Por José Luis Camacho López para oaxacaentrelineas//
Una parte de la llamada izquierda mexicana rindió en fecha reciente, un homenaje a un líder emblemático de las luchas políticas: Arnoldo Martínez Verdugo, en ocasión de su cumpleaños 88. Se trató de reconocer al último líder del extinto Partido Comunista, fundado en México en 1919, por un trasnochado norteamericano.
La celebración a la figura de Arnoldo representa el culto a la desmemoria; recrea la historia de traiciones, mitos, delaciones, persecuciones, tránsfugas, purgas, pugnas, acosos y verdades a medias que han caracterizado la vida de la atribulada izquierda mexicana que hoy enfrenta el dilema de ser o no ser parte del perverso juego del Pacto por México.
Un juego donde por un lado se levantan victoriosas las banderas de la izquierda y por otro se abre la vía para imponer el IVA a los alimentos y medicinas y una sospechosa y peligrosa modernización de Pemex que si conlleva una libre apertura a la inversión privada, debilitaría aún más la empresa que es el último pilar de la rectoría de un Estado que en el siglo XX fue el símbolo de la soberanía nacional.
Arnoldo cumplió sus ochenta y ocho años el 12 de enero pasado. Originalmente artista plástico, Martínez Verdugo perteneció a una corriente de hombres y mujeres comprometidos que hicieron del pincel el instrumento de lucha social y de expresión política y representó el último líder del extinto Partido Comunista Mexicano (PCM), en una prolongada dirigencia entre 1963 y 1981. La historia de nuestra izquierda ha estado embarazada de grandes y pequeños mitos.
El cumpleaños de Arnoldo, celebrado por la izquierda mitológica, viene a representar el símbolo de esa izquierda turbulenta que después de una lucha épica, digna de las epopeyas griegas, ha pasado a una vida actual de diversos montajes, acomodos y acuerdos con o desde el poder público, caracterizados por la corrupción y una feroz pelea por encabezar su representación ante el nuevo Estado que encabeza el electoralmente odiado Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde Los Pinos y en el Congreso.
No son ajenas las vidas erosionadas que vivió en el siglo XX la izquierda mexicana a las actuales, en el siglo XXI; a Pablo Gómez, uno de los pocos líderes que provienen del PCM y ha eludido migrar como otros excomunistas a los intestinos del viejo o nuevo PRI o que incluso se incrustaron en las estructuras de esa extraña mixtura o híbrido que fue el gobierno del foxismo-panismo, no le parecen extrañas. Así ha sido siempre, respondió a una pregunta que le fue hecha durante un desayuno que ofreció la corriente Democracia Social para justificar su presencia en el pacto por México.
Nuestra izquierda es una historia de sueños en su parte romántica, pero también de tenebrosas pesadillas, en su parte más opaca. El romanticismo idealista lo encarnan figuras como Benita Galeana y Mario Gil, una pareja congruente en su ser y proceder; Juan de la Cabada y José Revueltas; o los artistas Rina Lazo y Arturo García Bustos, otra pareja que vivió los años cruentos de las persecuciones anticomunistas. La parte más oscura de esa izquierda forma una disímbola lista de personajes tan larga que la cola de ese otro dinosaurio político, le daría varias veces la vuelta al zócalo de la capital.
Una de las frases del discurso de Arnoldo que más cautivaron al nutrido y abigarrado auditorio que se reunió en Tlalpan para celebrar su cumpleaños, fue que el proyecto político de la izquierda “tiene que ir más allá de la política” para lo cual conminó a los arengados presentes a “promover una profunda transformación intelectual y moral de la sociedad”.
Un sueño más de Arnoldo, porque mientras este antiguo comunista reflexionaba en su cumpleaños 88, sobre el papel actual de la izquierda contemporánea-ese mismo dirigente comunista que decidió decretar el fin del PCM el 6 de noviembre de 1981 con un emocionado canto de La Internacional- los Gómez, los chuchos y los bejaranos se disputan a muerte la representación de la izquierda en el Pacto, porque en eso tiene razón Pablo Gómez: sus grandes divisiones y peleas internas ante las puertas del poder que no logran traspasar, inmersos en el todos contra todos de la seducción política. La desunión y la intriga han sido la vida normal, secreta y pública en la historia de la izquierda mexicana porque sus dirigentes no han encontrado su propio camino, por un lado caen en la seducción política que sus antecesores puristas censuraban, por la otra comprometen principios en aras de figurar.
Desde que en el gobierno de Echeverría se decidió la llamada “apertura democrática” y después la Reforma Política que les abrió las puertas del Congreso a los comunistas o marxistas guadalupanos, socialistas, troskistas, espartaquistas, etcétera, nuestros izquierdistas han sido engullidos por el soberano e irrenunciable culto a los presupuestos públicos. Era extraño que uno de esos izquierdistas puros se asomara a los Sanborn’s, se consideraba casi una herejía, una alianza con el capitalismo, sin embargo, hoy comparten y compiten en todos los aspectos de derroche y ostentación de la clase política que tanto indigna al ciudadano común.
Todos esos líderes de esa terrible e infantil izquierda mexicana aborrecen a Peña, pero todos escuchan su canto de las sirenas y hablan con sus representantes más visibles, Luis Videgaray y Miguel Ángel Osorio Chong. Todos levantan la mano: “aquí estoy, aquí estoy”. El Pacto los ha eliminado como opositores. (Y ésa era la intención de este instrumento). Cabe recordar que Max Weber pensaba que “suprimir la lucha entre sí entre los partidos” eliminaba “a la vez toda forma activa de representación popular”.
Los autores del Pacto han actuado con inteligencia oportuna: al término de las elecciones presidenciales se encuentran con un paisaje después de la batalla por la Presidencia, en el que sus adversarios se muestran divididos, desvalidos, debilitados, erosionados por las discordias internas, fracturados y sin liderazgos claros. Les han ofrecido una agenda política de promesas de gobierno, como si ellos hubieran ganado las elecciones del 2 de julio. Sólo una izquierda menesterosa representada por el Movimiento de Regeneración Nacional, con dificultades para pagar por ahora un inmueble que sea su sede, parece estar a salvo del canto de las sirenas del Pacto o del encantador de Los Pinos, sumergida en otro sueño de opio con un líder encarnado en Manuel López Obrador que -por segunda vez- es el gran perdedor, Josefina Vázquez Mota fue un señuelo, el único recurso de un partido que después de tener el poder 12 años mostró su incapacidad para formar cuadros, para crear una base política.
A diferencia de otras izquierdas que en Latinoamérica han sabido nutrirse de sus propias experiencias históricas, construir estrategias viables y aprovechar coyunturas políticas, sociales y económicas para llegar al poder presidencial, vía las elecciones en Brasil, Uruguay, Chile, Argentina, Venezuela, Bolivia, Ecuador, incluso en Nicaragua, la izquierda mexicana deambula cada seis años por el país, de manera tan lastimosa como estridente, sin contar con una personalidad propia, sólida y congruente con su propia realidad histórica.
Carente de programas económicos y sociales realistas en un mundo avasallado por el neoliberalismo y la globalización, la izquierda mexicana ha sido receptáculo o trampolín de tránsfugas que migran de un partido a otro y que sólo en sus borracheras de remembranzas ideológicas, cree que el canto de La Internacional, la salvará de caer en el noveno círculo de Dante, pero ya está de antemano juzgada y condenada por una opinión pública que observa sus delirios, desvíos y desvaríos.
Si hay una jauría carnívora peligrosa, no es la del Cerro de la Estrella; dejemos los mitos y veamos a la izquierda descarnada tal como es, tan humana como el PRI o el PAN, la Alianza de la maestra Gordillo y esa nueva hornada de partido pepenador como el de René Arce y Manuel Espino llamada vitriólicamente “concertación mexicana” a la que pertenecerían Rosario Robles y Ramón Sosamontes, dos arquetipos de los tránsfugas de la izquierda a quienes nos referíamos.
Si hablamos de izquierda sin rumbo, “concertación mexicana”, mezcla de fascismo y marxismo, es el modelo más acabado de la esquizofrenia política pactada entre la izquierda y la derecha, alianzas PAN -PRD para que sus candidatos tránsfugas, por cierto del PRI, llegaran a los palacios de gobierno en Sinaloa, Oaxaca y Puebla.
Así, las perspectivas a futuro de la llamada izquierda mexicana no se antojan prometedoras en ningún sentido; persistirán las inercias y los vicios que han impedido se empoderamiento, aunque sobrevivirán holgadamente las burocracias partidistas que manejan las siglas y los presupuestos, porque así conviene a la apariencia de competencia democrática del sistema partidocrático mexicano, pero su poder de convocatoria disminuirá gradualmente, por carecer de liderazgos honestos y actualizados respecto a las realidades socioeconómicas del mundo contemporáneo; liderazgos verdaderamente comprometidos con las causas y problemas populares, origen del voto, justificación de su existencia.