Reporteros desprotegidos

Pascual Salanueva Camargo
Cancún, Quintana Roo

Cuando se conoce por primera vez este extraordinario lugar, el turista nacional o extranjero queda deslumbrado con su magnificencia. Una lujosa zona hotelera, una ciudad limpia y pujante, son algunos de sus principales atributos. Sin embargo, no todo es de primer mundo, ciertos servicios e instituciones no van acordes con su modernidad y parece como que se hubieran quedado varados en el siglo pasado.
Para conocer un poco más de la realidad de Cancún, basta adentrarse por la ciudad y recorrer los suburbios para darse cuenta que padece todos los problemas de las grandes urbes: miseria, violencia, narcotráfico. Incluso, entes tan importantes dentro de una sociedad, como los diarios, no están a la altura de las circunstancias, sino que responden, más bien, a intereses de grupo o personales.
En teoría, los diarios deberían ser el reflejo del acontecer cotidiano de las sociedades de las que emergen, pero en el caso de Cancún, esto no es así, pues tal parece que la mayoría de ellos estuvieran informando en alguna de las ciudades más provincianas del país. Como ocurre en todo México, con unas cuantas honrosas excepciones, al no existir sindicatos que defiendan a los periodistas, los patrones pueden maltratarlos o correrlos a su antojo.
En Cancún, los grandes comerciantes son los dueños de los periódicos y quienes, con unas cuantas excepciones, están confabulados con el PRI. Vivir a la sombra del poder les permite pagar a sus trabajadores salarios de los más miserables; negarles el seguro social, incluso, violar flagrantemente la ley del trabajo, obligándolos a firmar su renuncia por adelantado.
Es más, en algunos casos, los dueños de los diarios le piden directamente al reportero que están contratando que sus notas o reportajes provoquen que sus entrevistados le suelten dinero al diario, y así éste obtenga recursos económicos con los que posteriormente pueda pagarle a sus empleados. Así pues, cuando un diario es reiterativo contra algún negocio, empresa o persona, no es tanto por el afán de denunciar las cosas que están mal, sino con el único fin de extorsionarlo.
En Cancún se aplica lo más perverso del periodismo mexicano. Prácticamente todo se vale para vender. Aquí, el periódico que más se lee posee un tiraje de 35 mil ejemplares diarios, el cual ya quisieran muchos periódicos oaxaqueños, incluso, de diversas ciudades de provincia, lo único malo es que destila sangre y publica las más obscenas fotografías de las personas muertas.
Entre más feroz y atroz haya sido el crimen, mejor para el bolsillo de los dueños. Y para que el negocio sea redondo, captan absolutamente todos los anuncios de las mujeres dedicadas a la prostitución.
Este diario que se llama De Peso, aunque todos sus lectores lo conocen como “De a Peso” se ha convertido en la envidia de todos los demás. No obstante, por más que emulan su lenguaje vulgar y soez y publican las fotografías más brutales y descarnadas que obtienen, como ocurre con la batalla comercial de la Pepsi y la Coca, la primera, jamás logra igualar a la segunda, en ningún aspecto.
Otro punto en contra para los que envidian la buena suerte de “De a Peso”, es que la población que vive en Cancún es de la considerada “flotante”, y cuando mucho estudió hasta la secundaria. De esta manera quienes venden 12 mil periódicos diariamente y que son dos o tres rotativos, se sienten afortunados, pues lo normal es que vendan cuatro, siete, ocho mil ejemplares. Sin embargo existen casos de diarios y revistas que no rebasan ni los 500 ejemplares.
En Cancún existe un diario que desea ser leído por los lectores sin mucha educación y sabedores de que a éstos no les gusta leer, publican notas de tres, cuatro, seis párrafos, las cuales ocupan toda una página. Para llenar el espacio sobrante utilizan fotografías grandes, medianas y pequeñas, de forma horizontal y vertical, pues consideran que es la variedad lo que hace interesante a un diario. Parece que, sin querer, han encontrado la manera de convertir las noticias en cómic.
Están tan ensimismados en su versión de su “diario-cómic”, que no prestan atención al lenguaje y cometen dislates como: “La gente salió haber qué era lo que ocurría”, en lugar de “la gente salió a ver qué era lo que ocurría”.
Este mismo diario, no acepta ninguna crítica por más constructiva que ésta sea, y si algún reportero se atreve a hacerla, como fue mi caso, sin pedirme ninguna opinión, me cambiaron de área y me convirtieron en el corrector de editores, con un horario completamente diferente. Y como unos días después opiné que el periódico en cuestión era de una mediocridad que espantaba, me dieron una patada en el trasero y me pusieron de patitas en la calle.
Sin embargo existen dos o tres periódicos que pueden llegar a pagar poco más de 10 mil pesos a un reportero con experiencia. En todo caso, la única que paga salarios decorosos es una revista que tiene que ver con luces y siglos y que sale a la luz pública semanalmente. Pero es mejor hacer las cosas como quiere su director editorial, porque de no hacer las cosas a su manera, puede acarrearle al reportero graves consecuencias.
Mi relación con esa revista, por diferentes motivos se fue deteriorando. La última vez que acudí a entregar mi reportaje, el director editorial me comenzó a hacer observaciones que no venían al caso y como defendí con argumentos mi trabajo, de improviso se paró de la silla y me tiró un golpe en el cuerpo, que por fortuna no dio en el blanco. En otro momento, de la discusión, se repitió la agresión, así que opté por abandonar la oficina. Cuando iba saliendo observé que su “secretario” o jefe de redacción había estado muy cerca de la puerta, en espera de entrar en acción y entre los dos golpearme.
No podía creerlo.
Quise poner una demanda en la Junta de Conciliación y Trabajo, pero recordé que aquí en Cáncún existe una profunda complicidad entre los funcionarios del gobierno federal, estatal y municipal y las empresas, así que desistí de mi propósito. No tenía caso, pues luego lo ponen a uno en la denominada “lista negra” y ya no se consigue trabajo en ninguna parte.

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