Por Horacio Corro Espinosa/
No cabe duda de la ciudad de Oaxaca ya se convirtió en una gigantesca carpa urbana donde actúan saltarines de sus pequeñas o gran¬des desgracias.
Oaxaca es una ciudad como muchas otras de este país, en la que el individuo ha sido absorbi-do por la repetición involuntaria. Las autoridades, fal¬tos de valor, toleran esas desgracias y lo único que hacen es persignarse.
Mientras los poderosos viven a sus an¬chas y se recrean en sus propias fantasías, la clase media vive y muere maldiciendo su ilusión. Los más desgraciados, los que están dispuestos a creer en todo y hacer de todo porque después de tanta des¬gracia ya no tienen más que perder, ésos, salen a la calle a maromear pelotas, a pintar¬se el ombligo de verde y a darse de palos en la cabeza con la convicción de que nos van a hacer reír y de que sus payasadas merecen las monedas de nuestra conmiseración.
Casi no hay esquina importante en la ciudad de Oaxaca en la que no nos aguarde el elenco de vendedores y pedigüe¬ños: niñas que arriman la caja de chicles a la ventanilla del auto, o quienes ofrecen ramos de rosas envueltos en celofán que huelen a agua sucia y gasolina. Vendedores de fayuca, limpiadores de parabrisas que abollan el cofre, rompen las plumas o vuelven a ensu¬ciar el cristal si no reciben lo que creen me¬recer.
Mientras todo eso pasa frente a nosotros, se desarrolla el show del de las pelotitas, del de los boliches, del de las bolas de fuego que dura lo que la luz roja del semáfo¬ro.
Los payasos de semáforo tratan de sor¬prendernos con su lanzar de pelotas y hacer pirámides humanas. Los hay con maquillaje y los que dan la cara, los que utilizan disfra¬ces y los que lo que lo hacen con su ropa del día.
La cuestión es que si el cambio político si¬gue dando frutos, uno a uno de los integran¬tes de esta sociedad, seguirá sacando a las banquetas los anafres y el comal para ven¬der fritangas y ayudarse. El problema des¬pués será, ¿en qué esquina van a caber los miles de nuevos payasitos, charlatanes, sal¬timbanquis, equilibristas, magos, lanzallamas, tragafuegos, y vendechicles?, que, en potencia, todos podemos llegar a ser uno de ellos.
Si la cosa sigue así, será mejor ir pen¬sado en una nueva forma de hacer negocio en la calle, como por ejemplo, se me ocurre en este momento… reclutar personal femenino para hacer estriptis callejero en ciertas esquinas. Éste negocio sería un verdadero exitazo porque no lo hay en ninguna parte. Y entonces, ¿cuál miedo? El que se emplea en la calle goza de más libertad que el que paga impuestos.
Claro que Oaxaca se distingue por su calle Zaragoza, que es uno de los atractivos preferentes de chicos y grandes, de propios y extraños. Ahí se hace estriptis en el rincón de las paredes y eso no les perturba a nuestras autoridades.
Entonces, en lo que dura un rojo de semáfo¬ro, se puede desarrollar una auténtica feria del albur con micrófono en mano, claro. Probablemente eso pueda cau¬sar embotellamientos, por lo atrayente. Ese espectáculo estaría reforzado con una variedad femenina, que algunos con¬ductores abandonarían sus unidades para ver qué agarran. El negocio sería «torear» a los manejadores para sacarles todo el dinero que lle¬ven sin concederles nada. Este nuevo nego¬cio dejaría atrás la repetida y choteada del payasito o limpiador de vidrios.
A veces se me vienen ideas descabelladas, y eso que no soy presidente municipal.
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