“Mi mayor miedo es que un día mis hijos me pregunten cómo hemos permitido que ocurra este horror”

Una trabajadora humanitaria desplegada en la Franja asegura que habría que “inventar palabras nuevas” para describir el horror que los civiles palestinos afrontan cada día desde hace siete meses. En un mensaje personal, hace un llamamiento a los todos los ciudadanos para que pidan a sus representantes detener esta matanza: “No es pedir mucho, simplemente que se respete la ley. Esta es una mancha enorme sobre todos nosotros”.

Yasmina Guerda es una trabajadora humanitaria joven por su edad (38 años) y veterana por su experiencia, con 12 misiones de las Naciones Unidas a la espalda; la última de ellas en la Franja de Gaza, donde se encuentra desplegada con la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios.

Desde la constantemente atacada ciudad de Rafah, Yasmina conversó con Jeromé Bernard de Noticias ONU, a quien explicó cuál es la situación cotidiana en Gaza, cómo es su trabajo y cuáles son sus reflexiones como madre y como persona.

La gente aquí no entiende por qué el mundo está autorizando lo que está ocurriendo”, comenta señalando que cuando entró por primera vez en Gaza las cifras de víctimas palestinas ascendían a 29.000 y, cuando salió cinco semanas más tarde para tomar un descanso, llegaban a 34.000.

Hoy, tres semanas más tarde, son más de 35.000 a los que hay que añadir los 10.000 que se estiman se encuentran enterrados entre los escombros y cerca de 80.000 heridos.

Un sufrimiento extremo y profundo

“Habría que inventar palabras nuevas para describir de manera adecuada la situación de los palestinos de Gaza. A donde se mire, a donde se vaya, hay destrucción, hay pérdida de todo, ausencia de todo yun sufrimiento extremo, realmente profundo. La gente aquí está viviendo sobre los escombros y sobre la basura de lo que solía ser su vida”, describe perplejidad.

Cuenta que todos los palestinos pasan hambre,, no solo por la escasez sino porque lo poco que hay es inasequible. “El otro día me dijeron que un huevo costaba tres dólares. Eso, para familias que han perdido su salario, para familias que han perdido acceso a su cuenta bancaria, es imposible”.

Conseguir agua también se ha convertido en una batalla cotidiana: “Muchas personas no se han cambiado de ropa en siete meses, porque han tenido que huir con la que llevaban encima y muchos han sido desplazados cinco, seis, siete veces y, a veces, más”.

Yasmina Guerda, de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios, en Rafah

© UNOCHA/Sara AlSaqqa

Nueve veces desplazada sin saber a dónde

Entre las múltiples anécdotas que acumula cuenta la de una mujer de 25 años con la que habló el día anterior a esta entrevista. Era traductora, vivía con su padre, su abuela y dos hermanas que tenían dificultades físicas. Le dijo que había sido desplazada nueve veces desde el principio de esta guerra.

“Tenía una carrera, tenía una casa, tenía un futuro y me decía: ya no tengo la fuerza de esperar a encontrar comida, agua o albergue (…) Nueve veces ha tenido que deshacer los trocitos de madera y de plástico que constituyen su albergue de fortuna (refugio de emergencia), y nueve veces el padre ha tenido que llevar a la abuela sobre sus hombros, andando sin saber a dónde, porque no hay ningún sitio seguro aquí en Gaza”.

Yasmina también observa la determinación de los palestinos, pues esa misma chica le decía: “Yo sé que mi casa ha sido destruida. Lo he aceptado. No hay problema. Solo necesito una oportunidad de respirar, de parar de tener miedo, de poder ganar mi vida. Porque yo no quiero ayuda humanitaria. Yo quiero poder pagar mis propias necesidades y para eso necesito paz. Yo solo quiero paz”.

“Esa es una de las cosas que más me ha afectado desde que he llegado. La determinación de la gente aquí. Su manera de seguir adelante y de seguir mirando hacia arriba”, dice Yasmina.

Un vehículo de la ONU circula por Ciudad de Gaza

© UNOCHA

Unas condiciones estresantes

Como trabajadora humanitaria, también sabe lo que es el peligro, ya que ha vivido de cerca la muerte de colegas, como un compañero de la ONU y los siete trabajadores humanitarios de la ONG World Central Kitchen¸ pero ese peligro no le impide llevar a cabo su trabajo con pasión.

“Las condiciones de vida son muy estresantes debido a la banda sonora de la guerra que tenemos de manera permanente. Los drones, los ataques aéreos que caen en ciertas zonas… hay cuerpos sin vida en las calles y tenemos que parar el coche y recogerlos para para darles una oportunidad de tener entierros dignos. Vemos cosas muy difíciles”.

Un mensaje para todos

En enero pasado, la Corte Internacional de Justicia reconoció que es “plausible” que Israel esté cometiendo “actos de genocidio”, y ordenó que tomara “todas las medidas posibles para “prevenirlo”.

“Soy madre. Tengo la suerte de ser madre de dos niños que tienen dos y cuatro años y, honestamente, tengo muchísimo miedo de que algún día me pregunten cómo hemos podido dejar que ocurra esto: ¿cómo no hemos podido pararlo, cómo no nos hemos levantado en solidaridad y expresado nuestra indignación más fuerte hasta detenerlo?, ¿cómo hemos podido dejar que los niños pasen hambre, que vivan en el miedo y un terror como este?, ¿que pasen meses sin que reciban una educación?… Y no tener una respuesta”, confiesa.

Por ello, tiene un mensaje muy claro: “que la gente contacte como sea a los que toman decisiones y exijan que la ley internacional sea respetada, que los derechos humanos sean respetados, que la dignidad más básica del ser humano sea respetada”.

Yasmina señala que no es mucho pedir, se trata de no ser meros testigos: “Esta guerra es una mancha enorme y muy negra sobre todos nosotros y es la responsabilidad de todos intentar pararlo. Mi mensaje sería ese, que cada día nos preguntemos que puedo hacer yo a mi nivel para añadir mi piedrita al edificio y parar esta pesadilla”.

Redacción

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