de su primera reunión, los millonetas han vuelto a ser noticia mundial porque, seguramente luego de reflexionarlo largamente, acaban de anunciar que donarán la mitad de su fortuna a lo largo de lo que les quede de vida para financiar proyectos de salud y arte, pero todo eso lo harán sin que nadie supervise si lo hicieron o no, pues será una serie de acciones discrecionales, personales y de buena voluntad.
A raíz de este asunto, la columnista Denise Dresser les preguntó a los millonarios de México si estarían dispuestos a emprender una acción semejante, aunque desde su primera invitación ella considera que sería muy difícil que los hombres de negocios siguieran el ejemplo. ¿Y cual podría ser la situación de Oaxaca si en este estado tenemos una clase empresarial que siempre se anda quejando de la falta de apoyo, de los altos impuestos, de la crisis y de los movimientos sociales porque, según ellos, siempre los afectan?.
Desearía equivocarme pero creo que si en México los Slim, los Azcárraga y los Salinas no cooperan con la sociedad en este sentido, es imposible que los de Oaxaca lo hagan; sus acciones y sus intereses apuntan hacia otro lado. Así como Slim sale de compras y en un solo día adquiere varias propiedades en el centro histórico de la capital de la República, por estos lares anda un pariente suyo que poco a poco se va quedando con predios o edificios del centro histórico de la ciudad de Oaxaca, a nombre de una fundación que supuestamente apoya a sectores de la sociedad. Por algo Slim le dijo hace algunos meses a uno de los reporteros de la revista The New Yorker: “no creo en la caridad”; parece que los de aquí tampoco. Abundaremos…