Por Tao
Cuando murió Marlon Brando en el Padrino I y le sucedió Al Pacino como Padrino II al finalizar la primera parte de la película de Francis Coppola, los capos le rinden reverencia al nuevo padrino besándole la diestra. Cualquier similitud con las escenas televisadas del salón de plenos del Senado con la senadora Mónica Arreola como actora central, un día después de ser presentada en el reclusorio la profe Elba Esther, puede ser una pura coincidencia con el desenlace de las escenas del Padrino I de Coppola.
Cada caso de políticos en desgracia ha tenido un contexto diferente pero los une una sola causa: desafiar al poder sin medir sus fuerzas reales y leales como fueron los casos de Félix Barra García, Eugenio Méndez Docurro, Jorge Díaz Serrano, Fausto Cantú Peña, Joaquín Hernández Galicia, Lidia Camarena, Oscar Villarreal, Raúl Salinas de Gortari, Pablo Salazar Mendiguchía y el de Alfonso Martínez Domínguez, quien cayó del gobierno del Distrito Federal después de la trampa del 10 de junio de 1971.
Por la curul de la senadora Mónica Arreola, del partido aliancista, desfilaron todas y todos encabezados por Emilio Gamboa, el más empalagoso, Ernesto Cordero, en plan de sumiso corderito y Miguel Barbosa, más que elocuente.
Besos, abrazos, palmaditas en la espalda recibió la senadora Arreola de sus colegas de los otros partidos. La senadora Arreola sólo se remitía a decir que es “un problema familiar” la detención de su antes archipoderosa madre, al que un diario español la nombró en su encabezado como “dueña” de México.
Para el sabio Tao cualquier semejanza entre los apapachos y apretones que recibió en su mano la senadora Arreola con el besamanos de la película de El Padrino inspirada en la novela de Mario Puzo, no tiene nada de extraño ni de ajeno a la política. Así es en México, así es en El Vaticano. El poder es cabrón.
