Quiero iniciar mi intervención con un hermoso verso de una de nuestras hermosas tradiciones indígena, “El canto de Atamalcualoyan”:
“Mi corazón está brotando flores a mitad de la noche.
Llegó nuestra madre, llegó la diosa Tlazoltétl.
Nació el Dios del maíz, en la región de las flores, Una-Flor.
Nació el Dios del maíz en la región de la lluvia y la niebla, donde se hacen los hijos de los hombres, donde se adquieren los peces preciosos.
Ya va a relucir el día, ya va a levantarse el alba (…)”.
Por esas flores, que son nuestros muertos, y que hablan desde nuestro corazón, guardemos un minuto de silencio.
Hace poco más de 17 años, en esta tierra, hombres y mujeres levantaron la mirada y a través del símbolo del pasamontañas, del ocultar que, lo sabemos los poetas, revela, muestra, devela, hicieron visibles no sólo a los negados, a los olvidados, a los despreciados de la nación, a aquellos y aquellas a los que por desgracias nuestra independencia no ha hecho justicia, sino a través de ellos formas diversas y ancestrales de ser, de vivir, formas que la ceguera estructural de los modelos Occidente, no han comprendido y por ello han intentado borrar.
Sin embargo, la grandeza de sus culturas, su formas de ser y de hacer, sus maneras de abrazar y de defender el misterio de la tierra y del territorio, no sólo han resistido en el tiempo, sino que al revelarse a finales del siglo XX pusieron al desnudo lo que de universal hay en sus particularidades, lo que de humano, de profundamente humano hay en ellas.
Su rostro velado ha sido y continúa siendo un espejo que viene del pasado y nos revela no sólo lo que hemos humillado de lo mejor de nosotros mismos, sino la hermosura de un mundo que, contra las desmesuras de Occidente, contra el arrasamiento del liberalismo económico que humilla a hombres, mujeres, niños, niñas y la naturaleza que es la casa de todo lo viviente, nos muestra la grandeza de la proporción y de la vida en común, nos muestra lo humano que la imbecilidad del poder y el dinero nos ha hecho olvidar y nos tiene sumidos en una guerra atroz y a humillado, como nunca en nuestra historia los hijos e hijas de la patria.
A los agravios ancestrales y estructurales de los pueblos indios se han sumado -por no rehacer en nosotros lo que la imagen de su espejo nos ha mostrado– las víctimas de la violencia de la guerra por el control del poder y del dinero.
A sus dolores y la dignidad con la que han resistido y mantenido en pie el espejo en el que el país debe mirarse, sumamos ahora los dolores y la dignidad que esta guerra nos ha traído. Por eso hemos venido hasta aquí, por eso hemos ido del centro al norte y del norte al sur uniendo dolores, visibilizando los agravios, abrazándonos, consolándonos, uniéndonos para mostrar el camino de la paz y la justicia que a lo largo de la historia se nos ha ido negando.
Nosotros y nosotras también, junto con ustedes, somos los pobres, los negados, los despojados, los invisibles, que al mirarse en su espejo nos hemos quitado el pasamontañas para que se nos mire, para que se sepa que no somos “bajas colaterales”, estadísticas, criminales a los que se les ha arrancado a sus hijos porque se lo merecían, porque, al igual que los gobiernos lo han hecho con los pueblos indios, son criminales, gente que no entra en el esquema de la violencia estructural del poder y por lo mismo hay que violentar, humillar, depreciar, criminalizar para que aprendamos a vivir con el horror y bajo el horror, para que aprendamos a vivir bajo el miedo y con el miedo; nos hemos quitado el pasamontañas para mostrarles por fin el rostros, que ustedes habían revelado al ocultarlo, y decirles que tenemos nombres, apellidos, familias, que pertenecemos a esta gran casa que se llama México y que estamos con ustedes de pie.
Porque nosotros y nosotras somos ustedes y ustedes nosotros, y nosotras; nosotros y nosotras ustedes somos en el corazón también los que dialogamos con todos para mirar juntos, somos el abajo y el arriba, la izquierda y la derecha, el país olvidado, el país arrasado, el país que exige la paz, la justicia y el amor que nos han arrancado; esa paz, esa justicia en la que mirándonos siempre en el espejo del pasado podemos rehacer nuestro presente para preparar el futuro de los que vienen y hacer que esta casa llamada México, sea ese mundo, hoy negado, en el que quepan muchos mundos.
Somos también, con todos en el silencio y el dolor que lo contiene, el grito negado y vaciado de contenido de nuestra independencia.
Desde estas tierras próximas a San Andrés Larrainzar, no sólo opinamos, sino que exigimos, como un pendiente de la Nación sin el cual no habrá paz, ni justicia, ni dignidad, sin el cual no hay verdadera independencia, que se respeten los Acuerdos que se pactaron allí y la nación reconoce, que se respeten los Acuerdos de San Andrés.
San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
15 de septiembre de 2011.
Información difundida por el Área de Comunicación y Visibilidad de Cencos