Enrique Calderón Alzati
El acto político del domingo pasado, convocado por Andrés Manuel López Obrador, tuvo un éxito indiscutible y desde luego mayor al esperado, creando una corriente de opinión que seguramente influirá en las decisiones de los diferentes grupos del PRD, del PT y de Convergencia, para definir la candidatura presidencial de 2012 por parte de esos partidos.
Cuando Vicente Fox lanzó prematuramente su campaña para los comicios de 2000 hizo algo que se consideró fuera de lugar, primero porque en vez de gobernar el estado de Guanajuato dejó a sus electores a buen recaudo y se dedicó de tiempo completo a promover su imagen personal en forma abusiva, y segundo porque con ello generó un clima de expectativa que terminó minimizando las acciones del gobierno de Ernesto Zedillo; sin embargo, la jugada le salió bien, porque logró sus objetivos, sin que nadie le reclamara la no atención de sus responsabilidades como gobernador.
Considero que el caso de López Obrador es hoy diferente, porque no tiene ninguna responsabilidad asociada a un puesto de elección y porque la situación de desastre por la que atraviesa el país, como resultado de las acciones del gobierno de Calderón, así como la angustia que viven poblaciones enteras, ante la inseguridad y la pérdida de control cada día más evidente por parte del gobierno, hace necesaria la existencia de opciones que ofrezcan un cambio y un motivo de esperanza.
Por los resultados observados, la estrategia de López Obrador me ha parecido oportuna; sin embargo, varios aspectos deben ser analizados ahora que una primera precandidatura asociada con la izquierda ha quedado definida. El primero de ellos es, desde luego, la pluralidad de la sociedad mexicana, la cual incluye gente con ideas, intereses y concepciones políticas muy diversas que, sin embargo, está molesta con la forma que los candidatos y grupos panistas han conducido al país en los últimos 10 años. ¿Cuál es la imagen que todos esos posibles votantes tienen de López Obrador? ¿Es posible cambiar esa imagen con la contundencia necesaria para asegurar sus votos frente a otras opciones? Ello es importante, porque las elecciones no se ganan con el solo voto de una minoría, por entusiasta que ésta sea.
No tengo ninguna duda de que la opinión dominante de la mayoría de los mexicanos es que sus expectativas ante los dos gobiernos panistas han sido frustradas y que por ningún motivo votarán nuevamente por ese partido, lo cual se traduce en una nueva oportunidad para que la izquierda llegue a gobernar. Por otra parte, para muchos de esos votantes, con ciertos niveles de aversión natural a la izquierda, es posible que vean a los grupos que forman los cuadros de López Obrador como un nuevo riesgo, ante su falta de preparación para gobernar, porque ciertamente salir a la calle para apoyar a su candidato con gritos y consignas, y tener la capacidad y los conocimientos para conducir bien el país, son dos cosas diferentes. La probidad de algunos de los integrantes de su círculo próximo tampoco constituye un atractivo particular, luego del escándalo que generaron los videos de Ahumada en torno a algunos colaboradores cercanos al mismo López Obrador.
La opción de López Obrador está dada en un momento en que el desprestigio del actual gobierno es total, frente a la falta de respuesta a problemas graves, la inclinación de colocar en puestos claves para la solución de problemas no a los más capaces, sino a los amigos, sin reparar en las consecuencias de esas decisiones, inclinadas siempre a favorecer a grupos de interés, menospreciando los reclamos de las mayorías.
Todo ello le puede dar y le ha dado a López Obrador nuevas banderas y opciones de lucha política que pueden convertirse en ventajas y simpatías importantes; sin embargo, en el proceso electoral pasado la ventaja inicial fue dilapidada, frente a la falta de autocrítica, con la voluntad de corregir los errores oportunamente y desde luego, con la ayuda de las cadenas televisoras, que no desaprovecharon ocasión para golpearlo y que seguramente repetirán sus andanzas ante la amenaza que su triunfo electoral les representa.
En esa ocasión, la ventaja inicial que le dieron los inocultables yerros del gobierno de Fox, incluyendo su obstinación en inventarle pretextos para eliminarlo e incluso llevarlo a la cárcel, le hizo cometer errores graves, sintiéndose seguro de su triunfo, a marginar de la lucha política a quienes consideró que le podían hacer sombra, como fue el caso del ingeniero Cárdenas, en lugar de buscar alianzas a partir de afinidades y acuerdos posibles, y a bajar la guardia, ignorando que para quitar el poder a quienes lo tienen es necesario cuidar con esmero los aspectos medulares de una campaña política y del proceso electoral mismo, para evitar las trapacerías que terminaron haciendo en su contra.
Qué tanto ese fracaso ha hecho posible madurar a López Obrador, para no cometer los errores de 2006, para entender que las elecciones no las deciden, con sus votos, quienes piensan igual que uno, sino la diversidad de corrientes que pensando de diferentes maneras quieren un México distinto al de la pesadilla que ha vivido este país ya por demasiado tiempo.
La lección que el presidente Lula da Silva ha dado al mundo, de manera especial a las corrientes de izquierda de los países de América Latina, no puede ser dejada a un lado. La necesidad de un gobierno incluyente, capaz de dirimir diferencias entre sectores con intereses legítimos, pero contrapuestos, comienza cuando en los partidos políticos se escucha a los demás y se toman decisiones por consenso, buscando no la gloria personal, sino la victoria de un grupo más amplio, e incluso a costa del sacrificio personal, en aras de quien pueda tener no más simpatizantes en el PRD o en el PT, sino quien o quienes puedan atraer más votos de la sociedad toda, y ello sin cometer el error de buscar uniones de conveniencia, como las alianzas recientes y pasadas construidas para fortalecer a los contrarios.