Salvador Hernández
Charlando con un amigo, tocamos el tema que está en boga. Los símbolos y su importancia en la idiosincrasia campirana. Mi interlocutor se define como un “iconoclasta” de símbolo alguno, cosa que respeto. Sin embargo recordé la “toma presidencial” de Jeanine Añez, que con una biblia detentaba su poder autoritario, y de paso quemaba la bandera Whipala -símbolo de la cosmogonía Aymara-. También se me vino en mente, cuando en la primaria, los lunes de cada semana, infaliblemente se realizaba una ceremonia cívica. Y era un orgullo, el que por méritos propios, le tocaba portar el lábaro patrio, que en el escudo, por cierto, está plasmado parte de nuestro pasado ancestral.
Al día siguiente, recordando el hecho bochornoso de una pintura montada en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, con sus conocidas consecuencias. Donde un “Zapata”, desnudo, con sombrero rosa, zapatillas y cabalgando a caballo, “adorna” las paredes del máximo recinto cultural del país, junto a los murales de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Diego Rivera. Jorge González Camarena, Manuel Rodríguez Lozano, Roberto Montenegro y Rufino Tamayo.
De un tiempo para acá, dicho recinto, ha servido para eventos proselitistas religiosos, escenario de cantantes populares de toda índole; con el consentimiento poco crítico y nula sensibilidad por parte de la Secretaria de Cultura y del Instituto Nacional de Bellas Artes (Inbal).
Volviendo a Emiliano Zapata Salazar, un hombre surgido del campo y una etnia originaria -recordemos que “Miliano”, como le llamaban sus más cercanos correligionarios-, hablaba la lengua náhuatl.
Conocido como “El Caudillo del Sur”, se conjugaron en él, los atributos mencionados, simbolismo y heroicidad, por un lado, la bandera de los movimientos agraristas en el país (desde 1910, hasta el asesinato en 1962 de Rubén Jaramillo); La lucha de Emiliano Zapata, no sólo influyó a los campesinos del estado de Morelos, sino del sur-sureste, parte del centro y norte de México.
Para el indígena y campesino sureño, Zapata es la representación encarnada de la tierra, como proveedora de vida. La madre Tierra, conocida como La Pachamama en el sur de América Latina; defensor de quienes la trabajan y no de quienes la explotan con campesinos al borde de la esclavitud.
Considero que la protesta de los campesinos y la familia del Caudillo del Sur, fue en favor de la memoria histórica -que los neoliberalistas quisieran que desapareciera-, de la defensa de su bandera y símbolo. En defensa de la dignidad del personaje más congruente de la primera Revolución del siglo XX, con el que los campesinos e indígenas pobres del sur se identifican. Por lo tanto, los agraristas no le deben disculpas a nadie.
Si el movimiento gay quiere banderas con personajes relevantes en la historia de México, hay cientos que se pueden identificar con su lucha. Entre la literatura, otras ramas del arte y de la política actual, hay varios que incluso se sentirían honrados en representarlos simbólicamente. Salvador Novo y Chavela Vargas, entre otr@s.
Todavía es tiempo que las dependencias culturales, rectifiquen el curso erróneo que han llevado desde el inicio del presente sexenio; y que hasta los personajes históricos han pasado a pagar las consecuencias. Quizá mis argumentos sean obsoletos -como una artista, que señaló que estas “gilipolladas” no tenían relevancia-, contrastando con otro pintor que se definió homosexual y un luchador a favor de la diversidad sexual, pero que no está de acuerdo que dicha pintura este colgada en Bellas Artes.
Del mismo modo, en muchas comunidades de la región del Istmo de Oaxaca, los muxhes, son considerados por los indígenas zapotecos, ciudadanos con los mismos derechos que cualquier otr@. Por lo que estas exhibiciones egocéntricas, no son necesarias.
Faltan escasos 15 días para que concluya el año, una disculpa del pintor y las instituciones culturales sería lo más congruente. Lo contrario, nos haría pensar que el papel membretado que se expiden en las oficinas públicas con la leyenda “Año del Caudillo del Sur”. Es sólo eso. ¡Puro membrete!