Por: Horacio Corro Espinosa
Al que conduce una bicicleta se le ha de decir bicicletero o ciclista, el que conduce un microbús se le ha de decir (microbusero, supongo). Al que conduce un camión urbano de pasajeros, se le ha de llamar camionero, no creo que acepte el calificativo de chofer o conductor, pues los que manejan esos anafres que circulan dentro de las calles de la ciudad de Oaxaca, le dan vuelta al volante como creen que se conduce.
Dentro de los camioneros existen dos grupos: los que agreden y los que estorban, aunque hay muchos que ejercen ambas habilidades, pues hay agresiones estorbosas y estorbos agresivos.
No me sé la historia pero me imagino que a algún empresario oaxaqueño, o algún funcionario de medio pelo, se le ocurrió convencer a medio mundo para que los autobuses que apenas si caben a lo ancho de la calle, sustituyeran a los vergonzosos camiones con chimenea. Pero ilusos todos, no imaginaron que éstos, pronto se convertirían en poderosos e intocables. Y como resultado de todo, los camiones, lamentablemente necesarios, es el más brillante sistema de agresión estorboso, con un servicio grosero y mediocre.
Uno de los atractivos que goza esta ciudad de Oaxaca, aparte de su Guelaguetza y sus vestigios arqueológicos, esta otro mucho más importante, su tránsito vesicular, perdón, vehicular.
En la ciudad de Oaxaca no hay tránsito, pero si un montón de coches en movimiento entre los autobuses de pasajeros. Los parroquianos, entre ellos me cuento yo, no sabemos en cuál de esos infiernos móviles se corre menos riesgos, si cuando vas dentro del anafre o cuando tienes que atravesar de un lado a otro de la calle.
Los camioneros y los zares del transporte, siempre nos dejan ver los mismos problemas: nunca han cumplido con lo que han prometido, como el de mantener limpias las unidades, afinar los motores, domesticar a los chóferes para que respeten al público y atiendan las leyes de tránsito, renovar el parque de camiones, horarios, paradas exclusivas, etc.
La verdad es que para cualquier oaxaqueño, es ofensivo que tengamos el peor servicio de transporte, y que además, estos vehículos provoquen los más insuperables accidentes.
La cosa es que en arterias donde fácilmente pueden caber dos o tres vehículos, no señor, en esta ciudad de Oaxaca, los camioneros usan conducir por todo lo ancho de la calle y, a ver pásale si es que puedes. Lo triste del asunto es que muchos conductores oaxaqueños, que operan vehículos particulares, ya llevan el virus de los camioneros, pues también conducen a lo ancho de la calle creyendo que su auto lleva alas. Y así van, a lo largo de toda la calle, uno tras otro, en fila india.
No sé si ustedes se hayan dado cuenta, pero a las horas pico, los camiones siempre llevan sobrecupo, y por lo mismo, los viajeros no saben de dónde pescarse, pues mientras buscan acomodo se van haciendo piruetas a lo ancho y largo de la unidad.
Hay otros que desde que suben no tocan el piso, pues son cargados, literalmente, y conducidos hasta la parte posterior. Si alguien tiene suerte y encuentra un asiento desocupado, es donde el oaxaquense puede recobrar su condición de humano.
Fíjense nada más, con todas estas incomodidades, con todas sus promesas incumplidas, las autoridades gubernamentales permitieron el alza del pasaje. 50 centavitos, (en mis dos columnas anteriores he desglosado los millones de pesos se llevan los zares del transporte al mes). Además, después de las 8 de la noche ya no hay servicio, digo, ¿cuál servicio?
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