Porfirio Santibáñez Orozco
EN LA OCUPACIÓN de los cargos de gobierno que los priístas van a tener que dejar a partir del primero de diciembre en el Ejecutivo, el Congreso y los municipios, no estarán todos los que son ni serán todos los que quisieran estar.
La coalición que logró echar al PRI del gobierno del estado fue y sigue siendo una amalgama tan amplia de intereses, que en ella cupieron desde las organizaciones sociales más importantes del estado que se limitaron a pelear sus reivindicaciones históricas, hasta priístas hartos que, por si las dudas, no se atrevieron a dar la cara, pasando por los conversos de última hora que sintiéndose figuras públicas se pasaron con todo y su escaso capital político al bando emergente, pero sin hacer un ajuste de cuentas con su pasado.
Algunos políticos de viejo cuño que fueron cuadros destacados del diodorismo y del muratismo, así como los corifeos que desde siempre han tenido en los medios de comunicación local, están creyendo hasta la fecha que al ganar la coalición Unidos por la Paz y el Progreso las elecciones del 4 de julio ellos van a regresar triunfalmente por sus fueros, como si nada hubiera sucedido.
Esa convicción ha llevado a columnistas que se caracterizaron por ser los más complacientes con el Tirano Herido a candidatear a algunos de ellos a los cargos por ocupar; van varias columnas periodísticas que aseguran, por ejemplo, que el virtual diputado plurinominal Raúl Bolaños Cacho Guzmán, que no hizo campaña, será presidente del Congreso del estado como si no hubiera entre los diputados electos que se la jugaron verdaderamente uno que pudiera ocupar con mejores resultados ese cargo.
A esta clase de dúos, el político y su ventrílocuo, todavía no les cae el veinte de que, en las elecciones del 4 de julio, la voluntad ciudadana no solamente arrasó con las aspiraciones de continuidad del personal político del PRI en el estado, sino que también puso en la puerta de salida del escenario público las rancias costumbres con las que operaban los tricolores.
En poco tiempo vamos a saber el verdadero alcance de los llamados a la reconciliación hechos por el gobernador electo, Gabino Cué, y nos enteraremos también del ánimo con el que la sociedad va a recibir sus propuestas.
Lo más probable es que en el momento mismo en que Raúl Bolaños Cacho, Juan Díaz Pimentel, Irma Piñeyro Arias, Carlos Velasco Molina y otros cartuchos quemados de la misma catadura sean colocados en lugares clave del nuevo gobierno, quienes los promuevan y quienes los acepten enviarán a la sociedad la señal ominosa de que la famosa transición en Oaxaca ha terminado y que fue sustituida por una nueva edición del foxismo que limitó el cambio a la grosera consigna de quítate tú para ponerme yo.
Para mala fortuna de los rancios, la sociedad sabe que su tiempo ya pasó; tuvieron sendas oportunidades y no las aprovecharon; antes de asumir cualquier cargo, Juan Díaz Pimentel tendría que explicarle a la sociedad por qué siempre se negó a llevar adelante, desde el Congreso del estado cuando fue su presidente, las reformas que Oaxaca necesitaba y sigue necesitando, pero que no podrán ser llevadas a cabo por mentalidades ya rebasadas como la suya.
Por su parte, Raúl Bolaños Chacho tendría que dar razones convincentes por las cuales cuando fue diputado o magistrado no sostuvo lo mismo y hasta ahora se acuerda de que nuestro estado necesita una nueva constitución, cuando en el pasado inmediato diferentes voces ciudadanas reclamaron lo mismo y él nunca dijo nada al respecto.
La compleja realidad oaxaqueña, erizada de dificultades y cargada de pendientes difíciles de resolver, es un valladar que podría impedir que personajes como los mencionados regresen para actuar como en los tiempos idos; todavía instalados en sus viejos esquemas, tienen en su contra la desventaja de no saber interpretar lo que está pasando.
La coalición triunfadora es tan amplia que no se puede dudar, en ningún momento, que también formen parte de ella quienes alberguen intereses oligárquicos que defenderán soterradamente, pero será muy difícil que prevalezcan por el contexto en el que se está dando el cambio en Oaxaca.
Reiteradamente se le ha estado pidiendo al gobernador electo que no vaya a actuar como lo hizo Vicente Fox quien después de reunir un gran capital político en las elecciones del 2 de julio de 2000, se la pasó los años siguientes dilapidándolo: no es casual que aquí en Oaxaca un estudiante universitario y una profesora jubilada llamaran a Fox, en un acto público que tuvo difusión nacional, “traidor a la democracia”.
La otra circunstancia fundamental es que siguen pendientes los agravios del 2006, el deslinde de responsabilidades, el castigo a los autores materiales e intelectuales de todos esos agravios y, sobre todo, que muchas organizaciones sociales y políticas están pendientes de la atención que se preste a estas demandas sociales.
Tal parece que los conversos de última hora, a los que con un espíritu monsivaiano podríamos llamar “demócratas súbitos”, no están acostumbrados a leer los matices de la realidad. Es más, parece que creen que la gente se sigue chupando el dedo y no ven las señales de que todo se está moviendo en una dirección contraria a sus intereses. Una de esas señales, que se encuentra a la vista de todos, es la megapinta ubicada en la esquina de Manuel Ruiz y Héroes de Chapultepec, en la colonia Reforma de la ciudad de Oaxaca.
En ese lugar, el equipo de propaganda del candidato derrotado Eviel PM puso una enorme pinta antes del 4 de julio que dice: “¡Ya ganamos!” Sobre la misma leyenda, otras manos anónimas pintaron, después de darse a conocer el triunfo de Gabino Cué y la coalición Unidos por la Paz y el Progreso: “Se van los asesinos y llegan los culeros populistas”.
La pinta es uno de esos elementos que retratan gráficamente lo complejo de la situación oaxaqueña y solo quien no la conozca ni la quiera ver, se atreverá a actuar como si se pudiera borrar la historia reciente para regresar a un mundo ideal como el que quisieran estos restauradores.