“Veneración y fe”

Salvador Hernández

Unos y unas, una banda, estandartes y una virgen. La virgen de La Soledad. La Santa Patrona de los oaxaqueñ@s.

Son las cinco de la mañana, y por las calles de los barrios marginados que circundan la Basílica menor de La Soledad, el de “La China” al sur y “El Punto” al norte; Una pequeña comparsa transita con alegría, brillo en los ojos, dignidad. Pero, sobre todo, devoción y fe.

Los portadores de los estandartes esquivan los cables de luz que yacen flácidos entre acera y banqueta. Este recorrido religioso-espiritual, no es como las calendas pagadas por particulares, para festejar sus lujosas bodas por los andadores turísticos, mezcal en mano; La temperatura es de siete grados, y la luna todavía luce en el firmamento con una pálida luz.

El templo permanece cerrado, pero eso es lo de menos, los peregrinos regresan satisfechos, después de pasear a la virgen que durante 399 años ha ostentado la jerarquía de reina de los creyentes locales. Algunos permanecen dormidos en el atrio, con unos cartones y una cobija como única protección del “calador” frio.

Una mesa con vasos llenos de champurrado y una humeante olla de tamales decoran la explanada de cantera, un señor con sonrisa afable me ofrece el calientito atole con chocolate y los tamales de mole envueltos en hoja de totomoxtle, el cuerpo lo agradece al sentir un calorcito rico en las entrañas.

Mientras los danzantes continúan con su “pagano” ritual, las negras máscaras que portan, se distorsionan con los claroscuros de la madrugada. Y por momentos, parecieran mirarnos desde lo más profundo de su olvido.

La Tonatzín sureña, inquebrantable, sobreviviente de catástrofes naturales, hasta el despojo de su corona, la más ostentosa que reina alguna haya poseído, hecha y donada por artesanos y el pueblo oaxaqueño, respectivamente. La virgen de los pobres, que, con su impenetrable fe, salvan del olvido, un aniversario más.

En la madrugada, donde los más fieles se hacen presentes, no hay cabida para discursos, ni poses demagógicas. La convicción se impone, sin imposturas, ni acarreos. Algo tan palpable como los niños que se divierten como si fuera el mediodía, o los ancianos con sus bastones, que prácticamente los llevan de adorno.

No podría ser más convincente. Un cuadro propio de una novela de Víctor Hugo. Cohetes lanzados al cielo, como una oración, una plegaria al infinito, la botella de un náufrago en altamar, un ¡presente!, un “¡Aquí estoy!”.

Son cerca de las seis de la mañana, y bajo el techo de las casetas del jardín “Sócrates”, algunas personas que dormían, empiezan a recoger sus cobijas. Es 18 de diciembre “Día del Emigrante”, otros peregrinos, en otras latitudes, caminan en busca de sus propios santuarios. Impulsados por una fe, que va más allá de sus fuerzas y las adversidades climáticas. Como los peregrinos de la Soledad.

josé

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