Jesús Rito García
Me escondo de los poetas, evito pasar frente a ellos,
sólo leo sus versos, no deseo compartir el pan
ni la sal con ninguno, todos son ingenuos, solitarios,
falsos portadores de la palabra; y si no me equivoco,
llevan la tristeza a todas partes, la tienen pegada como una costra,
caminan como si arrastraran una larga cobija con la que no podrán taparse nunca.
Yomero
¿Alguna vez ha visto a un perro muerto en la calle? ¿Sí?
Imagino que su primera reacción es taparse la nariz y darle la vuelta, cruzarse la calle y alejarse lo más pronto posible. Tanto el olor, la putrefacción del animal muerto y saber que se encuentra tirado en la calle ya le provocan repugnancia. Lo primero que piensa es, ¿quién lo fue a tirar allí? O, mínimo que le pongan cal para que no huela tan feo.
Alguna vez en una carta escrita por D. H. Lawrence, durante un viaje por México describe una escena que le causó mucha extrañeza. En algún lugar del norte del país: “En medio del pequeño mercado bajo techo de Álamos, entre la carne y las verduras, estaba tendido un perro muerto, como si estuviera dormido. El carnicero le dijo al verdulero: ‘Hay que tirarlo’. El verdulero no veía por qué. Así que, con toda probabilidad, el perro sigue tendido ahí.”
Esa puede ser una reacción bastante salvaje, pero si lo dice Lawrence, habremos de creerle, aunque eso haya sucedido por allá de 1927.
He conocido perros suicidas, de esos que ya no esperan nada de la vida. No lo dude, también entre los animales existen ese tipo de reacciones. Son perros que prefieren morir atropellados. Salen de casa después de alguna canallada de su amo, del olvido en que los han tenido y en cuanto ven un auto por la calle se arrojan sin dudarlo. En sus ojos se ve esa infinita tristeza.
Los perro muertos tirados en la calle, después de ser atropellados causan repugnancia. Qué podemos hacer, así como cualquier cuerpo en estado de putrefacción. Por lo tanto, en cuanto quedan embarrados en el asfalto, y se ven las vísceras desparramadas, la gente primero se lamenta, hasta llora (no sucede con todos) o hace el intento, quizá sólo se acongoja; después salen despavoridos, pensando que venga el señor de la limpieza y se lo lleve al basurero municipal.
Así como sucede con los perros muertos, también sucede lo mismo con los poeta, padecen del mismo mal, sólo que el problema de ellos es que sucede en vida, no de muertos. Ya muertos es otro cantar, hasta les hacen estatuas y los niños en el colegio leen sus poemas. Pero mientras viven, la gente no quiere ni acercárseles, huyen en cuanto los ven. Saben que no traerá nada bueno hablar con un poeta. Bueno, eso es debido a los malos antecedentes, ya saben, de esos pedantes y altaneros que creen que ser poetas es llevarse de piquete de ombligo con dios, que calumnian a los jóvenes porque piensan que sólo lo que ellos hacen es válido y creen poder dar consejos.
Aunque también la gente huye de los poetas porque verlos a poca distancia ya les causa escozor, malestar y repugnancia. En algún evento cultural, seguramente los poetas serían los encargados de arruinarlo, son tan buenos para eso.
Imaginemos que en un festival cultural, de esos que organizan por aquí, donde poner a un mariachi, a unos payasos y bailes regionales ya es educar a las personas. Pues bueno, en unos de esos festivales también invitan a unos poetas a leer. Sin dudarlo, comenzando con los bailes, después con los payasos, ya aseguras un público bastante numeroso, seguramente las personas se arremolinan para escuchar los chistes, para reírse un poco, y pasar un buen rato en familia; después, cuando comienza a cantar el mariachi, es la parte más álgida, la catarsis del evento. Las personas están felices escuchando sus canciones favoritas, los enamorados se emocionan y se juran amor eterno…
Termina el mariachi, la gente grita al unísono: oootra, oootra, oootra…
Después vienen los poetas, son anunciados con bombo y platillo…Entonces, el público se marcha, es su primera reacción. Comienzan a leer, y el porcentaje de personas, que ya era mínimo, también se va. Parece que acabaran de ver a un perro muerto, así es como reaccionan ante la lectura de poesía. Como segunda estrategia, para que el foro no se quede vacío por completo, los organizadores obsequian libros. Pero ni con eso las personas se acercan… no les interesa un libro, mucho menos escuchar a los poetas.
Así terminará el evento, en un absoluto silencio. Los aplausos sólo quedan en el ambiente, de aquellos que fueron lanzados a los payasos y al mariachi.