Por Libre Pensador
*Miseria e impunidad, los grandes males de la nación *Se perdió la vocación de servicio público*Los partidos, cotos de familia o de maffias políticas*Se disputan el poder como las organizaciones criminales se pelean territorios* Tenemos gobiernos de cínicos que se enriquecen con los dineros públicos en las 32 repúblicas*Son los modernos Santa Annas, que se reparten los presupuestos.A menos de un año de los comicios presidenciales del 2012, la nación asiste al círculo de vanidades, juego retorcido de caprichos y ambiciones de una clase política abusiva y ociosa que sólo tiene como fin primero y último la lucha feroz y descarnada por el poder político y el control de los presupuestos públicos.
Han hecho del poder por el poder su modus vivendi, mientras las mayorías del pueblo se hunden en la pobreza y la incertidumbre de una nación sin futuro.
En las 32 repúblicas mexicanas el servicio público lo han desnaturalizado. Los dizque servidores públicos son patrones o dueños de las oficinas de gobierno; los papeles se cambiaron y los ciudadanos son vistos con desdén como empleados.
Domina la abulia y la soberbia en las dependencias del gobierno federal, estados, municipios y delegaciones del Distrito Federal. Hay rateros de todos tamaños. Enloquecen con los dineros del pueblo. Manejan los asuntos públicos como asuntos meramente particulares. Son los modernos Santa Annas.
Benito Juárez fue el artífice de la genuina vocación de servicio público. Su herencia la han usado como pantalla de enriquecimientos personales o familiares. Lo usaba lo mismo Ulises Ruiz que Santiago Creel y lo trae de arriba para abajo Manuel López Obrador.
Juárez fue el constructor de una administración pública honesta en la que sus funcionarios fueran verdaderos servidores públicos, moderados y “consagrados asiduamente al trabajo, resignándose a vivir en la honrada medianía”.
Juárez exigía responsabilidad a los funcionarios públicos, gobernar sin impulsos de voluntades caprichosas ni menos improvisar fortunas y mucho menos consagrarse al ocio y a la disipación.
Hoy el despilfarro es el símbolo de los gobiernos, lo mismo en el nuevo edificio del Senado que en el fraude llamado sendero de luz fanáticamente erigido a un bicentenario fugaz y que en la memoria colectiva quedó como un banal espectáculo y no como un recordatorio de la cruenta y difícil construcción de nuestro país.
Todos nuestros políticos se desgarran las vestiduras y se sangran los labios con el interés nacional, pero ninguno es capaz de hilar un discurso de congruencia con la tragedia que vive la sociedad mexicana tras la sepultura del único proyecto de Nación que ha tenido México y que le costó al país un millón de muertos en la segunda década del siglo XX.
La Revolución Mexicana fue sepultada por los tres últimos gobiernos priistas para atender el proyecto trasnacional que se nos impuso, el llamado Consenso de Washington, a partir de Miguel de la Madrid. Carlos Salinas y Ernesto Zedillo se encargaron de enterrar en una fosa común el proyecto de Nación surgido de un consenso nacional en 1917.
Esa es nuestra gran tragedia, el país navega hacia la nada. Los gobiernos de Acción Nacional, pero sobre todo el de Felipe Calderón, terminaron con la tarea colocar la Revolución Mexicana en el limbo de la historia en su centenario, y los neopriistas de ahora, temen al borde del pánico, citar el origen de su partido surgido de la ideología de los constitucionalistas de 1917.
Cuando mucho apenas Rubén Moreira se atreve a mencionar tímidamente una ambigua mexicanidad que su partido a partir de 1929, construyó para darle cimientos al proyecto social de la Revolución Mexicana en el agro nacional, en la educación, en la salud, en el empleo, en la vivienda, en la seguridad social, en la alimentación del pueblo mexicano.
De la agenda de los políticos neoliberales mexicanos desapareció tratar temas que ofendan o cuestionen la ruta que el Consenso de Washington nos dictó en los ochentas del siglo pasado como nuestro nuevo proyecto de nación, colocar de rodillas a la Constitución frente al neoliberalismo, la ideología que domina los quehaceres del gobierno mexicano en el siglo XXI.
El Consenso de Washington formulado como el artífice de las políticas monetarias neoliberales salió al paso de toda iniciativa de proyecto nacional en Latinoamérica. Al empezar su aplicación en México, Miguel de la Madrid desarmó el Estado rector e inició la regresión al capitalismo salvaje del siglo XIX cuando las grandes potencias se peleaban por el control de países como México que producían oro, plata, petróleo y eran presa fácil de los imperialismos.
Con el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988) se inició la desnacionalización nacional, la empezó con los bancos que ahora están bajo propiedad de españoles y estadunidenses; y ya desde entonces se vislumbraba la privatización del petróleo. El Consenso de Washington diseñado por John Williamson planteó diez puntos que sometían los aparatos financieros y económicos de países como México al control del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. El Estado mexicano se sometió dócilmente a al consenso de Washington:
1. Disciplina presupuestaria de los gobiernos.
2. Reorientar el gasto gubernamental a áreas de educación y salud
3. Reforma fiscal o tributaria, con bases amplias de contribuyentes e impuestos moderados.
4. Desregulación financiera y tasas de interés libres de acuerdo al mercado.
5. Tipo de cambio competitivo, regido por el mercado.
6. Comercio libre entre naciones.
7. Apertura a inversiones extranjeras directas.
8. Privatización de empresas públicas.
9. Desregulación de los mercados.
10. Seguridad de los derechos de propiedad.
John Williamson
Todas las ha cumplido el gobierno mexicano, excepto los referentes a la salud cuando siguen siendo pésimos sus servicios y en la educación se regatea a las universidades públicas los subsidios. Con el Consenso de Washington la Revolución Mexicana pasó a formar parte de los mitos del mexicano. Los gobiernos neoliberales le arrancaron al país el pensamiento de los constitucionalistas de la Carta del 17, la hicieron polvo y sujetaron a la nación a los dictados de Washington.
Gastón García Cantú, lamentablemente fallecido en 2004 y cuyas cenizas fueron depositadas en los cerros de Loreto y Guadalupe, símbolos de la lucha contra el intervencionismo imperial, era de los pocos mexicanos lúcidos que mantuvo en pie una vigorosa posición crítica frente a la desnacionalización que planteaba el Consenso de Washington.
Pocos ya se acuerdan de este ilustre pensador mexicano que escribía en las páginas de Excélsior, duramente censurado por el círculo de Julio Sherer por aprovechar las páginas de ese diario en la época de Regino Díaz Redondo. Nunca le perdonaron ni entendieron que don Gastón lo que hacía era tener una voz permanente en ese diario donde advertía de las funestas consecuencias que acarrearían los dictados de Washington y la desnacionalización de México.
Hoy los padecemos con un país quebrado, botín de los políticos de los partidos y sus familias que en esta hora ya se disputan los presupuestos públicos del gobierno que emane de las elecciones presidenciales del 2012.
Mientras estos políticos al interior de sus partidos se muerden ferozmente por las candidaturas, una gran mayoría del pueblo en el campo y en las ciudades no ven otra opción que o continuar huyendo hacia el espejismo llamado Estados Unidos junto con las corrientes de inmigrantes centroamericanos que huyen hacia una miseria menos sórdida que la de sus pobres naciones, o se enrolan o son reclutados como levas de las neofascistas organizaciones criminales del narcotráfico, contra las cuales el actual gobierno no puede ni tiene la capacidad de extirparlas del tejido social y mucho menos un plan nacional contra la pobreza y marginación social, las fuentes de la discordia de nuestra patria.
No puede ni podrá este gobierno, porque el problema es de más fondo que legalizar la asistencia de las Fuerzas Armadas Mexicanos, soldada y marina, en el combate a las hordas salvajes y crueles del narcotráfico. La estrategia es equivocada y el presidente Calderón no sabe como terminar con una guerra que reveló aún más el verdadero conflicto de la sociedad mexicana contemporánea, la insondable desigualdad social.
Sin proyecto de nación, sepultada la Revolución Mexicana, el país cojea por el mundo, y así seguirá porque ninguno de los políticos y partidos que se disputan desde ahora la residencia de Los Pinos le atina a convocar a un nuevo pacto nacional que reivindique la validez de las tesis sociales incumplidas del movimiento revolucionario iniciado en 1910 y formule una convocatoria de proyecto de Nación que sea capaz de sacar al país de la incertidumbre y resuelva los dos más graves problemas nacionales: la miseria y la impunidad.
Cómo creer en un PRI del siglo XXI donde comparten el mismo espacio los jóvenes juniors neoliberales priistas y los vetustos ancianos líderes venales del llamado movimiento obrero organizado representado por Joaquín Gamboa Pascoe o por el líder ferrocarrilero porro Víctor Flores, cómplice de la desaparición de los ferrocarriles nacionales.
¿Nuevo PRI? ¿Qué pueden ofrecer al país el gobernador Enrique Peña Nieto o el senador Manlio Fabio Beltrones? ¿Otro sacrificio de seis años para los mexicanos porque recibirán una nación rota y sumida en el desaliento? ¿Un proyecto para sus juniors? Manlio Fabio se le acaba la lengua cuando encabeza un Senado inútil y ajeno a sus responsabilidades públicas. Si quieren ahorrar dineros públicos, que lo vendan o renten el Senado, como decía Vicente Lombardo. El Senado y la Cámara de Diputados han convertido el Poder legislativo en un repertorio de vanidades y lucros ofensivos e indebidos.
¿Qué proyecto tiene Marcelo Ebrard pasa sacar a la nación del atolladero? ¿Un segundo piso para todo el país donde por abajo circulen los pobres y por arriba los ricos? ¿Qué plantea Andrés Manuel López Obrador cuando sus cuadros de seguidores fanáticos están formados por pandillas polpotianas casi analfabetas que de izquierda tienen lo que el cardenal Sandoval tiene de marxista-guadalupano?
¿Cuál es el plan de Josefina Vázquez Mota y Santiago Creel para darle un giro de 360 grados a los fracasos de los gobiernos panistas en la administración federal, en los estados y municipios? ¿O Ernesto Cordero que asoma ser el real candidato del jefe de la familia que ocupa Los Pinos o Alonso Lujambio que sólo sirve de distracción para evitar más críticas al secretario de Hacienda?
Los precandidatos del PAN a la presidencia de la República
Son preguntas sin respuestas. El país carece de líderes, ni siquiera en la llamada sociedad civil personificados en Juan Ramón de la Fuente que no se atreve a dar el salto a la plaza pública a tratar los temas fundamentales de la nación y no sólo los que genera como problema de salud pública el narcotráfico; o en Javier Sicilia, ahora convertido más en oficioso mensajero de la reforma política de Calderón que en representante de las adoloridas y vejadas familias de las víctimas colaterales de la guerra del narcotráfico.
México transita de la nada a la nada, está anclado en las cadenas del Consenso de Washington.
El único debate de los partidos y sus políticos es el de las candidaturas. No tienen ideas, no discuten los problemas del país, las condiciones del mexicano al que le es imposible vivir con los míseros empleos que ofrece el expriista Javier Lozano.
La lucha por la candidatura panista asume rasgos tragicómicos cuando éste secretario del Trabajo del PAN se da cuenta que no goza de preferencias para ser candidato presidencial. La misma comedia patética y ridícula del secretario de Desarrollo Social, Heriberto Félix Guerra, la misma que representó el PRI en 1987 para darle la candidatura a Carlos Salinas.
No hay proyecto de nación porque no hay políticos de ideas. Todos repiten el mismo discurso vago, incongruente, vacío, titubeante, porque carecen de respuestas para abordar los nuevos problemas nacionales. Bueno, ni siquiera serían capaces de darle una interpretación actualizada al libro de Andrés Molina Henríquez, los ensayos de Mariano Otero, los discursos del general Heriberto Jara y se lleven de tarea a sus noches de cortar margaritas, los del general Lázaro Cárdenas y de pasada los de Juárez. Bueno, que lean por lo menos los Sentimientos a la Nación de Morelos para que sepan quién es este líder de la independencia.
La preocupación central y sustantiva de Humberto Moreira son las eventuales rupturas al interior de su partido, que sus militantes de la era glacial encabezados por Gamboa Pascoe, no salten de los trampolines a las filas del PAN o del PRD como ya ha ocurrido, o en el caso de Elba Esther se presten a sumarle votos al partido de Felipe Calderón porque se peleó a los arañazos con Roberto Madrazo hace seis años.
En el PRD, la inquietud sublime del exguerrillero Jesús Zambrano es que no existan dos candidatos presidenciales en el PRD, sino sólo uno, Marcelo Ebrard, el candidato de los temidos chuchos, o Andrés Manuel, candidato de la ilustrísima familia Bejarano-Padierna, mientras en el PAN es una lucha entre dedos, el de Vicente Fox y el de Felipe Calderón. Santiago y Josefina sólo piensan en la revancha y están en la ingenua creencia de que Fox le ganará con el dedo a Calderón porque las familias a las que les pertenece el partido de Gómez Morín, es “democrático”. En un partido democrático difícilmente Luis Felipe Bravo Mena hubiera sido candidato en el Estado de México. De los otros partidos, ni que hablar, son caricaturas de la patética política mexicana contemporánea.
Los partidos políticos mexicanos son triviales y tribales. Viven del lucro de la pobreza del pueblo mexicano. Entre más pobres más votos cautivos. Ni un partido se salva.
La última encuesta del Instituto Nacional de Geografía y Estadística reafirma nuestra tragedia. Repunta el desempleo, las más afectadas son las mujeres. Más de dos millones 679 mil personas no encontraron empleo por más que acudieron a las farsas llamadas Ferias del Empleo. La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) que levanta el INEGI, señala que la tasa de desempleo a nivel nacional fue de 5.74% respecto a la Población Económicamente Activa (PEA), tasa superior en 0.16 puntos porcentuales a la de mayo pasado.
Eso significa que más de dos millones 679 mil mexicanos pasaron a formar parte de las filas del desaliento y a engrosar las cifras de los pobres que de 2006 a 2008 pasaron de 45 millones a 51 millones de personas, quienes sólo existen como cifras de la estadística de un Estado incapaz, mientras en las Cámaras de Diputados y Senadores nuestros representantes cobran jugosas dietas, poseen autos de lujo, viajan al extranjeros y disfrutan de las mejores viandas en los restaurantes de la zona rosa y de Polanco a costa del erario público.
Son nuestros diputados y senadores, muchos de los cuales jamás suben a una tribuna o si lo hacen es porque les cae la suerte de que les facturen una iniciativa. Varios de ellos regresaran a la UNAM a terminar sus carreras inconclusas, son un tipo de legisladores disfuncionales académicos. Eso sí en verdad pasaron por la prepa y pisaron algún semestre de la universidad. Lo peor de los peores está en la asamblea legislativa del DF, en los estados, los municipios y las delegaciones. En la delegación Cuauhtémoc, la mayoría de los funcionarios perredistas son “pasantes” o no siquiera reúnen los méritos mínimos para el servicio público. ¿Sabrán leer y escribir?
En el gobierno federal, son maestros, doctores formados en escuelas y universidades privadas donde ni por asomo les han enseñado que la materia básica de un gobierno pasa por la piel social. Todos ellos expertos en el Consenso de Washington.
Gastón García Cantú exhibía ese tipo de funcionarios públicos que arribaron a las administraciones públicas formados en universidades extranjeras y con la mentalidad de servidumbre neocolonial. Hechos bajo el plan Camelot diseñado a formar funcionarios ad hoc en las universidades extranjeras, Harvard, Chicago, Yale, para aplicar las recetas inhumanas del neoliberalismo.
Dos graves males agobian a la nación, persiguen a México desde que nació a la vida independiente en 1821, la congénita pobreza de millones de compatriotas y la impunidad que otorga carta blanca a los malos gobiernos en los ejercicios del servicio público, el abuso criminal de quienes desvían el rumbo nacional, lucran con las necesidades sociales y reducen sus funciones a las grotescas luchas por el poder, como lo vemos en la actual circunstancia política en la proximidad de la sucesión presidencial del 2012.
El deporte nacional actual se llama despilfarrar los dineros públicos, apoderarse de ellos como la parte las luchas de los piratas de la política mexicana del siglo XXI. ¡Sálvanos Juárez, Cárdenas de los modernos Santa Annas!
Antonio López de Santa Anna
Para que nos va a salvar Juarez? para querer entregarno a EU? para eso lo invocan?