Dos raperos mexicanos hacen frente al racismo y la discriminación por cantar en su lengua indígena y llevar las ropas típicas de su pueblo. Su historia nos revela por qué la Declaración de Durban, que lucha contra el racismo en el mundo, sigue vigente 20 años después de su aprobación.
Estrofa por estrofa, los raperos indígenas Diego Aurelio y José Antonio Andrés luchan por extender su música más allá de las fronteras del racismo y la discriminación. Al ritmo del beatboxing, quieren convertirse en ejemplo y demostrar a los niños y jóvenes de su comunidad que hablar mazateco es motivo de orgullo.
Quien escribe las canciones es José Antonio Andrés Bolaños, también conocido como Kipper, de 25 años; mientras que Diego Aurelio Olivera, de 23, lo acompaña al ritmo del beatbox, una técnica para producir ritmos y sonidos musicales usando la boca y las manos.
“La intención es rescatar nuestras lenguas maternas del pueblo, que a los jóvenes hoy en día les interese más. El tema más importante para mí es la naturaleza y hablar de mis raíces, de mi comunidad. Hablo de que en mi lugar hay cosas culturales y ropa de manta que son cosas que porto orgullosamente porque son únicas en la ciudad”, dice José Antonio.
Líricas llenas de tradición y nostalgia
Sus letras hablan del municipio de San Felipe Jalapa de Díaz, de donde ambos son originarios: de sus bosques y selvas de pino, roble y caoba; de los hombres y niños que se dedican a la siembra de maíz, chile, y piña; de sus madres, tías y hermanas que bordan las camisas y gorras que ambos exhiben con orgullo.
Ha shuta enima, “los que trabajan en el monte, humildes, gente de costumbres”, es el gentilicio con el cual se reconocen los indígenas mazatecos, cuyos pueblos se ubican en las regiones de la Cañada y el valle de Papaloapan-Tuxtepec en el estado de Oaxaca, a 600 kilómetros de la Ciudad de México.
En septiembre se conmemorará el vigésimo aniversario de la aprobación de la Declaración y el Programa de Acción de Durban, el programa más amplio y firme para luchar contra el racismo en el mundo.
Los documentos, aprobados en septiembre de 2001 en la ciudad sudafricana de Durban, indican las medidas que deben adoptar los países unidos a esta declaración para poner fin al racismo, la discriminación racial, la xenofobia y las formas conexas de intolerancia e impedir que vuelvan a aparecer.
El Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU advirtió que son los pueblos indígenas quienes han sufrido en mayor medida la pobreza y la desigualdad; y “han sido afectados de manera desproporcionada por la pandemia de COVID-19 en todo el mundo”.
En la construcción del nuevo mundo que debería llegar después de la pandemia, la ONU llama a incluir las voces, necesidades y preocupaciones de los pueblos indígenas, como las de Diego Aurelio y José Antonio.
De acuerdo con el estudio “¿Y tú cómo te llamas? Las voces de los pueblos indígenas para nombrar a la gente” que editó el Senado de la República, en la actualidad 10% de la población en México es de origen indígena; de esta, 7,3 millones de personas hablan alguna de las 68 lenguas indígenas; 4,6 millones ya no lo hacen; y un millón de personas únicamente habla lengua indígena, no español.https://news.un.org/es/sites/all/themes/bootstrap_un_news/localization/webcast-player2/?videoId=1_es6z4rvb&autoplayparam=0#t=00h00m00s
Una larga despedida
En San Felipe Jalapa de Díaz, la mayor parte de la población se dedica a la pesca y la agricultura; sin embargo, muchos jóvenes migran a las ciudades en busca de mayores ingresos que les den la posibilidad de un mejor futuro y de enviar algo de dinero a casa.
Diego migró a la Ciudad de México y en la actualidad trabaja como vendedor en un negocio del Centro Histórico.
“Yo trabajaba en el campo con mi papá, que se dedica a sembrar piña o chile de árbol. Allá está mi mamá, mi familia, algunos de mis hermanos están aquí trabajando porque se gana un poco más que en el pueblo”, cuenta.
“Kipper”, como se da a conocer José Antonio en las redes sociales, rapea en el transporte público y vende las blusas bordadas que le envían su tía y una de sus hermanas. Como su amigo Diego, con quien habla en su lengua materna, quiso buscar fuera de su pueblo las oportunidades que este no le ofrecía.
El largo camino de regreso
A la complicación de dejar a su familia y todo lo que conocen, incluido su idioma, se ha sumado el racismo que muchas personas expresan mediante burlas y comentarios discriminatorios sobre su origen indígena, su forma de hablar y de vestir.
A José Antonio en una ocasión le negaron un empleo presuntamente por no contar con “referencias bien hechas” en la Ciudad de México; otra vez se presentó a una entrevista de trabajo, y el empleador le pidió regresar al día siguiente con ropa distinta a sus camisas bordadas.
“Me vine por las oportunidades que no hay en el pueblo, por el trabajo. Lamentablemente aquí hay discriminación, a veces en el metro me ha tocado que cuando vengo así vestido se burlan, me dicen cosas como ‘ah, mira ese indígena, mira ese Juan Diego’. Me da tristeza a veces ver a esas personas que se dirigen a mí diciéndome indígena, me da como decirles ‘pues somos indígenas todos’ y, para demostrarles que no me da pena, estoy haciendo mi música en mazateco”, contó.
A Diego varias personas lo han señalado por su acento, se han burlado de él y lo han llamado de manera despectiva, como si su origen fuera un insulto.
“Como en mi pueblo estamos acostumbrados a hablar puro mazateco, algunas palabras me fallan a veces o alguna letra, (las personas) se ríen de mí y siento que es discriminación. Me dicen que hable bien o se ríen de mí, se siente feo. A veces me siento mal, pienso ‘chale, ¡qué mala onda!’ porque lo hacen con un tono de burla. Luego te dicen oaxaco con un tono de desprecio”.ONU Mexico/Teresita MorenoJosé Antonio Andrés Bolaños, también conocido como Kipper, de 25 años, rapea en el Centro Cultural Los Pinos en la Ciudad de México.
Una lengua y muchas formas de comunicarse
Además de su lengua materna, los habitantes de San Felipe Jalapa de Díaz sortean la geografía montañosa del municipio mediante chiflidos, con los cuales se comunican de una casa a otra, e incluso sustituyendo oraciones completas.
Allá, dirigir el silbido hacia una persona no se considera una grosería sino un saludo y hasta un medio para conversar a la distancia: “¡Hola!”, “¡Aquí estoy!”, “¿Qué pasó?” pueden decir y responder sin pronunciar palabra.
A pesar de dominar el arte del chiflido, el mazateco es el idioma preferido de Diego y José Antonio pues expresa su sentir con mayor precisión que el español, es el que aprendieron de sus padres y abuelos, y el que aún se habla en su pueblo, aunque cada vez menos.
Es por eso que, con su trabajo y música, ambos jóvenes quieren viajar y llevar su cultura a todo el mundo. Rapeando en mazateco, les quieren decir a los niños y jóvenes de su pueblo que en esta lengua no hay nada de qué avergonzarse y muchas cosas, sí, de las cuales sentirse orgullosos.
“A veces me bajan la energía, pero yo siempre le echo ganas, no me agüito* pues. Yo soy de Oaxaca, soy Oaxaco y 100% hablo mazateco. No me agüito, sigo dándole con todo”, señala Diego.
“A los de mi comunidad les diría que no tengan pena por hablar mazateco, que seamos orgullosos, tenemos una cultura, una raíz, algo muy bonito que son nuestras tradiciones. A las personas que nos discriminan, les diría que busquen un poquito más, que no se burlen de las lenguas, que nos ayuden a rescatarlas e incluso que sepan ayudarnos, la vida sería muy diferente con su ayuda”, finaliza José Antonio.