Por Horacio Corro Espinosa
Pues como ocurre año tras año, la Cuaresma comienza con el miércoles. Eso nos recuerda que somos polvo y que al polvo volveremos irremediablemente.
Me contó don Blandino, un señor apegado a las tradiciones católicas, que antes, la gente de Oaxaca, conservaba la ceniza en la frente el más tiempo posible que pudiera. Al bañarse tapaban la señal con una jicarita, a la cual se le hacían dos agujeritos en donde se ensartaba un hilito que servía para atárselo a la nuca. De esa manera protegían la señal del miércoles de ceniza durante muchos días.
El miércoles de ceniza, nunca ha tenido un significado trascendente para la mayoría de los católicos, parece que todo se reduce a un juego bastante simple: poner la frente para recibir de los dedos del sacerdote la cruz de tizne, y luego, comparar con los demás quién la lleva mejor hecha, o quien se va mejor tiznado.
Cuando se hacen estas comparaciones, desde luego que se habla del cura. Y efectivamente, hay curas con gran firmeza en su trazo, mientras que otros embarran el tizne sin levantar el dedo entre una frente y otra. O lo que es lo mismo, hay curas curiosos bien hechos y los hay chambones.
Me contó este mismo señor, don Blandino, que había un sacerdote que él mismo fabricaba sus sellos, los labraba en corcho, y que era orgullo mantener esa cruz, hasta la hora de los cubetazos sorpresivos del
Sábado de Gloria.
La gente de antes cuidaba su mancha, a pesar de los fuertes vientos de febrero y marzo. Pero los tiempos han cambiado. Al día siguiente al miércoles de ceniza, si vemos a alguien con su tizne en la frente, inmediatamente la gente la califica de cuchi, marrano y puerco por no haberse lavado la carota. Aunque posiblemente se trate de una personas con tradiciones tan arraigadas que a toda costa trata de conservar su ceniza hasta el día de la resurrección.
Después del día de la ceniza le siguen varias semanas de penitencia en conmemoración a los cuarenta días que Jesús pasó en el desierto alimentándose sólo de tragos de aire seco y caliente.
Los cuarenta días de moderación y de silencio se dieron para estar de luto por los misterios de la pasión y el sacrificio del Señor Jesús. Prohibido estaba, por la iglesia católica, aún en los niños, el jugar y el cantar, el hablar en voz alta, y más delicado todavía, que los adultos pensarán siquiera en pecados de lujuria.
Los tiempos cambian, o más bien dicho, la gente cambia. Lo que antes era sacrilegio hoy ni se toma en cuenta. Cualquier falta, picardía o travesura del niño, era calificado de pecado. Así como pecado es ahora no ir al bar o al antro en estos días de penitencia.
Todo se ha vuelto algo así como el médico alcahuete que prohíbe comer carne de puerco a su paciente, pero a los ruegos de éste, el médico le dice: bueno, mientras no se coma todo el marranito, puede echarse un taquito. O mientras no se tome toda la botella, puede echarse una copita.
La Biblia dice que el pecado es pecado, no hay pecados chiquitos o pecados grandes. Sin embargo, la iglesia católica permite dar treguas para que alguien pueda chupar sobre su compromiso de no hacerlo durante tanto tiempo.
Es Cuaresma, sí. Pero ni el estómago ni los pies ni ninguna parte del cuerpo saben de buenas o malas intenciones según el calendario católico.
En fin, cada quien sus ganas para hacer lo que puede ser pecado.
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