Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
Donald Trump lo ha vuelto a hacer, contra todo pronóstico, contra los escándalos y, sobre todo, contra los valores que Estados Unidos decía defender, el magnate inmobiliario convertido en político regresa al poder y ya no hay vuelta atrás. No puedo evitar quedarme sin palabras ante la forma en que se desarrolla este segundo mandato: Una avalancha de órdenes ejecutivas, una retórica tan rebuscada como polarizante y un respaldo popular que, lejos de debilitarse, parece más fortalecido que nunca.
Pero no es su llegada lo que más me deja perplejo, lo que en verdad me pone nervioso está en el entorno que lo acompaña, en quienes se sientan detrás de él, quienes posan para las fotos, quienes celebran su triunfo. Me refiero a los nuevos oligarcas del mundo: los llamados “dueños de Internet”.
En su toma de posesión, no fue difícil notar su cercanía con las figuras más poderosas del sector tecnológico, justo detrás de su familia en segunda fila, ahí estaban Elon Musk (Tesla, SpaceX, X), Mark Zuckerberg (Meta), Sundar Pichai (Google), Tim Cook (Apple), Jeff Bezos (Amazon) y, en un giro que nadie habría imaginado hace unos años, incluso Shou Zi Chew, el CEO de TikTok, la misma red social que fue perseguida, ridiculizada y puesta bajo la lupa durante su primer mandato.
Todos aplaudieron, todos sonrieron para las cámaras, todos se encargaron de legitimar a Trump, el hombre que, meses atrás, parecía ser el enemigo público de Silicon Valley. Esos mismos que defendían la “innovación responsable”, la libertad de expresión y la neutralidad de las plataformas ahora abrazaban al nuevo monarca.
Con esto, no debería quedarnos ninguna duda: Los multimillonarios tecnológicos no son, ni deben ser, los santos de nuestra devoción. Por años se nos vendió la idea de que eran una especie de filántropos modernos, guardianes de los derechos digitales, protectores de nuestras libertades y hoy se quitaron la máscara. No son más que empresarios de la atención, cuya misión no es mejorar nuestras vidas, sino mantenernos enganchados a sus plataformas y productos, porque eso es lo que maximiza sus ganancias.
El colmo fue el saludo nazi de Elon Musk, un gesto que quedará para la historia como la “guinda del pastel” de este espectáculo y es que aunque muchos salieron a defenderlo con el ya clásico “lo sacaron de contexto”, lo cierto es que hubo intención, ventaja y premeditación. Musk no da un paso sin calcular el impacto mediático, y este escándalo, por más absurdo que parezca, no fue la excepción.
Por supuesto, medios como The Economist ya salieron al quite y en lo que parece un intento desesperado por limpiar la imagen de estos magnates, han publicado defensas que rozan lo absurdo. Una pieza audiovisual argumenta que no se les puede llamar oligarcas porque, según sus cifras, Musk y compañía representan apenas el 3.1 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de Estados Unidos.
Como esta columna, pongamos todo en perspectiva, tan solo el 3.1 por ciento equivale a más de 850 mil millones de dólares en una economía que, tan solo en 2023, alcanzó los 27.36 billones de dólares. Sí, leyeron bien: 850 mil millones de dólares. ¿De verdad quieren convencernos de que esa cifra no les da poder suficiente para influir en la política, la cultura y la sociedad?. Controlan no solo nuestras plataformas de interacción social, sino también los principales flujos de información (Meta, Google), las herramientas de acceso a Internet (Apple) y hasta el transporte del futuro (Tesla, SpaceX) y ahora han cedido al nuevo rey.
Trump, que en su primer mandato parecía enfrentarse a ellos, hoy los utiliza como su nuevo instrumento, esta alianza, por inquietante que sea, tiene un precedente aún más alarmante: La eliminación de las reglas recientemente impuestas a las inteligencias artificiales y Trump ha justificado esta medida diciendo que dicha legislación era un “freno a la innovación”.
¿Freno? No. Esa legislación era lo único que teníamos para evitar que las inteligencias artificiales operen sin control, sin ética, sin límites. Ahora entramos a lo que el economista griego Yanis Varoufakis llama “tecnofeudalismo”, es decir donde los usuarios contribuyen a la formación de capital con solo interactuar con las plataformas, y la burguesía de antaño está al servicio de una nueva clase dominante, aquella que es dueña de la nube. Ahora no solo cedemos nuestros datos a las grandes corporaciones, sino también nuestra capacidad de decidir qué es verdad, qué es justo y qué es humano.
Estamos ante un panorama que requiere reflexión y acción, hoy más que nunca debemos cuestionar nuestro rol como usuarios de las tecnologías, como consumidores de información y como ciudadanos. Tenemos que exigir auditorías, transparencia, regulación, porque si no lo hacemos, serán ellos quienes controlen nuestra narrativa, nuestro acceso a la verdad y, en última instancia, nuestro futuro.
No sé en qué acabará todo esto y como escribí al principio, este escenario me deja sin palabras, pero al menos sí tengo claro algo: No podemos seguir ignorando esta alianza entre los oligarcas tecnológicos y el Gobierno. Será este vínculo, y no las nuevas excentricidades de Trump, lo que marque la agenda política de Estados Unidos y, muy probablemente, de los gobiernos que buscan emularlo, como Javier Milei en Argentina y Nayib Bukele en El Salvador.
La pregunta ya no es si podemos detener este avance, sino cómo vamos a enfrentarlo, porque, aunque intenten convencernos de lo contrario, nuestra atención sigue siendo el recurso más valioso del siglo XXI.
Y ellos lo saben mejor que nadie.
X: @carlosavm_